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Análisis | Tesla, la historia de un genio incomprendido

Ethan Hawke personifica a este gran inventor en un drama biográfico tan poco convencional como su personaje titular. 

Análisis | Tesla, la historia de un genio incomprendido

La figura de Nikola Tesla no irrumpió en la conciencia popular hasta bien entrado el siglo XX, mejor dicho, casi hacia sus postrimerías, cuando la historia empezó a reivindicar sus inventos y su genio creativo, siempre en oposición a la magnánima envergadura (y poder) de Thomas Alva Edison. El director y guionista Michael Almereyda -muy asiduo a los documentales- viene a sumar su granito de arena con “Tesla” (2020), drama biográfico que intenta sumergirnos en la vida y la mente de este ingeniero, tan complicado de descifrar como muchas de sus creaciones.

Tratando de borrar la majestuosa (y acotada) interpretación de David Bowie en “El Gran Truco” (The Prestige, 2006), EthanHawke se pone en los zapatos del misterioso Nikola, arrancando en la ciudad de Nueva York, en el año 1884, cuando trabajaba (y colisionaba) para el mismísimo Edison (KyleMacLachlan). Las ideas sobre corriente alterna de Tesla se oponían a la exitosa y emergente corriente continua de Mr. Thomas, un enfrentamiento que abarcó gran parte de su existencia y marca el primer tercio de la película.       

Pero “Tesla” no es una biopic convencional. Almereyda elige a la filantrópica y sagaz Anne Morgan (Eve Hewson) -hija del banquero J. P. Morgan (Donnie Keshawarz)- como narradora, no solo por su fascinación por el inventor serbio, sino por sus ganas de tener una relación un poco más “íntima”. Tesla nunca se casó y se entregó de lleno a sus creaciones, pero esto no le impide, por ejemplo, ruborizarse ante la presencia de la actriz Sarah Bernhardt (Rebecca Dayan), un caprichoso ‘objeto de estudio’ no tan diferente a la electricidad.

El realizador decide correrse de la exactitud histórica para jugar con sus personajes, muchos “¿Qué hubiera pasado si…?”, una cuota de modernidad que se yuxtapone con esos inventos revolucionarios de principios del siglo pasado, y una estilizada puesta en escena (casi teatral) que no siempre se acomoda bien a la narrativa. Almereyda toma riesgos, aunque la trama no fluye orgánicamente. No por la estructura que elige, ni por las constantes intervenciones de la joven Morgan rompiendo la cuarta pared para hacer acotaciones al margen, sino porque intenta contar mucho en muy poco tiempo, yendo y viniendo en acontecimientos relevantes, el misterioso pasado de Tesla y un presente aún más indescifrable como su semblante.

No trates de descifrarlo 

Hawke hace un gran trabajo, pero la figura inexpugnable de Tesla se nos presenta fría y distante, imposible de empatizar con el genio. Almereyda nos pone en la piel de Anne: testigos de estas ideas fascinantes de las cuales queremos participar (o, al menos, penetrar), pero nos terminamos topamos de lleno con la frustración y los muros que el personaje levanta a su alrededor. Los mismos que alejan a su “amigo” y compañero Szigeti (Ebon Moss-Bachrach), otro entusiasta inventor que (tarde) comprende que nunca podrá florecer a la sombra de Nikola.

Más “perturbadoras” resultan las bizarras escenas de humor (o los extraños números musicales) que el realizador intercala como “hechos que nunca ocurrieron”. Momentos que intentan descontracturar situaciones tensas entre los protagonistas o sus propios fracasos, pero la audacia no siempre cobra sus frutos. La ambición estética de Almereyda se pierde en anécdotas maquilladas, telones pintados y la incorporación de elementos anacrónicos que, de alguna manera, fueron “profetizados” por Tesla; sin dudas, un hombre demasiado adelantado a su tiempo.     

Raro como emcendido

“Tesla” tiene muchísimo más valor como experiencia artística que como narración biográfica. Al final, poco y nada sabemos sobre este reservado inventor -pieza clave de la llamada Segunda Revolución Industrial-, que tuvo que batallar con los ricos y poderosos (esos que quieren dominar al mundo) para hacer notar y valer sus grandes ideas. Un Quijote que tuvo que luchar contra los molinos de viento del capitalismo, y hoy es reivindicado constantemente.  

La película de Almereyda tuvo su premiere mundial en el pasado Festival de Cine de Sundance, una eternidad atrás, donde el Coronavirus no era un problema. En medio de la pandemia llegó a la audiencia de manera digital, tal vez, la mejor opción para una historia poco convencional que roza el carácter más experimental del circuito festivalero.

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