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¿Por qué los varones usan menos tapabocas a pesar de ser los más afectados por el coronavirus? ¿Qué pasa con la socialización masculina respecto al cuidado de la salud? Nos lo responden varones activistas y comunicadores.
En julio del 2020, fuimos testigos de cómo varios titulares de noticias hacían énfasis en el ahora expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que con motivo de su visita al hospital militar de Washington D.C. usaba por primera vez en tres meses —y no por decisión personal— tapabocas en público. Tres millones de infectados y más de 137 mil muertes después (números registrados en el país hasta el 11 de julio), el mandatario de ese momento accedía a algún tipo de protección.
Aunque ciertamente no faltan mujeres reacias a usar máscaras, nos centramos en esta ¿anécdota?, o bien a los hombres en particular, por dos razones: en primer lugar, son, estadísticamente, los más afectados de manera negativa por los efectos del coronavirus; segundo, un estudio publicado recientemente (falta aún su revisión por pares) nos dice que es difícil lograr que los varones usen tapabocas porque “les da vergüenza y es muestra de debilidad”.
Para quienes transitamos los feminismos desde hace un rato, el dato no nos sorprende en lo más mínimo. La masculinidad tóxica es, además de un problema para las feminidades, una cárcel para los varones. Cárcel con crueles y ridículas reglas y con consecuencias literalmente mortales.
Está comprobado que la necesidad de demostrar fuerza o valentía, dos características fundantes de todo lo que es un “macho”, lleva a muchos hombres a tener accidentes trágicos en donde las lastimaduras son el menor de los problemas.
Según un estudio de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), los varones viven casi seis años menos que las mujeres debido a comportamientos asociados a expectativas sociales de género. ¿Qué significa esto? Para entenderlo nos tenemos que ir muy al principio, a las infancias, momento en el cual comienzan a dividirse las cartas respecto a cómo debemos ser de acuerdo al género que nos asignaron al nacer.
Las características las tenemos muy claras, el que tiene la suerte y la desgracia de nacer con pene debe ser fuerte, no tiene que tener miedo, jamás dudas, jamás llorar, ergo, bancárselas todas. Lo sentimental sólo se le está permitido a las feminidades y, aunque puede leerse como algo positivo para nosotras, nada más lejos: ser los seres sentimentales en toda esta ecuación nos quitó históricamente, entre muchas otras cosas, la posibilidad de la razón, potestad varonil por excelencia.
Pero esa razón que suponen todos los hombres, recontra puede fallar. De hecho, como dijimos más arriba, falla tanto que hasta les quita años de vida. La necesidad de ocultar cualquier tipo de vulnerabilidad deja a los varones intentando ocupar el papel de Arnold Schwarzenegger pero sin tantos músculos y en Belgrano, muy muy lejos de Hollywood.
Pero frente a una pandemia, hasta Arnold estaría protegido. No nos olvidemos de que él tiene una armadura de acero, armadura que le serviría para no contagiarse. No así a Santi, que va al supermercado a comprar papas fritas con el barbijo en la pera porque sino no se pueden ver sus bruscos rasgos de macho cabrío.
Para entender este fenómeno, desde Filo.News hablamos con Luki Grimson, militante de Desarmarnos - Masculinidades en cuestión (Nueva Mayoría) y trabajador en Derechos adolescentes y jóvenes en salud integral, Lucho Fabbri, Doctor en Ciencias Sociales (UBA), licenciado en Ciencia Política (UNR) y Coordinador del área de género y sexualidades de la UNR, Pablo Gonzalez, Licenciado Ciencias Biológicas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA) y uno de los fundadores del colectivo de comunicación de la ciencia El Gato y La Caja, y Fabricio Ballarini, neurocientífico, postdoctorado de la Facultad de Medicina (UBA) y también comunicador.
Mientras varios países avanzan, o están pronto a hacerlo, hacia la relajación de las pautas de aislamiento, es importante que las personas tomen medidas preventivas para evitar que el virus comience, de nuevo, a extenderse exponencialmente.
