Como cada fin de semana, Natalia se pone el barbijo, prepara su carrito y va a hacer las compras; lleva la lista con todo lo que tiene que comprar: la fruta, verdura, los paquetes de arroz, las latas de tomate. Llega a su casa, los desinfecta con cuidado, y avisa por teléfono que ya está lista para salir, no sin antes decir la palabra clave. Recién ahí prepara los productos en una bolsa, toma el ascensor de su edificio, camina unos metros y los lleva a la casa de Elisa, su vecina de 81 años, quien la espera en la puerta con su tapabocas celeste.
Natalia Magnani es bióloga, investigadora del CONICET. Trabaja en la facultad de farmacia y bioquímica de la UBA en investigación. En sus tiempos libres, es voluntaria, y forma parte del programa “Mayores Cuidados”, presentado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que contó con la participación de más de 38 mil vecinos, que respondieron a la solicitud de más de 11 mil adultos mayores. Según informó el sitio oficial de la iniciativa, el 91% pidió ayuda para cuestiones de logística, el 3% para asistencia telefónica y el 4% para ambos.
En el caso de Natalia, se ocupa de las compras de supermercado, alimento para sus gatas o remedios de la farmacia. La secuencia se convirtió en una rutina de todos los sábados de cuarentena en las calles de Villa Crespo: “Hoy me volví con premio de llevarle las cosas a Elisa, me regaló una torta de manzana buenísima, ideal para el mate de la tarde”, cuenta. Ambas viven en la misma cuadra, aunque no se conocían de antes: “Estamos muy cerquita, ojalá que podamos visitarnos pronto cada una en nuestras casas, por suerte ahora ya tengo una nueva vecina amiga”, sigue.
Los adultos mayores constituyen el mayor grupo de riesgo frente a la pandemia de coronavirus, y aún así, el 85,5% salió al menos una vez durante la cuarentena en la Ciudad de Buenos Aires, según estudio realizado por la Facultad de Psicología de la UBA. El 70% expresó haber salido a comprar, el 48.2% para ir al banco y el 26.2% para atenderse por salud. En este panorama, Natalia resalta la necesidad del voluntariado y de acompañamiento: “Quizá el aislamiento pueda terminar pronto pero algunas personas van a necesitar seguir con esta contención durante un tiempo”, sigue.
En CABA se encuentra el corazón de la pandemia: tal es así que, en las últimas horas, se registraron 904 casos nuevos de COVID-19, de los cuales 371 tuvieron lugar en la Ciudad de Buenos Aires. Según indicó Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno, el virus se incrementó en un 100%.
Según los últimos informes, ya no quedan barrios porteños sin casos. Retiro, con el 32% de los casos, continúa liderando el ranking de barrios con más infectados, con un índice de 3.321,41 casos por cada 100 mil habitantes, principalmente en el barrio Padre Mugica, con 773 casos más respecto a la semana anterior.
En esa zona caliente trabaja el grupo Voluntarios sin Fronteras, que se reúnen en Villa 31, Villa Soldati, Bajo Flores y Don Torcuato, donde acercan alimentos, higiene, limpieza, kits escolares y barbijos, como también realizan diferentes talleres. Según cuenta la voluntaria Yamila Hoyos, estudiante de comunicación social, alrededor de 100 personas trabajan en voluntariado en los diferentes barrios populares de Buenos Aires.
Todos los días que tiene que ir a los barrios, Yamila se levanta a las 6:30 de la mañana en Caballito para llegar a las 9 a ofrecer el desayuno en Don Torcuato a grandes y chicos, charlar un poco, como también conectarse a través de actividades recreativas, como talleres de arte, manualidades, o debates sobre la educación o el trabajo. “Ser voluntaria para mí es ser parte de un intercambio de valor con otra persona. Es brindar algo que tenés para dar, ya sea tu tiempo, tu escucha, tus conocimientos; y recibir al mismo tiempo el valor de otra persona”, opina.
