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Cine y series #Nada es privado

Análisis | Nada es Privado, docu de Netflix sobre tus datos en Facebook

Facebook, Cambridge Analytica y el poder de la manipulación a través de la explotación de los datos privados.

Análisis | Nada es Privado, docu de Netflix sobre tus datos en Facebook

Hace poco más de un año Carole Cadwalladr destapó la olla de Cambridge Analytica, la empresa de análisis de datos que utilizó la información privada de más de cincuenta millones de usuarios de Facebook para desarrollar herramientas que le permitieran influir en algunas de las campañas políticas más importantes de la última década. La última producción de Netflix explora las diferentes aristas del conflicto intentando concientizar al público acerca de los peligros del mundo digital.

Nada es privado (“The Great Hack”) repasa el ascenso y caída de la consultora —que ofrecía sus servicios prometiendo 5000 puntos de información de cada votante norteamericano- a través de las experiencias de su fundador y CEO Alexander Nix, una de sus analistas estrella (Brittany Kaiser), y Christopher Wylie, el primer arrepentido y el informante que desató el escándalo. Completan el elenco principal la propia Cadwalladr contando la persecución y el acoso que sufrió durante la investigación, y David Carroll, el profesor norteamericano que inició una demanda para obligar a la empresa a revelar qué tipo de información suya tenía almacenada en su base de datos (spoiler: no lo consiguió).

Aunque Cambridge Analytica trabajó durante años en varios países del mundo, el documental se enfoca en la campaña Leave.EU, que resultó en el referéndum Brexit y la separación del Reino Unido de la Unión Europea, y la campaña de Donald Trump de 2016 que lo llevó a la presidencia de los Estados Unidos. La elección presidencial de Argentina de 2015, que también formó parte de las noticias el año pasado, es mencionada como parte del currículum de la empresa entre otros “logros”.

La campaña presidencial de 2015 en la presentación de Cambridge Analytica | Imagen: Netflix

Esas tres elecciones tienen en común que sus resultados fueron muy ajustados, y eso se debe a que fueron decididas por el principal objetivo de Cambridge Analytica: lo que la empresa llamaba los “persuadables", los típicos indecisos y fáciles de convencer. A partir del análisis de su perfil de Facebook, cada uno de los 50 millones de usuarios (que luego Zuckerberg admitió eran en realidad 87 millones), era catalogado y los analistas de Cambridge Analytica procedían luego a enfocarse en el sector más susceptible a la manipulación, con una campaña basada principalmente en la difamación y los mensajes de odio hacia los candidatos o la propuesta alternativa, y la reafirmación de los propios miedos e inseguridades.

Quizá la mejor muestra del poder de la sugestión y la manipulación sea el segmento que explica cómo afectó la empresa la campaña de Trinidad & Tobago de 2013, en la que incitaron a parte del electorado (más propenso a votar por el oponente de su cliente) a no emitir su voto. A través del (irónico) eslogan “Do So!” (“Hazlo”), la estrategia era apelar a la apatía de los jóvenes para que no votaran como una forma de resistencia a la clase política. La campaña tuvo mucha aceptación en representantes de ambos partidos, pero los analistas sabían que los electores afines a su cliente serían (por una cuestión cultural) obligados por su padres a participar de la elección y harían la diferencia.

“La gente no quiere admitir que la propaganda funciona”

Como pieza informativa y de desglose de los últimos dos años Nada es privado es efectivo, aunque un tanto caótico. El documental viaja entre el material de archivo y las entrevistas propias sin referencia gráfica o visual y complica la creación de una línea de tiempo clara, priorizando el impacto dramático por sobre la comprensión de la cronología. Gráficamente también es poco claro por momentos, abusando de representaciones de “la internet” propias de la película Hackers (1995) y apelando a la realidad aumentada para mostrar mensajes (privados o de Twitter) sobre el discurso hablado, generando una innecesaria confusión.

Los directores Karim Amer y Jehane Noujaim tienen un claro mensaje en mente: “la privacidad de los datos es un derecho humano”, una causa noble y genuina. Pero la conclusión a la que arriban es en realidad la premisa, solo que el documental se ocupa primero de construir una narrativa (con héroes y villanos) que la sostenga. Cuando el narrador se pregunta qué pasó con ese maravilloso mundo conectado que nos prometieron elige obviar la respuesta más dura pero real: este es ese mundo, uno que indefectiblemente va a convertir a defensoras de los derechos humanos como Brittany Kaiser en miembro de la NRA y manipuladora de masas porque “los malos” pagan mejor.

Hay una regla tácita en internet que dice que cuando el producto es gratuito, el producto es el usuario. Facebook, Google, Microsoft, Apple y el resto de las compañías que ofrecen servicios sin cargo lo hacen porque se nutren de la forma de uso de esos mismos servicios para luego vender esa información. La utilización de los datos es parte intrínseca del contrato y por desgracia, como sí especifica la película, no es alcanzada por gran parte de la legislación actual.

Culpar las victorias de Brexit, Trump e incluso Mauricio Macri al accionar de las redes sociales implica dejar afuera un aparato de comunicación que sostuvo durante meses o años los mensajes (por más ridículos que fueran) generados en esos centros de control. No quedan dudas que Cambridge Analytica obtuvo los datos de forma ilegal y los utilizó inescrupulosamente para servir a sus clientes, y que Mark Zuckerberg y compañía eligieron mirar para otro lado cuando fueron puestos al tanto, pero mientras levanta el dedo acusador y da vueltas alrededor del mismo tema, el documental se olvida de considerar a los comunicadores y la propia voluntad del electorado como parte de la ecuación.

Asimismo, villanos como Alexander Nix y Mark Zuckerberg y el resto del aparato de propaganda existen y existirán siempre, pero es tarea de nuestros representantes controlarlos y velar por nuestra seguridad, en particular por aquella de los más vulnerables.   

“La gente no quiere admitir que la propaganda funciona,” dice David Carroll. “Porque reconocerlo significa admitir nuestra propia susceptibilidad, horrible falta de privacidad e irremediable dependencia en las plataformas que arruinan nuestras democracias por varios frentes.”

Nada es privado finaliza con parte del discurso de Carole Cadwalladr en una reciente charla TED, en la que apela a la ética de los CEOs para que acepten que las tecnologías que crearon para acercarnos ahora nos están separando y afectando el curso normal de la democracia, preguntándoles si es así como quieren que los recuerde la historia. 

Cadwalladr también le pregunta al público presente si lo que quieren es sentarse y jugar con el teléfono mientras “esta oscuridad” los atrapa, una discusión igual de necesaria. Porque hay manos negras detrás de las fake news, de las campañas de difamación y de los datos falsos, por supuesto, pero en la era de la información también es responsabilidad nuestra, de los electores, mirar más allá del círculo de confort que nos alimenta con los datos que nos hacen sentir a gusto porque confirman nuestras propias creencias, y ver la realidad que nos rodea.

El documental de Netflix, aunque con varios minutos de más, es una buena puerta de entrada a un conflicto más profundo, que quizá apela demasiado al drama y al impacto sin invitar al público a analizar demasiado su propio rol y la confianza en los manipuladores con nombre y apellido que le dan entidad a los trolls y las fake news día a día. Esas limitaciones son comprensibles si consideramos que Netflix también produjo “El Mecanismo”, una ficción basada en el caso Petrobras que Lula da Silva y Dilma Rousseff acusaron de manipular la percepción del pueblo brasilero en un año electoral.

Que la gente se despierte, pero no tanto.

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