Y aunque una medida en particular, la de usar tapabocas, se hizo explícitamente obligatoria en muchos lugares, no tiene completa adhesión en un pequeño segmento de la sociedad y esos son, como dijimos más arriba, varones. Pero, ¿qué factores sociales motivan esta resistencia que pone en peligro, deliberadamente, a las personas que los rodean?
En el estudio mencionado, que indaga en las diferentes conductas de prevención de hombres y mujeres, y llevado a cabo por Valerio Capraro de la Universidad de Middlesex de Londres y Hélène Barcelo del Instituto de Investigación de Ciencias Matemáticas en Berkeley, les investigadores realizaron un experimento online a casi 2500 participantes estadounidenses para evaluar, justamente, la mentalidad masculina en torno a la intención de cubrirse la cara.
¿Qué fue lo que descubrieron? En primer lugar, como ya adelantamos, que los hombres son menos propensos que las mujeres a usar una máscara facial, pero también que son menos propensos a creer que se verán gravemente afectados por el coronavirus.
Asimismo, encontraron una gran diferencia entre hombres y mujeres en lo que respecta a las emociones negativas autoinformadas que vienen con esa simple tira de tela en la cara.
“Les preguntamos [a los participantes] en una escala del uno al diez cuánto estaban de acuerdo con cinco declaraciones diferentes: ‘Usar mascarilla es genial’, ‘Usar mascarilla no es genial’, ‘Usar mascarilla es vergonzoso’, ‘Usar mascarilla es un signo de debilidad’ y ‘El estigma asociado a la mascarilla me impide usarla tan frecuentemente como debería’”, explicó Capraro, coautor. ¿Las afirmaciones que mostraron la mayor diferencia entre hombres y mujeres cuáles fueron? Si, las últimas dos. ¿Por qué tomar estos riesgos para sí mismo y para los demás?
“Me parece que también hay una responsabilidad colectiva en la cual, una vez más, los varones somos quienes menos nos hacemos cargo. Es el momento de desarmarnos, de repensar nuestra masculinidad porque la pandemia de alguna manera profundiza estas problemáticas pero también las pone sobre la mesa”, reflexiona Grimson.
Por su parte, Fabbri analiza: “Esa brecha de género en el uso de tapabocas es como síntoma específico de una brecha de género más amplia en torno a las tareas de cuidado en general y de cuidado de la salud en particular. Y eso responde básicamente a la socialización de género masculina en ciertos valores que tienen que ver con la omnipotencia o negar la propia vulnerabilidad y fragilidad. Suponiendo que a uno no le va a pasar nada y que el resto está exagerando o dramatizando. Eso muchas veces redunda en ciertos valores de autosuficiencia y de mayor exposición a conductas de riesgo. ‘A mí nadie me dice lo que tengo que hacer’. ‘Usar tapabocas es para las mujeres’ o ‘ese marica’ ya que se interpreta como un signo de debilidad”.
Cuando surgió el VIH en Estados Unidos (y acá hacemos una pausa para aclarar que el virus de inmunodeficiencia humana, que en los casos más graves de infección puede provocar el sida, y el SARS-Cov-2, causante de la enfermedad de Covid-19, no tienen relación alguna más que su naturaleza reproductiva), una parte clave de la respuesta de salud pública fue instar a un uso constante del preservativo. Aunque el consejo tenía un sentido obvio, en algunos sectores de la población, la gente se resistió. Desde el campo de la medicina y la psicología comenzaron, entonces, a investigar qué sucedía detrás de esta resistencia.
Descubrieron que entre los hombres que tenían relaciones sexuales con mujeres, la masculinidad, otra vez, se asociaba con el rechazo al uso de condón. Esta ideología, que hoy en día la Asociación Estadounidense de Psicología define como un conjunto de estándares que incluyen la antifeminidad, evitar apariencia de debilidad, y conductas de aventura, riesgo y violencia, ciertamente moldeaban el comportamiento de rechazar algo tan básico como prevenir la transmisión de enfermedades.