En barrios donde el tamaño de la olla queda chico, donde falta el agua para lavarse las manos, donde se dificulta el distanciamiento social, en medio de condiciones de hacinamiento y precariedad, los grupos de contención, comedores y centros comunitarios se convierten en el motor de supervivencia y la primera línea de contención: “Los lugares que atendían a 150 personas, de repente atienden a más de 200. Y eso implica una movilización mayor y más concentración de lxs vecinxs. Por eso, se está dando qué hay comedores que tienen que cerrar y buscar otra forma de brindar bolsones de alimento o viandas para que siga llegando a cada familia. Lxs referentes de comedores están dejando su vida y su salud para continuar con su tarea y compromiso con el barrio”, indica.
Según cuenta, a momento de ir al barrio, las medidas sanitarias consisten en usar barbijo y alcohol en gel, durante máximo dos horas. ¿Cómo afecta el virus a la economía popular?“Lxs vecinxs del barrio 31 nos cuentan que no hay control prácticamente: lxs chicxs salen y se juntan en el playón; o se manda a lxs chicxs a hacer las compras porque lxs padres tienen que salir a trabajar y muchas veces ese chicx tiene que volver a su casa donde vive con personas que son pacientes de riesgo, y eso genera un efecto dominó. Porque al no tener elementos de higiene, ¿cómo hacés? Hay problemas de agua que vienen del año pasado y que persisten todavía. Sin agua, imposible higienizarse. Es todo un conjunto de factores que hace que si no te contagiás, realmente es porque tuviste suerte”, detalla.
De esta manera, el coronavirus refuerza las desigualdades históricas y los problemas estructurales y se suma a una serie de reclamos y violencias que sufren en los barrios, por lo cual destaca el rol de voluntaria: “En tiempos de pandemia el rol del voluntariado puede hacer la diferencia, porque salir de esta situación de emergencia sanitaria sin apoyo humano, sin solidaridad, sin empatía ni vinculación con las diversas realidades que hay dentro de nuestra comunidad”, evalúa.
En este sentido, las mujeres fueron designadas históricamente al trabajo no remunerado, con las tareas de cuidado como también las ollas populares en los barrios: “El caso de Ramona Medina (que no fue el único) lo dejó muy claro: la pandemia no lxs está matando, es la desidia, la indiferencia. El principal reclamo es hacia el Estado: que se repartan bolsones de alimentos, kits de limpieza e higiene y que se asista a quienes están contagiadxs”, asegura.
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Como podemos ver, cumplir con la cuarentena obligatoria no es lo mismo para todos, ya que para muchos quedarse en casa no es una opción. En este sentido, la pandemia evidencia la situación de riesgo que enfrenta el colectivo travestis-trans, ya sea a nivel social, económico o estructural, debido a la dificultad de acceso a derechos básicos como salud, trabajo formal o vivienda.
“Cuando empezó el tema de la pandemia empezamos a llamar a les compas trans y las respuestas eran alarmantes: ‘Tengo comida para tres días’, ‘nos están por desalojar’”, explica Luciana Viera, activista transfeminista y responsable de comunicación del Bachillerato Mocha Celis, quien se dedica como voluntaria a “Teje solidario”, una iniciativa de cuidado que presentaron para personas trans en situación de emergencia. La campaña se divide entre donantes y ‘xadrines’, quienes hacen las compras de alimentos o productos de higiene; según cuenta Luciana, en ese momento establecen un ‘match’ geográfico y ponen en contacto a ambas partes para un seguimiento a futuro. En la actualidad, hacen repartos masivos en AMBA, “con más de 700 compañeres y 200 voluntaries”.
Desde su puesto, Luciana destina el 100% de su día a la iniciativa: ya sea para contestar mails o estar atenta a algún pedido de ayuda. “Es realmente mucho trabajo físico y emocional, mucha carga horaria, sin tener una remuneración. Pero la necesidad del colectivo no puede esperar; una hora más de trabajo para mi es un minuto que le vale la vida o un momento horroroso a une compañere que lo está necesitando. En orden de prioridades va a estar siempre el compañere que lo necesita”, confiesa.
