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Ciencia #Crisis en la ciencia

"Hacer ciencia en Argentina ya no es una opción": los jóvenes investigadores que se van

En la última convocatoria del CONICET, 4 de cada 5 postulantes fueron rechazados. Muchos coinciden en que la única alternativa que queda para continuar investigando es irse del país.

"Hacer ciencia en Argentina ya no es una opción": los jóvenes investigadores que se van

El pasado viernes se conocieron los datos de la última convocatoria para ingresar a la carrera de investigador científico del CONICET. Sólo fue aprobado el 17 por ciento de los postulantes, aunque, incluso en el caso de los rechazados, las comisiones que los evalúan suelen reconocer que tienen excelentes antecedentes académicos. La justificación de su no-ingreso no tiene que ver con su falta de méritos sino con el bajo presupuesto asignado a ciencia y tecnología. Se trata de 2000 doctores, con entre 10 y 12 años de formación de grado y posgrado, que quedan afuera del circuito de la investigación. Por el modo en que está estructurado el sistema científico argentino, este dato implica que aproximadamente 4 de cada 5 investigadores deberán emigrar si pretenden continuar con sus carreras científicas, o dedicarse a algo distinto de aquello para lo que se formaron.

A la deriva

Ana Laura Larralde es una de las afectadas directamente por el recorte en los ingresos. Doctora en Química, hizo su posdoctorado con beca del CONICET en el Instituto Balseiro y luego trabajó unos años con cargo de dedicación exclusiva en la UBA. Ese cargo se terminó y la única alternativa para continuar con su trabajo en el país era ingresar a la carrera. Durante el doctorado, estudió materiales para retención de contaminantes metálicos en agua (específicamente, arsénico) y en su proyecto para ingresar como investigadora se proponía diseñar nuevos sistemas que hicieran más eficiente el almacenamiento de energía. “Dado que el agotamiento de las fuentes fósiles de energía y el calentamiento global son temas importantísimos en la agenda mundial, me parecía algo fundamental para nuestro país”, dice Larralde.

Ana Larralde
Ana Larralde es una de las rechazadas por el CONICET. Se proponía estudiar cómo mejorar la eficiencia de almacenamiento en baterías, un tema fundamental en tiempos de agotamiento de los combustibles fósiles.

Pero aunque la comisión evaluadora la calificó de manera excelente, el CONICET no aprobó su ingreso a la carrera. Ahora está en España haciendo una estancia de investigación por tres meses y, cuando se le termine, no sabe cómo va a continuar su rumbo. “Estoy a la deriva. Mi situación económica es exageradamente delicada, porque el euro está inalcanzable para nosotros. Cuando se terminen estos tres meses de estadía no sé qué voy a hacer con mi vida”, dice, y agrega: “La única alternativa que tengo para continuar con la carrera científica es conseguir alguna beca posdoctoral en el exterior, porque hacer ciencia en Argentina ya no es una opción”.

“Váyanse al sector privado”

Uno de los argumentos que suelen aparecer entre quienes se oponen a que el Estado invierta en desarrollo científico y tecnológico es que, una vez que alcanzaron el grado máximo de formación financiados por el sector público, los jóvenes deberían volcarse al ámbito privado. Pero las cosas no son tan simples como algunos twitteros creen.

“Estuve buscando posibilidades de trabajar en el ámbito privado en Argentina. Mandé miles de currículums pero nunca me llamaron. Básicamente no existe la inversión privada en investigación y desarrollo en nuestro país y por eso yo estoy sobrecalificada para los puestos. En muchos de los lugares a los que me presenté, por ejemplo, pedían técnicos, trabajo que puede realizar un chico que sale de la secundaria con título de técnico químico. Me encantaría poder trabajar en la industria, pero no hay trabajo para los doctores en Argentina, así que me quedan pocas opciones”, advierte Larralde.

Lo mismo piensa Lucas Vattino, quien está terminando su doctorado en el Instituto de Ingeniería Genética y Biología Molecular (INGEBI) y ahora viaja junto a su novia, doctora en biología, a hacer su posdoctorado en Harvard Medical School sobre la plasticidad en la corteza auditiva durante el desarrollo. Aquí, trabajó los últimos cinco años intentando comprender qué mecanismos tiene el oído para protegerse del trauma acústico en ambientes con sonido intenso. “Pasarme al ámbito privado hoy, con la poca inversión que hay en investigación y desarrollo, sería tirar todos mis años de formación garantizada por el Estado a la basura. Distinto sería si hubiera investigación aplicada privada, pero no la hay”, señala.    

Lucas Vattino e Irina Marcovich harán su posdoctorado en Harvard Medical School. Si bien sostienen que es una decisión personal, advierten también que les hubiera sido muy difícil quedarse haciendo ciencia en Argentina.