“Ante otros varones se devalúa su masculinidad el tener que asumir que están en situación de riesgo y que eso amerita adoptar conductas de cuidado y conductas de cuidado que además están, de algún modo, definidas por otros. En este caso por el Estado. Eso también implica asumir una especie de relación de dependencia o de subordinación en el marco de una jerarquía interna, cosa que tampoco es algo muy apreciado por las masculinidades”, analiza Fabbri.
Según la Organización Mundial de la Salud, los hombres acceden (o buscan) menos a la atención médica que las mujeres y es mucho más probable que los hombres mueran a causa de enfermedades prevenibles y tratables.
En países con epidemias generalizadas de VIH, por ejemplo, los hombres son menos propensos que las mujeres a hacerse la prueba del VIH, tienen menos probabilidades de acceder a la terapia antirretroviral y más probabilidades de morir de enfermedades relacionadas con el SIDA que las mujeres. Del mismo modo, los pacientes masculinos con tuberculosis parecen ser menos propensos a buscar atención que las pacientes femeninas con tuberculosis.
El informe también destaca la diferencia en las causas de muerte entre ambos géneros: algunos biológicos, otros influenciados por factores ambientales y sociales, y otros afectados por la disponibilidad y la aceptación de los servicios de salud.
“Cuando una pareja heterosexual necesita acceder al sistema de salud por algún motivo, lo terminan haciendo las pibas. Creo que eso también se ve reflejado en estos contextos en los que la circulación del coronavirus y la prevención de los contagios, digamos, depende de nosotros mismos y hay una responsabilidad colectiva la cual, una vez más, los varones somos quienes menos nos hacemos cargo”, explica Luki.
Pero eso no es todo. Según el viceministro de Salud bonaerense Nicolás Kreplak, el 70% de quienes se comunican en la provincia de Buenos Aires para donar plasma convaleciente —relevante para el tratamiento de las personas que aún están en vías de recuperación para el Covid-19—, son mujeres. “Siendo que la enfermedad tiene una leve prevalencia mayor en los varones, el dato es interesante para reflexionar respecto del rol de cuidado social de las mujeres", sostuvo el funcionario durante una conferencia de prensa este lunes.
Hoy en Argentina los roles de género se encuentran en constante cuestionamiento. Las feminidades ya forman parte activa del mundo productivo y si bien aún el 76% de las tareas domésticas continúan estando a cargo nuestro, las reglas del juego no son las mismas. La división de la limpieza, el orden y el cuidado en los hogares es clave a la hora de hablar de los cambios que absorben las nuevas generaciones.
La Educación Sexual Integral, biblia de los feminismos y de las infancias, no sólo da herramientas para enfrentar el mundo exterior respecto a la sexualidad en su totalidad sino también busca desarmar estos discursos vetustos que continúan vigentes en muchas escuelas, hogares y enciclopedias.
Enseñarle a tus hijos que un verdadero hombre es el hombre que no llora no sólo tiene implicancias a la hora de expresar sus emociones sino también, como ya quedó demostrado, en el momento de afrontar una pandemia y preservar su salud y la de los demás.
¿Pero es la ESI suficiente? ¿Son los feminismos efectivos? ¿Los varones entienden que deben empezar a desactivar estas peligrosas conductas de género? “Me parece que también hay que poder pensarlo más allá de lo individual o de lo interpersonal, y situarla en el marco del sistema de organización social, de las relaciones de poder que hay que transformar. Y para eso necesitamos políticas públicas, por ejemplo, destinadas a la implicación de los varones en las tareas de cuidado, que son políticas de salud, pero que también son políticas educativas”, explica Fabbri.
Según el Boletín de Género del Observatorio Nacional de Violencia Contra las Mujeres del INAM, a partir de los datos que recoge el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) sobre la Encuesta Permanente de Hogares, respecto a las tareas de cuidado remuneradas, atención de personas y servicios de limpieza, existe un fenómeno de feminización: el 73.4% de estos trabajos son realizados por mujeres. Sin profundizar en que, además, este sector gana 30% menos que el resto de los sectores y que, cuando se trata de empleados varones, reciben, el promedio, salarios más altos.
