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Sommelier y periodista, nació en tierra de reyes pero decidió mudarse a nuestro país, estudiar nuestros vinos y compartir su experiencia con el resto del mundo. Puertas adentro, quiere que entendamos que hay vida más allá del Malbec. Y tiene una receta para lograrlo.
Esta es nuestra serie de entrevistas a personas que nos interesan mucho en este momento: que están comiendo, qué están bebiendo, qué están haciendo y sobre todo, qué es lo que los hace seguir haciéndolo.
Cuando le propuse hacer esta nota, Sorrel estaba en Río de Janeiro. No esperaba menos: periodista, sommelier, crítica gastronómica, cronista de viajes, productora de eventos y amiga de hoteleros, restaurateurs, emprendedores y enólogos, gran parte de su cotidianidad parece desarrollarse en el aire, ya sea en una cabina presurizada o en ese limbo singular que consiste en comer y beber bien, conocer nuevos destinos y meterse en piletas impresionantes (esto lo entienden quienes la siguen en las redes: qué envidia su pool of the day).
En la intimidad, sin embargo, uno enseguida se da cuenta de que Sorrel Moseley-Williams, a sus 42 jovencísimos años, tiene los pies bien puestos sobre la tierra. Incluso literalmente: entre su viaje a Río y nuestra conversación final, estuvo en Mendoza experimentando la cosecha y trabajando en SuperUco, la bodega de los hermanos Michelini donde Germán Martitegui instaló una versión cuyana de su restaurante Tegui. Hay fotos de Sorrel emponchada, siendo feliz y emplatando delicados pasos junto al equipo del celebrity chef. Para ella, lo más importante es probar, aprender, saber y comunicar para contagiar a otros. Todo, claro, a fuerza de formación, tiempo y trabajo.
Sorrel es de Chichester, un pueblo en el condado de West Sussex (sí, de donde son los duques), en el sur de Inglaterra, "lo que a mí me gusta llamar con mucho cariño 'el nuevo Champagne' -dice-. Nadie piensa que Inglaterra hace vino, pero hay un súper boom del espumoso inglés y yo justo soy de esa zona: es una linda casualidad". Llegó a nuestro país en 1998, pero estuvo apenas un año en una suerte de intercambio de la facultad; se instaló definitivamente en 2006, vivió en la costa bonaerense y después en Capital Federal. "Empecé a trabajar en el Buenos Aires Herald. Yo me bancaba, todavía podía salir a comer con mis amigos, y en algún momento empecé a hacer reseñas para la sección gastronómica. Bastante rápido, gente de prensa se dio cuenta y me empezó a invitar a las catas. Me acuerdo que fui a una con el dueño de una bodega importante y yo no sabía ni cómo escupir... Básicamente, me puse en pedo".
Esa inexperiencia simpática no duró mucho. Se anotó en la carrera de sommelier profesional de CAVE (Centro Argentino de Vinos y Espirituosas), curvando un poco su destino: Sorrel tenía decidido desde los 7 años que iba a ser periodista (de chica admiraba al crítico gastronomico A.A. Gill y sus aportes al Sunday Times) y no se había distanciado de ese camino hasta entonces. "Obviamente, siendo inglesa, el alcohol está en mi ADN, pero nunca fue algo que pensé", recuerda. "Me dije: 'Esto termina en dos años', pero en la primera clase me di cuenta de que era una nueva relación para el resto de mi vida". Fun fact: compartió la cursada con Pedro Aznar, pero no tenía idea de quién era.
Desde ahí, todo se encausó y sus pasiones se integraron. Se recibió en 2014, siguió escribiendo en el Herald -hasta su cierre, hace casi dos años-, empezó a colaborar en medios de afuera -actualmente, escribe en Decanter, Wine Enthusiast, Imbibe y Wine Selector, entre otros- e inició su trayectoria en el mundo del vino, primero con una pasantía en Sunae (donde ahora es sommelier ejecutiva) y más tarde desempeñándose en otros lugares como La Locanda, Casa Cavia y Fayer. ¿Lo mejor? Sus eventos: una historia que arrancó con algo chiquito en un restaurante que ya no existe en Las Cañitas y se convirtió en una forma de vida.
