Plantear un interrogante en plena pandemia y hacerlo sobre el orden global y su eje económico - financiero puede a priori generar una suerte de sobredosis de incertidumbre para el lector.
Pero lo cierto es que incluso frente al equilibrio inestable sobre el que transita la humanidad en este 2020, se pueden pensar algunas cuestiones no menores sobre el sistema internacional y el efecto derrame auspiciado por el coronavirus.
El orden mundial o la nueva normalidad que decanta en la afirmación casi axiomática de que “el mundo ya no será el que conocimos” nos da un buen puntapié en el tratamiento de esta crisis multidimensional: los actores protagónicos y con eso, en primera medida, los Estados.
El Covid-19 ha desencadenado una crisis financiera mundial y está obligando a los Estados a desarrollar paquetes de rescate a escalas nunca antes vistas. Pero como plantea el periodista Schuster, si bien hay muchos progresistas en el mundo felices por la posible vuelta del Estado, la globalización, parece lejos de terminar.
La crisis y la ineficiencia de los liberales económicos no deberían llevarnos a admirar a cualquier régimen por la fortaleza de su Estado. Tampoco a desterrar toda idea de globalización y a cerrarnos en un imposible retorno del Estado-nación como único estructurador social.
Quizás en esto, pueda pensarse al Estado de hoy como una institución intermedia, centrado en reconocer los límites del empeño humano, en contraste con las utópicas ambiciones del pasado reciente: porque no todo puede hacerse, hay que seleccionar lo más deseable o importante entre lo que es posible.
Pero ajeno a los Estados como administradores de la pandemia y aceptado el fiasco de la cooperación e integración, lo verdaderamente compartido y global es la crisis.
En lo económico las proyecciones tienen en la recesión y sus consecuencias su denominador común. Desde lo financiero, la posibilidad de un nuevo orden como interrogante por considerar.
Menos para los que menos tienen
“La economía del mundo se dio vuelta. Está todo dado vuelta”, comentaba en el día de ayer el Presidente de la Argentina Alberto Fernández al referirse al impacto del virus invisible que, al menos en su intensidad, parecería seguir la línea heredada.
Desde China hasta Haití, la pandemia castiga y recrudece el escenario para los países en desarrollo, con la emergencia en salud pública retroalimentada con la crisis económica.
Las mismas fuerzas actúan también en las naciones ricas. Sin embargo, en los países pobres, donde miles de millones de personas viven al borde del abismo incluso en tiempos de bonanza, los peligros se amplifican.
Buena parte de la economía política da por sentado que estamos ante una recesión mundial, sincronizada, que castiga y profundiza la crisis de los países de manera indiscriminada y transforma las fortalezas económicas tradicionales en vulnerabilidades alarmantes.
La novedad del coronavirus no presenta sorpresas en la economía, ¿qué pasará en lo financiero?
Las finanzas globales: una hegemonía en discusión
Estados Unidos ha dominado las finanzas globales de manera exclusiva desde la finalización de la segunda guerra mundial, cuando el actual sistema fue construido. Pero el desastre económico propia de esta pandemia podría abrir un nuevo capítulo, con el liderazgo norteamericano en disputa.
El coronavirus está mostrando que este país no sabe, no quiere o no puede presentarse como un líder global, capaz de aunar esfuerzos coordinados. Esto ha dado a China la oportunidad de demostrar sus facultades, lo que en el largo plazo podría abrir nuevos interrogantes.
Pensémoslo de esta manera. En las finanzas globales, a la fecha y desde hace tiempo, Estados Unidos tiene la pelota, los jugadores y el referí.
Controla el flujo financiero, concentra un cuarto de la economía mundial, su moneda es la que compone buena parte de las reservas de la mayoría de los bancos centrales y cerca del 80% de las transacciones en el mundo se hacen en esta moneda gracias a SWIFT, la red más grande del mundo para transferir dinero.
Pero, ¿que podría plantear China para “corregir” esta situación? Por lo pronto, en el Foro Económico Mundial del año 2017, Xi Jinping advertía la existencia de “un creciente llamado de la comunidad internacional para reformar el sistema de gobernanza económica global”.
Segunda economía más grande del mundo, con un sector bancario gigante y en sostenido crecimiento por más de una década, los bancos chinos tiene más activos que los norteamericanos o europeos. Quizás el gran diferencial sea que buena parte de estas transacciones ocurren al interior del gigante, postergando el efecto derrame de influencia global.
Pero esto se está reviendo. En forma de empresas como ICBC, Huawei o Lenovo, la presencia china es cada vez mayor, al tiempo que el gobierno está comenzando a priorizar el rol de su moneda como divisa de negocios. A contramano de SWIFT, las billeteras digitales se presentan como una herramienta china potencialmente rupturista en el flujo de dinero.
De hecho, el coronavirus ha dejado en evidencia que el mercado chino puede sostenerse como ningún otro emergente, al tiempo que acciones como el envío de 30 toneladas de equipamiento hacia Italia, 500.000 mascarillas a España ( y no las defectuosas que el gobierno de Sánchez compró a un provesor chino), entre otros casos, marcan el compromiso de cooperación global que claro, espera coronarse con el diseño de una vacuna.
Así como el desinterés de los Estados Unidos de Trump es evidente para el mundo entero, la desconfianza e incertidumbre sobre China marca, esencialmente para el ojo occidental, un caso similar. El carácter democrático como negativa y la falta de transparencia evidencian esto.
En cualquiera de estos escenarios, entre otras necesidades en agenda para cuando el orden global esté (re)ordenado, lo seguro parece estar en que la crisis derivada de esta pandemia forzará a rever el estado de algunas democracias, los autoritarismos de otros y las prioridades al interior las sociedades; a pensar el orden internacional, el auge del populismo y las perspectivas para la cooperación internacional.