“Tienen que ver con las políticas sindicales y del mundo del trabajo. Digo de qué manera socializamos a los varones para que el cuidado deje de ser, digamos, una cuestión secundaria, desjerarquizada, privada y feminizada, y pase a ser parte central de la organización del mundo del trabajo y la economía, y también, de algún modo, de la vida de los varones”, reflexiona Fabbri.
Entonces, claro. No sólo hay que concientizar desde los feminismos sobre cómo la masculinidad tóxica interfiere en la calidad de vida de los varones sino que, además, tiene que haber esta perspectiva a la hora de aplicar políticas públicas. Pero, ¿qué tipo de campañas pueden ayudar a que ellos entiendan que cuidarse no es sinónimo de debilidad sino de inteligencia?
“Tiendo a pensar siempre que las personas nos movemos en tribus y que una campaña que admite eso y busca referentes de esas tribus (referentes en lo posible queridos y no fácilmente alineados con un partido u otro), con un mensaje sobre el cuidado común, puede ser la mejor estrategia”, explica Gonzalez. “Algo que sí veo repetido (mucho), es que no se lidera con el ejemplo. Me pareció muy interesante una foto que vi en estos días de Merkel en una reunión con otros presidentes. Ella estaba lejos, en un rincón, con tapabocas. El 100% de los varones de la foto, no”.
Ballarini, por su parte, sostiene que una misma comunicación para todes es un problema, y pone como ejemplo el de los adultos mayores. Está bien establecido que la preocupación es un motivador clave a la hora de cambiar nuestras conductas respecto a la salud, pero en general, la preocupación comienza a disminuir con la edad y también es menor entre los hombres que entre las mujeres. Entonces, “Algo que podía ser una cosa copada evolutivamente para no preocuparse, ahora es un problema porque [los adultos mayores] se descuidan, se enferman y mueren más”.
“El punto es que [la información] no está segmentada para esa edad. No es que hay cuidados especiales para esa persona, es lo mismo para todos. Creo que teniendo la posibilidad de segmentar la información, no se hizo”, continúa. “Le dimos la misma información a ciudades que no tienen cuarentena y estaban en fase 5 que a los que estaban en AMBA, no pudimos aprovechar esa forma de comunicar”.
Por otro lado, Lucho Fabbri refuerza la importancia de quitarse el sesgo de género a la responsabilidad en las conductas de autocuidado y marca una incómoda pero cruda realidad. “Cuando hablamos de un virus altamente contagioso la desresponsabilización implica mayores riesgos. No sólo es que el varón se cuida menos o cuida menos de su salud, sino que al mismo tiempo eso impacta en la salud de otros e, irónicamente, la posibilidad de que el cuidado de la salud de ese varón esté a cargo de una mujer es alta. Ella va a tener que exponerse a contagiarse del virus o, al menos, destinar buena parte de su tiempo o energía en cuidarlo”, indica.
Aún así, ¿es suficiente que los varones entiendan que cuidarse es cuidar al otre? ¿Con dividir estas tareas, alcanza? ¿Con políticas públicas que los incluyan, funciona? Lo cierto es que si bien suma, aún los roles de género en nuestra sociedad se encuentran muy estandarizados y se forman desde nuestras infancias. Así, la socialización, objetivos y deseos, hasta nuestras responsabilidades, tiene un sesgo de género que hay que comenzar a desarmar.
“Yo creo que en general los varones no saben que las tareas de cuidado les corresponden. Pueden escuchar que les corresponde, pero eso no implica asumirlo. Y no me refiero a los términos prácticos, porque son ideas absolutamente racionales. El tema es que nuestras prácticas en torno al género tienen que ver más con nuestras creencias que con nuestras ideas, y lo cierto es que las creencias responden a una socialización de género que nos dice que los varones no nos tenemos que cuidar y que el cuidado le corresponde al universo femenino. Entonces creo que hay que trascender, digamos, los discursos políticamente correctos para ver cómo interpelan esas creencias. La idea es que haya una implicación más genuina en la responsabilización de los varones en torno a las tareas de cuidado”, finaliza Fabbri.
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