Historia de una hazaña (I): los comienzos de la carrera espacial
En medio de la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética se plantearon un objetivo imposible que derivó en una insólita carrera por llegar a la Luna.
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano fantaseó con llegar a la Luna, el gran astro dominante de los cielos nocturnos. Saber qué había allí fue un misterio para varias culturas de distintos lugares y épocas, pero la idea de llegar en algún momento a pisar su superficie fue, durante mucho tiempo, apenas una fantasía, un sueño.
¿Quién podría llegar a la Luna? Solamente una deidad, no un hombre común y corriente. Pensar, en serio, en esa posibilidad, era solo para locos: no había forma de alcanzarla ni cuerpo que pudiera resistir el rigor de un viaje de casi 400.000 kilómetros.
Los primeros "viajeros"
Por eso no es casualidad que los primeros que viajaran a la Luna fueran los poetas y escritores, como Cyrano de Bergerac, quien en sus obras ideó un curioso método utilizando frascos llenos de rocío que, al ser evaporado por el Sol, podía hacer ascender a un hombre hasta nuestro satélite natural. Edgar Allan Poe, por su parte, pensó en algo más tradicional, un globo; pero el más inquietante al día de hoy sigue siendo Julio Verne, con su inmortal obra De la Tierra a la Luna, publicada en 1865.
La visión de Verne no era meramente producto de una visión imaginativa futurística (de hecho, había calculado distancias y velocidades que luego fueron aplicadas al mundo real). Lo que hizo fue utilizar datos matemáticos provenientes de sabios amigos de la época para construir su novela más científica: en ella, Verne decía que, de poseer la tecnología para recorrer esa distancia y a esa velocidad, un viaje tripulado a la Luna era posible.
Los que se atrevieron a imaginar seriamente la llegada a la Luna fueron quienes dieron el verdadero primer paso. Todo lo que siguió quedó inscripto en las páginas de la historia como la gesta más grande que la humanidad haya realizado.
El primer satélite
¿Pero cómo y por qué se tomó la decisión de viajar a nuestro satélite natural? La Historia tiene algo para decirnos.
En el marco de la Guerra Fría que enfrentaba a la Unión Soviética y a Estados Unidos por el dominio del mundo, las noticias corrían como reguero de pólvora. Si hubiera que fijar una fecha de inicio para la Carrera Espacial, que fue una de las tantas formas que adoptó el enfrentamiento entre las dos potencias, sería el 4 de octubre de 1957.
La noticia llegó del otro lado de la Cortina de Hierro: lanzado desde el cosmódromo de Baikonur, en Tyuratam (ubicado en la actual República de Kazajistán), el Sputnik 1 se convirtió en el primer satélite artificial en llegar a la órbita terrestre con éxito. La Unión Soviética había dado el primer paso en la conquista espacial.
El mayor temor de Estados Unidos podía convertirse en realidad: tener en los cielos una “Luna roja”, una plataforma desde la que los soviéticos podrían controlar, espiar y hasta disparar misiles. La Luna fue fijada ese mismo día como principal meta de esa carrera.
Los ingenieros de ambas potencias habían pensado en estaciones espaciales como punto de partida para los futuros vuelos interplanetarios, pero la historia les pasaría muy por arriba. A diferentes lados de la Cortina de Hierro, Sergei Korolev y Werner von Braun coincidían en esta metodología, pero los líderes políticos ya habían decidido por ellos: había que llegar primero a la órbita terrestre y luego a la Luna cuanto antes y como fuera. Las estaciones espaciales quedarían de lado.
La carrera se intensifica
Al mes de lanzado el Sputnik 1, despegaría el Sputnik 2, tripulado por la perra Laika, el primer ser vivo en órbita terrestre. Esto determinó la respuesta de Estados Unidos, primero con el exitoso lanzamiento de su primer satélite artificial en enero de 1958, el Explorer 1 (descubridor de los cinturones de radiación de Van Allen) y luego con la fundación de su agencia espacial, la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio (más conocida como NASA, por sus siglas en inglés).
A pesar del aparente retraso de Estados Unidos frente a la Unión Soviética, la creación de la NASA fue el primer punto donde ambas potencias se diferenciarían, ya que la agencia espacial pasó a centrar todos los recursos y esfuerzos de la nación con un solo objetivo: llegar a la Luna antes que los soviéticos y, así, ganar la carrera espacial.
¿Podría un ser humano soportar las tremendas aceleraciones de un viaje espacial? ¿Aguantaría permanecer hasta doce días en el espacio sin enloquecer? ¿La nave podría hundirse en la superficie lunar con sus tripulantes? Todos esos interrogantes serían la guía que la flamante agencia espacial tendría para seguir.
En principio, era necesario construir un gran cohete que pudiera llevar a una tripulación hasta la Luna; la nave debería tener capacidad y poder de impulso y navegación, como así también sistemas de vida apropiados para sus tripulantes. Una vez llegados, los astronautas deberían valerse de sus trajes espaciales, diseñados para protegerlos en un medio sin aire, con temperaturas extremas y radiación cósmica.
Se prepara el viaje
En 1959, siete hombres, seleccionados de entre más de seiscientos provenientes de las fuerzas armadas, pasaron a integrar el primer cuerpo de pilotos espaciales. El programa espacial tripulado, llamado Mercury, había nacido.
La respuesta soviética no se hizo esperar: antes de que Estados Unidos pudiera colocar un hombre en el espacio, los soviéticos obtuvieron un nuevo triunfo parcial cuando Yuri Gagarin se convirtió en el primer pionero espacial de la historia, orbitando la Tierra una vez en abril de 1961.
Pero el entonces presidente de Estados Unidos, John Kennedy, no se dejó intimidar y propuso ante el Senado la autorización de financiar el programa espacial con el objetivo de colocar seres humanos en la Luna y traerlos de regreso sanos y salvos a la Tierra antes de que finalizara la década del 60.
En los ocho años siguientes, el trabajo que le esperaba a la NASA sería realmente febril: deberían desarrollar las naves, los vectores lanzadores, los trajes para los astronautas, las computadoras de navegación y, por sobre todas las cosas, ensayar una y otra vez la complejas maniobras orbitales que supondrían un viaje tan largo y peligroso como ir a la Luna.
Con los primeros vuelos orbitales tripulados se obtuvieron los primeros datos. Si bien aún quedaba mucho por hacer, con esos primeros éxitos el presidente Kennedy daría su memorable discurso en la Universidad de Rice, en septiembre de 1962, donde aseguraba que había llegado la hora de recoger el guante. Estados Unidos llegaría primero a la Luna, no porque fuera fácil sino, justamente, porque era difícil.
Ese mismo año, una segunda camada de astronautas haría su aparición con el fin de participar en programas espaciales más complejos. Eran pilotos altamente calificados y con capacidades algo superiores a las de sus predecesores, lo que los habilitaba a comandar vuelos desde su bautismo espacial. Entre ellos había un joven llamado Neil Armstrong.
Para seguir leyendo:
Historia de una hazaña (II): la llegada a la luna.
Historia de una hazaña (III): lo que dejó la carrera espacial.
*Licenciado en Periodismo y Comunicación Social. Especialista en historia de vuelos espaciales tripulados, sondas interplanetarias y tecnología espacial.