¿Cómo afecta la pandemia a la comunidad? “La situación es completamente alarmante -destaca Luciana y sigue- hay datos estadísticos que surgen del libro ‘La revolución de las mariposas’ que creamos en el bachillerato que expresan que un 5,9% nada más de las personas trans tienen estudios universitarios, y un 70 o 80% se dedica al trabajo prostituyente, trabajo sexual. Entonces la cuarentena afecta en un 100%, al no poder realizar tu trabajo y no tener ingresos”, detalla.
Asimismo, resalta: “Al no tener acceso a una garantía propietaria se nos dificulta mucho adquirir un alquiler normal, entonces la mayoría no puede pagarlo y termina viviendo en lugares precarios, en condiciones de hacinamiento (...) También afectó a muchas compañeras que están en tratamiento hormonal o tratamientos de enfermedades crónicas, al no poder tener acceso a una computadora para sacar el permiso, o muchas compas que sufren violencia institucional, en la salud, laboral, con los travesticidios, el silencio en los medios de comunicación”.
“Yo creo que nosotras somos una de las poblaciones más afectadas y vulnerables porque somos una población invisibilizada. La cuarentena expuso y potenció en que posición estamos como colectivo con respecto al resto de la sociedad y profundizó muchos reclamos”, asegura. En este sentido, coincide en que existe una romantización de la cuarentena desde una perspectiva de clase, como también de género: “Más que nada porque ‘quédate en casa’ parte de un supuesto de que todas tenemos una casa y un techo garantizado y esto no es así. Muchas veces esa casa que plantean si esta pero es precaria. Entonces esa romanización de calor de hogar, de familia está pensado más para una mirada heteronormativa, cisesexsta, binaria, de familia tipo. Muchas compañeras no necesitan quedarse en casa, porque necesitan salir a la calle para generar su ingreso”.
En este escenario, ser voluntaria para ella es tener empatía con la otra persona sin importar su condición, su identidad o su orientación sexual, tejer redes para tomar conciencia y profundizar los reclamos por políticas públicas y derechos humanos de los colectivos LGTBIQ+. En el mismo sentido, las organizaciones 100% Diversidad y Derechos y La Rosa Naranja, junto al espacio Orgullo y Lucha, presentaron “Nos cuidamos entre todes”, una campaña que busca asistir y acompañar a personas LGBTI+ en situación de extrema vulnerabilidad de todo el país.
De esta manera, entregan alimentos y productos de higiene, acompañan en situaciones de emergencia límite, regularizan documentación de migrantes, denuncian hechos de violencia policial, brindan asistencia a inscripción a programas sociales. “Pudimos lograr llevar la necesidades básicas a todas las mujeres trans en estado prostituyente, y a toda la diversidad, pudimos subsanar la vulnerabilidad del colectivo. Si esto sigue, vamos a seguir en lucha”, expresa una de las voluntarias.
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No muy lejos de Capital pero con una escenografía completamente distinta, en el Conurbano bonaerense, por su parte, los casos de coronavirus no dan tregua, y golpea una vez más a los sectores más vulnerados. Es por eso que Santiago Tisera, estudiante de ciencia política de 23 años, se reúne dos veces a la semana con un grupo de jóvenes para realizar recorridas nocturnas en Morón, donde comparten tiempo y comida con personas en situación de calle.
Se trata del programa “Calles solidarias”, donde Tisera es ‘voluntario de recorrida’ -que se suma a los voluntarios de transporte y de cocina-. Mensaje va, mensaje viene, se organizan por WhatsApp y dividen todas la tareas: preparan sus termos con algo caliente, retiran donaciones, empiezan a cocinar los cinco o seis kilos de comida. Cada miércoles y domingos, a las 20 horas, se reúnen para ir a la Plaza La Roche, frente a la estación de trenes, donde se ponen en contacto con aproximadamente 200 personas.