Nicolás Dvoskin, doctor en Ciencias Sociales que ahora realiza un posdoctorado en Alemania, coincide: “Este tipo de investigaciones se tienen que hacer en el marco del Estado porque es el único que está dispuesto a financiarlas; el ámbito privado no invierte en estos casos, porque la inversión tiene que darle resultados económicos inmediatos, y la ciencia no funciona de esa manera”.  

Un lamento colectivo

Esta es la segunda vez que Dvoskin es rechazado en el CONICET, aunque las dos instancias de evaluación de ese organismo recomendaran su ingreso. Esto implica, en la práctica, la imposibilidad de investigar desde Argentina, puesto que es ese organismo el que garantiza que uno tenga el tiempo suficiente para llevar a cabo investigaciones de calidad e impacto. “La ciencia no se hace en el tiempo libre -advierte Dvoskin- y son pocas las universidades en las que se puede ganar una dedicación exclusiva por concurso, especialmente ahora, que el ahogo presupuestario es muy grande”.

Si bien el joven investigador reconoce que nunca negó la posibilidad de hacer una estadía de investigación en el exterior, siempre pensó esa instancia como algo transitorio. Pero después del primer rechazo, decidió aplicar a becas extranjeras porque se dio cuenta de que “no había posibilidad de hacer ciencia salvo yéndose por un período más largo” que el que había contemplado. Con el mismo proyecto con el que se le negó el ingreso a carrera -una historia de la seguridad social en América Latina- se presentó a una beca co-financiada entre nuestro país y Alemania y la obtuvo.

Nicolás Dvoskin fue rechazado por segunda vez en el CONICET, a pesar de que su ingreso fuera doblemente recomendado por las comisiones evaluadoras.

El problema, según Dvoskin, no es meramente individual: la partida de los jóvenes afecta a programas de investigación más amplios, que involucran a muchas personas. “Mi sensación es de mucha desazón, porque desaparecen proyectos enteros. En el lugar donde yo trabajaba en Argentina, éramos cinco becarios: tres de posdoctorado, uno latinoamericano doctoral y uno doctoral. Ahora el único que queda es el doctoral y uno de los posdoc que terminó entrando a carrera. Los demás estamos o bien en el exterior, o bien no trabajando en investigación. La desazón es más colectiva que individual”.

El problema no es la falta de impacto social de las investigaciones

Pero no sólo se van quienes son explícitamente rechazados en el ingreso a carrera. Las condiciones para investigar se han ido tornando muy difíciles en los últimos años, y eso conduce a que muchos decidan continuar trabajando en el exterior, sin siquiera intentarlo en Argentina. El caso de Carolina Paula Bañuelos, doctora en Biología Molecular y Biotecnología por la Universidad Nacional de San Martín, es, en este sentido, ejemplar: tomó la decisión de no presentarse a beca posdoctoral porque su laboratorio apenas tiene recursos. Los subsidios, desde 2015, fueron sistemáticamente recortados, lo cual impide que avance con sus proyectos. Todo trabajo experimental necesita, para ser llevado a cabo, una importante inyección de dinero que nunca llegó.

Carolina Bañuelos estudiará desde Miami mecanismos de reparación del ADN en pacientes con cáncer. Dice que en su laboratorio se volvió imposible investigar por la falta de subsidios.

“Los Institutos no tienen financiación y hasta comprar guantes es un desafío monetario”, dice Bañuelos, quien, luego de algunas entrevistas por Skype, consiguió una beca en la Universidad de Miami, donde se dedicará a investigar sobre cómo son los mecanismos de reparación del ADN en pacientes con cáncer. Acá, durante su doctorado, investigó una proteína con potencial aplicación terapéutica para diseñar vacunas o fármacos contra el Chagas y contra la enfermedad del sueño. Difícil argumentar que se trata de investigaciones sin impacto social.  

Vivir afuera

Preparar las valijas es un momento triste en la vida de un joven investigador. En este contexto, son pocos los que se van simplemente porque lo desean: la decisión de emigrar es difícil e implica un fuerte sacrificio emocional. “Yo tuve que dejar mi docencia universitaria, la participación en eventos y espacios de intercambio en nuestro país, a mi familia, perdí la posibilidad de ver crecer a mi sobrina”, dice Dvoskin.

Bañuelos, por su parte, asegura: “Si se hubieran dado las condiciones, claro que hubiera apostado por mi país. Es muy duro alejarse de la familia. Pero tuve que elegir entre seguir haciendo lo que me gusta, para lo que me formé por más de 10 años, o trabajar de cualquier otra cosa. Elegí lo primero porque preví lo que iba a suceder con los ingresos a CONICET, pero en el camino quedaron muchos compañeros y amigos”.

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