"Empezó como algo muy casual con un amigo de Estados Unidos en un restaurante vegetariano. Cuando su pareja de entonces, Eugenia Villar, ahora mi socia, se recibió como sommelier, lo repensamos un poco y empezamos a hacer algo más serio pero divertido a la vez". El primer encuentro oficial de Come Wine With Us, el ciclo de pop-ups que propone consumir vinos por copa y tapear en un ambiente distendido, fue en el bar Tirso, en Cabrera y la vía (Palermo), en 2016. "Fue chiquitito, 25 amigos y una bodega. Hemos crecido a tal punto que en enero tomamos el Palacio Duhau", cuenta Sorrel. Dice "tomamos" porque Come Wine With Us siempre supone un take over de las locaciones elegidas: "Cambiamos la carta de vinos, cambiamos el lugar y además cambiamos la comida. Es: 'Esta noche solo vamos a servir nuestros vinos por copa y ustedes pueden poner sus platos pero un poco más chicos para que la gente comparta'". La esencia de estos pop-ups tiene que ver con expandir la cultura del vino y ayudar a los argentinos a crecer como consumidores. "La industria del vino está en un momento complicado, mucha gente elige la cerveza y hay que encontrar la vuelta para incentivar a clientes nuevos: ya sea atraer a la juventud o lograr que la gente más grande salga del Malbec como si fuera la única cosa que existe. Siempre fue la meta de nuestro evento. Mostrar cosas distintas, no necesariamente escondidas, pero abrir las puertas", explica.
Las próximas fechas son el 19 de marzo en Casa Cavia, el 27 de marzo en Fayer y el 17 de abril en The Clubhouse, para celebrar el Día del Malbec (o hacer un Anti Malbec: todavía no está decidida). En cada oportunidad se pueden probar 12 vinos distintos y la entrada es gratuita. "No es degustación, nadie habla, nadie está parado en un horario fijo. Venís después del trabajo, tomás una copa, te vas o te quedás toda la noche. No cobramos la entrada al evento: es mucha fe de nuestra parte, es un riesgo que en vez de 150 personas comprometidas te caigan 100. Pero es un riesgo que tomamos porque creemos que el vino es para todos. Los precios de las copas son razonables, uno puede venir con 100 mangos en el bolsillo y probar algo. Muchos todavía compran el vino en el supermercado y queremos inspirarlos a que vayan a la vinoteca".
Rompiendo el molde de las degustaciones y democratizando la llegada a determinadas etiquetas difíciles -no tanto por su precio, sino por su disponibilidad-, Sorrel y su socia logran que una persona no conocedora pueda encontrar las diferencias entre dos Sauvignon Blanc y entrenar su paladar en cepas desconocidas como Garnacha o Malvasía mientras habla con sus amigos de las próximas elecciones o de los planes para las vacaciones. "Es todo muy descontracturado. En el Hyatt lo llamaron 'un poco hippie' pero bueno, es un hotel de 5 estrellas (risas). Simplemente queremos que la gente encuentre la vuelta con el vino", asegura. "Quiero transmitir lo que yo vivo, inspirar y emocionar a las personas para que tomen más vino. Y que sea vino bueno. Cada uno con lo suyo, no voy a decir que no le pongan soda o hielo, aunque capaz por dentro me mate un poquito. Quiero que aprendan a tomar vino y a apreciarlo porque es un mundo hermoso".
¿Qué hay en el horizonte para Sorrel? Proyectos: llevar Come Wine With Us al resto del país (ya estuvieron en Mendoza y están planeando algo en Jujuy), hacer su propio vino (está imaginando un Cabernet Franc desde hace un tiempo) y seguir prestando atención y compartiendo las perlitas que ofrece el vino argentino. Sobre eso, puede hablar horas. "Me gusta que están jugando más. Como en Australia: allá tienen su Syrah, todos lo hacen y es lo que da plata. Pasa lo mismo con el Malbec. Hay regiones y formas distintas de hacerlo, con mucha o poca madera, joven, rosado, espumoso. Está bueno seguir descubriendo al Malbec acá, pero más importante es que se está demostrando que hay más que Malbec. Los blancos que están saliendo son muy lindos, como el Old Vines Semillón de Riccitelli, es un vinazo que habla de una cepa muy antigua. En la ola natural wines se innova todo el tiempo, como lo que hace Andrea Muffato, la enóloga detrás de Gen del Alma: tiene un Cabernet Franc y un Chardonnay en ánforas enterradas en el suelo en Gualtallary, es todo un romance. El Colo Sejanovich está en Tolombón en Calchaquíes, que no es un terruño hóspito, sacando Garnacha, Malbec... El otro día tuve el lujo de cenar con Sebastián Zuccardi en su casa y sacó el Verdejo 2018 que ya no tiene stock porque es un blanco increíble. Es una cepa española, casi nadie lo produce acá. Un proyectito que me gusta mucho se llama Pielihueso y es una familia que tiene una finca en lo que es Casa de Uco, tienen un vino naranjo: un blanco hecho como si fuese tinto. Se fermenta con las pieles. Es algo lindo, familiar, muy prolijo y están haciendo algo distinto. Es el objetivo de Come Wine With Us, donde podemos poner Zuccardi al lado de Pielihueso, que hace 800 botellas, por decir algo. Un Rutini al lado de un Pintom Pinot Noir, de muy poca producción. O el Malvasía de Livvera: cada vez que lo pusimos en el evento se vendió en dos minutos. Ese es otro placer de lo que hago: juntar a los grandes con los chiquitos".