Con guantes descartables, tapabocas y alcohol diluido, algunos voluntarios preparan las viandas para distribuir las tres ollas con guiso caliente junto a la bebida, postre, e infusiones. Mientras tanto, otros se encargan de recorrer las calles del centro y encontrarse con personas que no se pueden acercar a la plaza; a pesar de que originalmente caminaban por alrededor de dos horas, por la emergencia sanitaria tuvieron que reducirlo a media hora y en auto, y tuvieron que suspender todos los festejos de fechas especiales o cumpleaños.
“El objetivo es acercarnos para poder conocerlas mejor y poder ayudarlas en la forma que necesiten, involucrándonos en sus historias”, cuenta. Ser voluntario, para él, representa un acto de empatía y una experiencia que “te abre la cabeza”: “Querer aportar algo, lo que se pueda desde el lugar en que se está. Es conocer de cerca la realidad que uno tantas veces ignoramos. ‘Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo’’ es tan cierto como que ‘cada persona es un mundo’, por lo que nuestra tarea es intentar cambiar el mundo, de a un mundo a la vez".
En tiempos de pandemia, su labor es aún más necesario que nunca: “Si no vamos nosotros, nadie se interesa en ellos. La gente cuenta con nosotros, y es nuestro compromiso y desafío cumplir con esa expectativa, así como en este contexto también lo es hacer todo lo necesario para cuidarnos entre todos (...) la organización comunitaria, desde ONGs hasta ollas solidarias organizadas por los mismos vecinos, están para poder paliar todas estas trabas, pero a veces ni eso alcanza para las situaciones realmente desesperantes que viven miles de familias”, expresa.
¿Cuál es la situación que se vive en el Conurbano frente a la pandemia? “Es donde más mella hace la pandemia -evalúa Tisera y sigue- Es mentira que es un contexto que afecta a todos por igual, partiendo desde el hecho de que consignas como ‘quédate en casa’ no tienen ningún sentido para todas las personas que no tienen donde quedarse, como tampoco sirve de nada cuando donde se vive no se cumple el suministro de condiciones de higiene básicas ni siquiera para poder tener una vida digna”.
Luego continúa: “A todas esas personas, muchas en verdad, a las que se les da la espalda sistemáticamente, a las que se excluye, invisibiliza y estigmatiza, se les sigue negando todo tipo de ayuda, al mismo tiempo que incluso se les castiga por no poder cumplir con las restricciones del aislamiento. A la falta de oportunidades de siempre, se le suman impedimentos incluso para poder intentar ganarse el mango diario, sin darle ningún tipo de respuesta ni alternativa”.
En "Aguante Solidario", la experiencia de Jennifer es similar. Desde zona oeste, antes de la pandemia su tarea era coordinar y preparar las meriendas; sin embargo, como todos tuvieron que adaptar su rutina a las nuevas circunstancias: “Actualizamos nuestro sistema de donación para hacerlo desde la casa, y con las precauciones necesarias decidimos salir otra vez a las calles pero esta vez entregando bolsas con mercadería para que la gente pudiera cocinar y comer en sus casas. Además, sumamos viandas de comida caliente para la gente que duerme en la calle. Todo esto fue muy nuevo para todos”, indicó.
Para ella, entregar una taza de café o mate cocido puede hacerlo cualquier persona. Sin embargo, ser voluntaria es ir un paso más allá: “Lo importante está en dar contención a la gente, hacerse amigo, abrazar y escuchar. Uno empieza a encontrar su lugar, a encariñarse con la gente y con los más chiquitos. Hay un momento en que algo adentro te hace click, te atraviesa y ser voluntario se convierte en una forma de vivir”, confiesa.
Luego sigue: “Cuando llegó la cuarentena, pensamos que solo iban a ser 15 días, y a medida que se iba extendiendo, pensábamos en cómo estaba nuestra gente aguantando tanto tiempo. Nos dimos cuenta lo privilegiados que somos al tener una casa con la heladera llena y alguien con quien charlar. Nuestra gente, con cuarentena o no, iba a seguir saliendo a la calle porque de algún lado tiene que sacar para poder darle la comida a los hijos”.
