El cine de terror se recibe con los brazos abiertos no importa la latitud de la que provenga, siempre y cuando traiga un poco de aire fresco al género, ideas originales o resignificaciones sobre temas, personajes conocidos o mitologías. Lamentablemente, “La Marca del Demonio” (2020) no entra en ninguna de estas categorías y nos entrega una historia trillada, cargada de clichés, con actuaciones, efectos y una puesta en escena demasiado pobres como para rescatar algún elemento que se destaque.
El director Diego Cohen y el guionista Ruben Escalante Mendez se inspiran en Lovecraft y su Necronomicón, clásicos como “El Exorcista” (The Exorcist, 1973) y hasta en personajes como John Constantine para este relato que arranca en alguna zona rural de México donde un avejentado sacerdote intenta salvar el alma (y la vida) de un pequeñín, en apariencia, poseído. Sus intentos no dan resultados, el niñito muere… o no tanto. La única explicación es un extraño y antiguo libro que, treinta años después, va a parar a las manos de la doctora Cecilia de la Cueva (Lumi Cavazos), filóloga que tiene como tarea descifrar su significado.
Cuesta entender que un texto tan arcaico y frágil se maneje de manera tan casual, pero el libraco termina en casa de la profesora, manoseado por sus hijas adolescentes, Camila (Arantza Ruiz) y Fernanda (NicolasaOrtíz Monasterio), quien no duda (¿?) en leer algunos de sus oscuros pasajes en latín, invitando a los espíritus malignos. Lo que parece un simple juego pronto se convierte en realidad cuando Fernanda empieza a ser acechada por un demonio. Claro que mamá y papá no lo creen así, y recurren a la medicina para entender el trastorno que sufre su hija.
Pero Camila tiene la mente más abierta y, deduciendo que se trata de una posesión, intenta buscar la ayuda del padre Tomás (Eduardo Noriega), un sacerdote adicto a la heroína que encara este tipo de casos con la asistencia del joven Karl Nüni (Eivaut Rischen), quien carga con sus propios demonios, literalmente hablando. Si hasta acá, el argumento les resulta demasiado obvio y conocido, lo que sigue a continuación no es mucho mejor.
El problema principal de “La Marca del Demonio” es la falta de construcción de un universo mínimamente verosímil para una historia que da pocas explicaciones y motivos (¿cómo llegó el Necronomicón a las manos de un niñito?). El padre Tomás, por ejemplo, bromea sobre la influencia de Hollywood a la hora de flashear exorcismos, pero la película de Cohen no hace más que reforzar los lugares comunes de estas narraciones harto conocidas. Ni el director ni su guionista aportan algo nuevo, ni se amparan en la cultura mexicana, tan rica en su relación con la muerte y el más allá. En cambio, juegan con cuerpos que se elevan, ojos teñidos de negro, paredes que tiemblan y lenguajes extraños, con la intención de crear algún susto o, al menos, una mínima inquietud por los personajes atormentados que nuca se logra.
Lo único que consiguen es tedio (y eso que el film apenas dura 82 minutos) y enojo debido a las terribles actuaciones de sus protagonistas y una historia que no sabe muy bien dónde poner el foco. ¿Es el relato de la familia De la Cueva y sus hijas o del dúo dinámico de exorcistas y su estrecha y poco saludable relación? Ambas tramas se quedan cortas al momento de su desarrollo y un desenlace que deja más preguntas que respuestas.
¿De qué trata realmente “La Marca del Demonio”? ¿Sobre una entidad que nunca conocemos? ¿Sobre ese niñito que volvió de la muerte y ahora combate a otros seres del más allá para expiar sus culpas? ¿Sobre estas dos jovencitas que hacen todo lo que no deberían (obviamente, nunca vieron una película de terror en sus vidas) y se guían por algo que escribió H. P. Lovecraft hace casi cien años? Esta apuesta mexicana que se estrena directamente en la pantalla de Netflix no ofrece muchas respuestas y solo nos deja una ensalada de tramas y personajes que se cruzan casi azarosamente.
Esas primeras imágenes del México rural muestran una intención artística interesante y muy diferente a lo que viene después en el contexto de la ciudad, la casa de los De la Cueva, las callecitas urbanas y algunos escenarios carentes de toda inspiración, otro ejemplo de la desprolijidad de una película muy mal llevada, que nos hace imposible empatizar con ninguno de sus personajes. Ni con las chicas que sufren (jódanse por abrir y leer el libro guardado bajo llave), el sacerdote y sus adicciones o el extraño Karl, quien parece estar más muerto que vivo.