¿Lo mejor que te dijo alguien después de probar un vino que le serviste?
Un poco flojo acá: creo que alguien quiso casarse con uno, pero no me acuerdo ni quién o con qué... Anoche unos amigos se emocionaron con un Pinot Noir de Matías Riccitelli que para ellos era un lujo.
Si tuvieras que comer un solo plato por el resto de tu vida, ¿cuál sería?
Mmm, ramen: carne, especias, verdes, caldo con un poco de grasa, noodles... calentito, muy probablamente me ensucio. Tiene todo el paquete el ramen.
¿Y si solo pudieras ir a un restaurante a cenar?
¡Muy dificil! Elijo Brick Lane, la calle de las curry houses en Londres, donde tendría para entretenerme.
¿Una comida y lugar de tu infancia?
Me acuerdo que yendo a Pizza Express como adolescente para los cumples de amigas me parecía algo bien exótico. Creo que le ponían huevo arriba a la pizza, ¡bien raro en ese momento!
¿Un vino que te haya hecho sentir cosas?
Probé mi primer Cristal en la fiesta de fin de año 2019 del restaurante Don Julio, un cosecha 2009, y es como una droga. Me hice adicta con la primera bocada y entendí todo lo que hay para entender sombre Champagne. Sigo en rehab por el tema.
¿Qué hacés si te ganás la lotería?
Me compro una casa, construyo una cava en el sótano (una de estas tremendas que se encuentra en una bodega como Salentein, para 12), viajo por el mundo juntando y comprando vino (volvería a Australia y Mosela, primero, luego a Champagne, a Sicilia para conseguir esos tintos increíbles volcánicos, al sur de mi país para ese espumoso inglés hermoso...), y voy conociendo a los 12 enólogos más talentosos y hot, los invito a cenar y catar conmigo sus vinos en mi cava espectacular y al toque los convenzo de participar en mi calendario La Lista Hot edición World Winemakers; viene Eduardo Torres a sacar las fotos, sale el calendario y viajo de nuevo para entregarlo en persona a los nuevos friends que hice, haciendo que el mundo sea un lugar más feliz.
¿Dejar las harinas o dejar la carne?
Medio ya dejé harinas, así que las dejaría 100%. Asado gana a pasta pasada.
¿Tres productores de vino que recomiendes?
Productores que he incluido en las dos cartas que ya armé este año para Casa Cavia y Fayer son: Pielihueso, Estancia Los Cardones y Livverá de Escala Humana. Sumaría un cuarto, Canopus que hace el Y La Nave Va Malbec, pero como se agotó el stock, no entró.
¿Te gusta Buenos Aires?
¡Cómo me gustan los trámites! Me gusta que me hagan bullying por mi acento todos los días (y que me pregunten de dónde soy todos los días, que no me molesta nada, y menos cuando suponen SIN PREGUNTAR que soy yanqui: ¡preguntame primero, boludo!), la inflación, que quiebre el diario donde trabajo y que me sigan debiendo 75% de la indemnización... Aquí me quedo. Sí señora. Y, entre Buenos Aires y Brexit, elijo Buenos Aires, jajajaja. ¡Sí, obvio que me gusta! Con 13 años acá en la Argentina y dos reinvenciones propias, es mi hogar. Me gusta mucho mucho su gente, sus sucuchos, amo a mis amigos, los asados, la calidez, la espontaneidad, la diversión, andar en bici en una capital. La vida en la Argentina es un fucking rollercoaster, baby, y estoy bien montada acá.
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