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Ciencia #Crisis en la ciencia

¿Por qué Argentina debería invertir en ciencia?

La ciencia es una herramienta fundamental para el desarrollo económico, como muestran diversos ejemplos a lo largo del mundo. Aumentar la inversión, en lugar de disminuirla, sería la estrategia más inteligente. 

¿Por qué Argentina debería invertir en ciencia?

¿Hace cuánto tiempo que nos dicen “país en desarrollo”? Mucho. ¿Nos hemos desarrollado? No. ¿Es una cuestión de tiempo? No, no estamos en camino de desarrollo. Recientemente nos dieron otro rótulo, el de “economía emergente”. Sin embargo, está a la vista de cualquiera  que nuestra economía no “emerge”, más bien se sumerge, con plomadas y sin oxígeno.

Este año, por tercera vez consecutiva, resuena en una parte importante de la opinión pública el desproporcionadamente bajo nivel de ingresos a la carrera del investigador científico del CONICET. La difusión de este problema es un signo saludable. Nuestra sociedad percibe que algo no está funcionando bien. Pero veamos, en concreto, qué es lo que pasa.

El CONICET, a flote

El Estado, a través de las Universidades y el CONICET, destina recursos a formar científicos y tecnólogos, profesionales altamente especializados en distintas ramas del conocimiento que al término de su larga formación no encuentran trabajo, no tienen un rol en nuestra sociedad y en nuestra economía. Esto ocurre porque el programa del actual  gobierno no incluye en su núcleo el dominio de ninguna tecnología propia. En su paradigma, la ciencia es un bien cultural, y la tecnología se compra en el extranjero, donde se genera y avanza. En este plan, tanto el CONICET como las otras instituciones del sistema nacional de ciencia y tecnología, o bien redundan o se encuentran sobredimensionadas. Y, de hecho, se concretó un fuerte desmantelamiento del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), por ejemplo.

Pero estas ideas no tienen apoyo mayoritario en Argentina, ni en la población ni en la dirigencia política. Debido al mayor conocimiento público de la situación, en el CONICET no pudo avanzarse tanto; de hecho, no hubo despidos propiamente dichos, como sí los hubo en muchos otros organismos.

La cuestión de los ingresos a CONICET pone en evidencia el conflicto entre el objetivo y la posibilidad práctica de la política del gobierno actual: se mantiene al CONICET mínimamente a flote porque su desmantelamiento es desaprobado por la mayoría de la sociedad, pero su producto, es decir, los conocimientos generados y los profesionales altamente especializados, no tienen rol ni destino en este proyecto de país.

Inversión en ciencia para el desarrollo económico

¿Y cuál es el inconveniente? ¿No podemos tener un país próspero sin ciencia y tecnologías propias? La realidad fáctica nos muestra que no. ¿Por qué? Porque todas las actividades económicas pierden valor con el tiempo. Ya sea porque la oferta se multiplica, porque su producción se hace más fácil o porque surge una nueva tecnología que hace obsoleta a la actividad original. En consecuencia, es de necesidad vital actualizar constantemente las actividades económicas incorporando conocimiento, ciencia y tecnología. De hecho, todos los países lo hacen. Todos, sin excepción. La diferencia entre unos y otros, lo que marca la evolución de su competitividad, es el ritmo al que lo hacen y si generan su propio conocimiento y tecnología o no.

Si la actualización de actividades económicas se hace asimilando tecnologías que fueron desarrolladas en su totalidad en el extranjero, el avance se concreta obviamente con retraso. ¿Cuánto retraso? Dependerá del grado de importancia que los dueños de esa tecnología le asignen para su competitividad a futuro. En resumen: nadie regala competitividad y es mentira que se puede comprar cualquier tecnología. Se trata de una carrera global, donde el ritmo lo marcan los países desarrollados. Los países en desarrollo arrancan de abajo pero van más rápido que los desarrollados y de ese modo suben posiciones, se “desarrollan” y mejoran su bienestar relativo. Los países rezagados como Argentina van más lento, y, en consecuencia, pierden posiciones y su bienestar relativo decrece con el tiempo.

Ciencia, cultura y subdesarrollo

Concebir a la ciencia como un bien meramente cultural (algo bueno, lindo y neutro que nos gusta tener para mirar y mostrar de vez en cuando), y a la tecnología como un bien que puede adquirirse en el extranjero, no solo es la postura del gobierno actual sino que ha sido la postura dominante en la escena política argentina a lo largo de nuestra historia. Solo en algunos períodos aislados se cambió de paradigma, y se impulsó el desarrollo de la ciencia, la tecnología y el conocimiento propios como motores del desarrollo. El último período de este tipo fue entre 2003 y 2015. El discurso y las decisiones políticas pusieron a la ciencia y las tecnologías propias en el corazón del proyecto de país.

Pero lamentablemente no se lo impulsó con la magnitud necesaria. Entre 2003 y 2015 la inversión global de Argentina (pública y privada) en ciencia y tecnología aumentó del 0,4% al 0,6% del PBI; un ritmo promedio de 0,016 %PBI/año. El mundo desarrollado no solo reinvierte fracciones mucho mayores de sus PBI en ciencia y tecnología (entre 1,5 y 4,2% del PBI) sino que la aumentan año a año a un ritmo promedio de 0,03 %PBI/año, es decir al doble de velocidad que lo que hizo Argentina en el período 2003-2015.

Los países en desarrollo lo hacen a ritmos aún mayores. China, por ejemplo, lo hace a un ritmo de 0,08 % PBI/año desde hace al menos 25 años. Lo mismo hicieron oportunamente otros estados que impulsaron procesos de desarrollo como Corea del Sur, Israel, Finlandia y el estado de San Pablo (Brasil), algunos con tasas de crecimiento de la inversión en ciencia y tecnología de hasta 0,3% PBI/año. Los resultados son contundentes: desde 1980 China multiplicó su PBI/cápita por 45, mientras que Argentina solo por 5. Corea del Sur, desde 1970 multiplicó su PBI per cápita por 100.

El gráfico compara el aumento en la inversión en I+D en diferentes países. Como se ve, Argentina está muy rezagada.

Durante los últimos tres años, la inversión total en ciencia y tecnología se redujo, del 0,6% PBI al 0,5 %PBI. No solo se redujo la inversión pública sino también la privada. Solo se ha estimulado la inversión privada financiera, especulativa y de corto plazo. Al mismo tiempo, no se ha implementado ningún incentivo eficiente para la inversión privada productiva, y menos aún para inversiones en desarrollos científico-tecnológicos acoplados a la producción.

En resumen, de ir lento pero en la dirección del desarrollo, pasamos a ir a toda velocidad en dirección al subdesarrollo. Recalco que todos los datos están expresados en porcentajes del producto, y no en valores nominales que podrían encontrar excusas en crisis momentáneas que reducen el producto bruto. Estos datos expresan políticas, prioridades y visiones de futuro (o de pasado).

*Investigador Principal CONICET – Prof. Física Experimental, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad de Buenos Aires. En Twitter es @FernaStefani.

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