El solsticio, un acontecimiento astronómico que se produce dos veces al año —en junio y en diciembre—, marca el inicio de una nueva estación. Para aquellos ubicados en el hemisferio norte de la Tierra, una menor incidencia de los rayos solares anuncia la llegada del solsticio de invierno; por el contrario, para quiénes nos encontramos al sur de la línea del ecuador la intensidad solar nos conlleva a los días calurosos, los lentes de Sol, la ropa liviana, el proyector solar, las playas y las piletas, es decir, a la llegada del verano. Ahora bien, ¿cómo ocurre este fenómeno?

En primer lugar, es necesario recordar que el eje nuestro planeta (es decir, la línea imaginaria en torno a la cual gira la Tierra) tiene una inclinación aproximada de 23.4º que no varía mucho durante el año, por lo que siempre está inclinado en la misma dirección. Esa inclinación es la que hace que, durante un determinado periodo del año, uno de los hemisferios reciba la luz solar más indirecta, lo que provoca temperaturas más frías; y que el otro reciba la luz solar más directa, lo que provoca temperaturas más cálidas.

Del mismo modo que el solsticio, el equinoccio producto de la inclinación del eje de la Tierra y también se produce dos veces al año (en abril y septiembre). Sin embargo, durante el equinoccio el día y la noche duran lo mismo, y en los solsticios los días son más largos en verano y más cortos en invierno. El equinoccio determina, también, la llegada de la primavera y el otoño. 

Y más allá de los rituales que estos eventos implicaron en las diferentes culturas a lo largo de milenios, son la base de nuestra idea del calendario, la forma en que nos organizamos con respecto all clima, la cosecha y el ganado, entra otras cosas.