“Es imposible pedirle a alguien que no tiene para comer, que se quede esperando una ayuda que nunca llega. La ayuda económica del gobierno no contempla a gente que es totalmente invisible. Si ellos se quedan esperando en sus casas, no los mata la pandemia, los mata el hambre. Si algo nos enseñó todo esto, es que la presencia del Estado es esencial para tratar de acercar esas dos realidades tan desiguales que tenemos. La pandemia no distingue clases sociales pero la vulnerabilidad si. Son pocos los que pueden quedarse en sus casas viendo Netflix, con la tranquilidad de que abren la heladera y tienen algo para comer. Y ni hablar de la ansiedad y la angustia de las personas que están solas”, reflexiona.
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Mientras tanto, los grupos de voluntariado en el interior del país se enfrentan a una situación diferente, frente a laflexibilización de la cuarentena y la vuelta de actividades en algunas provincias. Sin embargo, su trabajo continúa siendo fundamental, frente a una desigualdad social y económica que -lamentablemente- no es nueva.
“Tenemos la posibilidad de estar al aire libre y la cuarentena es más llevadera, pero claramente ha producido una fuerte retracción de la actividad económica teniendo en cuenta que el 70% de la población vive del turismo. En mi caso, tengo un emprendimiento de alquiler de bicicletas y desde el 15 de Marzo dejamos de ingresar dinero”, cuenta Claudio Sacramento, encargado de un comedor situado en Puerto Iguazú, Misiones.
Pertenecientes al Colectivo Social Iguazú, cada día sirven mate cocido con leche, chocolate con leche, pan casero, facturas o galletitas. Por la pandemia, organizan almuerzos comunitarios para aproximadamente 40 familias. También se encuentran a disposición de las vecinos y vecinos durante todo el día asistiendo en gestiones con ANSES, distribuyendo donaciones de ropa o solicitando algún turno médico. Así, el merendero se transforma en un espacio de reunión, contención y consulta.
¿Cómo afecta la pandemia a la provincia? “En Misiones puso blanco sobre negro las necesidades de un alto porcentaje de la población y la informalidad en lo que se refiere a la actividad laboral. Venimos de una emergencia alimentaria aprobada en Septiembre de 2019, con una situación de contagios de dengue importante, y falta de servicios básicos en estos sectores, lo que también poco aporta a la necesidad del cuidado sanitario”, cuenta.
Con respecto a la flexibilización, opina: “Tenemos la suerte de que los casos de contagios son pocos y que ya se han reactivado varias actividades, lo que permite reactivar algunos lugares. El turismo claramente va a ser la última actividad en arrancar y, para nuestra ciudad, esta es una muy mala noticia. La caída del salario se siente en la caída de ventas del sector comercial y, en el caso de Iguazú, no podemos visualizar un horizonte de reactivación inmediato. Por eso es importante que todos los sectores estén activos en la emergencia”.
“Está más que claro que la realidad urbana y de las grandes ciudades, difiere del interior del país. Acá no hay home office, hay que trabajar cada día para que todas las familias tengan resuelta la cuestión alimentaria, es ahí donde hay que poner la inversión del Estado”, opina. De cara a futuro, aspira a una nueva normalidad: “El mundo va a resurgir todavía más pobre y va a haber disputas. Hay que trabajar una matriz distributiva”.
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Mientras el virus sigue avanzando en el país, también crece otra cara de la pandemia, la ola de solidaridad. En tiempos de aislamiento, el labor de voluntarias y voluntarios se vuelve esencial y demuestra que la consignas publicitarias son necesarias pero transgreden el círculo personal para convertirse en una problemática social y estructural.
Pero también lo serán a futuro, cuando termine la cuarentena, cuando lleguemos a la “nueva normalidad”, donde será necesario repensar la realidad que vivimos a partir de las redes de cuidado colectivo, reflexionar sobre la formación de lazos sociales y pensar en las realidades que evidenció el coronavirus.