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De miércoles a domingos en Paseo la Plaza, Paola Krum emociona en la piel de Nora, una escritora que regresa a su hogar para enfrentar a sus fantasmas y reivindicar sus derechos como mujer.
Se encienden las luces. Alguien llama detrás de la puerta. "¿Quién será?", se pregunta la nana. Una mujer entra en escena. Vestida de azul, con capa y de largo, pisa fuerte el escenario y frente a un público que mira curioso.
Nora está de regreso. No es la misma. Hace quince años salió por la puerta mediante la que -hace unos segundos- entró. Las circunstancias no son las mismas. Está impaciente, algo confundida. Recorre la habitación con sus ojos y saluda con una afectuosa caricia a la mujer que la crió (Julia Calvo).
Pasó más de una década y ella es otra mujer. Libre de imposiciones, autónoma y feliz. Sin embargo, el destino parece querer cobrárselo. Aquí el primer obstáculo de la protagonista y el conflicto a desarrollar de la obra.
Un juez amenazó a Nora, por lo que necesitará de la ayuda de su marido (Jorge Suárez) e hija, quien ya es una joven mujer (Laura Grandinetti), a quienes dejó junto a su hogar, el pasado que decidió dejar atrás.
Durante los años de ausencia, no sólo la vida de Nora continuó, sino que la de su familia también. ¿Qué sucede cuando las heridas de los demás no sanaron? ¿Existe un precio a pagar por dar vuelta el timón y girar en otra dirección la vida? ¿Qué significa e implica verdaderamente serle fiel a una misma?
Estos son algunos de los interrogantes que plantea "Después de casa de muñecas" (dirigida por Javier Daulte), la nueva obra del autor Henrik Ibsen, con versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino, y producción general de Pablo Kompel.
Con un impecable guión y excelentes actuaciones del elenco, la obra ofrece un retrato de época que no llega desactualizado, sino que desafía aún más. En tiempos donde crece el feminismo en la Argentina, los personajes invitan al debate, y también, robar algunas risas.
"Después de casa de muñecas" es cálida e incómoda, conmueve y reflexiona sobre la confortabilidad del hogar, las relaciones tóxicas, el matrimonio, el compromiso, los vínculos, la familia, la búsqueda del deseo, el placer y el amor.
A partir de este apartado, si no viste la obra y no querés enterarte de algunos detalles, te recomiendo que no sigas leyendo esta nota.
Los personajes de Nora y su criada generan un fuerte contrapunto en la obra. Ambas se construyen sobre el escenario como dos figuras femeninas que repiensan y representan la maternidad. Esa que pudieron y no ejercer.
Ser mujer implicó durante muchos años vivir encadenada a conductas sociales, a permanecer en silencio por miedo al qué dirán, a existir bajo la sombra de un marido. Cansada de ser una proyección de lo que el mundo quería de ella, Nora escapó. Cerró la puerta y sin mirar atrás soltó un "adiós".
Pese a la seguridad que la acompaña, aún convive en su interior una especie de culpa: ¿qué sucede cuando es la madre (y no el padre) la que abandona el hogar?
La sociedad señala con el dedo. "Es la mujer el pilar de la familia", "¿cómo pueden crecer los hijos lejos de su lado?", "en las mujeres yace un instinto, que es ajeno a los padres". Sin embargo, ¿es efectivamente así?
Nora eligió ¿pero su nana? En tal escena, "Después de casa de mujeres" nos anima a preguntarnos qué ocurre con las mujeres que se ven condicionadas por una determinada clase social. La carencia de una sustentabilidad económica empujó a muchas mujeres a trabajar cuidando a otros niños pero no a los suyos. Ambas mujeres se alejaron de sus propios hijos, aunque las circunstancias hayan sido diferenes.
Nora permaneció junto a sus hijos hasta un cierto día. No los vio crecer, aunque estuvieran presentes en su memoria y pensamientos. Su hija le reprocha la ausencia.
En el encuentro entre Nora y su hija sobrevienen nuevos conflictos: la lucha por un futuro donde hombres y mujeres sean iguales en materia de derechos, donde el casamiento no implique un contrato social, la libertad propia de la juventud, la vitalidad, la identificación madre-hija, los temores, los resabios de la ausencia y más.
Los diferentes personajes confluyen simulando un espejo entre sí, que permite reflexionar sobre los sentimientos de diferentes mujeres y sus historias.
Paola Krum y Jorge Suárez ofrecen fragmentos llenos de emoción y expectativa. Sus palabras son como proyectiles pero sin ánimos de herir. Se arrojan su artillería en una guerra por descubrirse así mismos, y también, perdonarse.
Mediante sus roles permiten decir lo que piensan hombres y mujeres. Reproches que lentamente conducen a un encuentro de lo que verdaderamente son y cómo pueden vivir sin necesidad de dañarse, ni tampoco poseerse.
Nora encontró el medio para expresarse. La escritura no sólo la llevó lejos, sino que le abrió las puertas a un mundo nuevo, herramienta que liberó a otras mujeres. Ahora puede escuchar su voz más claro que la de las demás.
Al igual que en obras como "La ladrona de libros" (Markus Zusak), "Fahrenheit 451" (Ray Bradbury), "La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guersney" (Mary Ann Shaffer y Annie Barrows), "Después de casa de muñecas" reivindica la escritura como camino hacia la libertad.
Pensamos, entonces en muchas autoras que impulsaron el movimiento feminista, convencidas de luchar por un futuro en que no existan diferencias de derechos entre los sexos.
Las mujeres movieron y mueven las historia. Simone de Beauvoir, Rosa de Luxemburgo, Clara Zetkin, Virginie Despentes, Judith Butler y muchas más, soldados de pelearon para que sus pares puedan elegir.
En la Argentina, las mujeres ya no se callan. Le hacen frente a la violencia machista, piden que el aborto sea legal, reflexionan sobre la idea del amor y allanan el camino para las niñas que crecerán.
En este contexto, "Después de casa de muñecas" es una cachetada al patriarcado, una caricia a los tiempos que corren. Una obra, provocadora, entusiasta e inspiradora que llegó como "anillo al dedo". Se puede disfrutar de miércoles a domingos en Paseo la Plaza (Av. Corrientes 1660) a partir de las 20 horas.
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