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La escritora y la directora cuentan el detrás de escena que hizo posible que una de las novelas contemporáneas más atrapantes y desgarradoras de la literatura argentina llegase a Netflix y al Festival de San Sebastián. ¿Cómo fue para la autora llevar su historia a la pantalla? y para la cineasta, poner los ojos en lo imperceptible.
—No hay nadie a la vista, y como lo extraño siempre me parece una advertencia, regreso.
—Algo va a pasar ahora.
La que habla es Amanda, pero es el chico, David, quien le contesta. Él decide qué es lo importante en el relato, marca el camino del relato. Desviarse sería una pérdida de tiempo, y Amanda no puede correr ese riesgo, porque en ese momento ya deambula en un peligro mayor.
La conversación entre Amanda y David es con la que inicia Distancia de Rescate (2015), la nouvelle de la escritora argentina Samanta Schweblin, por la que fue reconocida con los premios Premio Tigre Juan y el Premio Shirley Jackson a la mejor novela corta (2017). Historia que años después descubrirá la directora peruana Claudia Llosa (realizadora de la nominada al Oscar, "La teta asustada", film mediante el que abordó la violación de mujeres durante el terrorismo de estado en su país) e iniciará su viaje para llevarla a Netflix y a algunas salas de cine habilitadas.
Todavía me acuerdo la primera vez que leí la novela. Fue ese mismo año, casi mientras premiaban a la escritora con el Shirley Jackson, yo pensaba cómo imaginarle lo que me estaba contando esa historia. En la oscuridad de un cuarto que apenas se describe, una mujer intenta recordar los hechos que la llevaron allí, guiada por la voz de un niño, quien decide qué es lo que importa en ese relato.
Y cuando me enteré del proyecto entre Schweblin y Llosa lo primero que se me vino a la cabeza fue: ¿cómo lograron adaptarla? ¿cómo le pusieron imágenes a un relato que te empuja a límites escabrosos de la mente, en los que tu propia capacidad de imaginar el relato le da un virtuosismo singular, sinuoso?
Distancia de Rescate desarrolla la llegada de Amanda (interpretada por la actriz española María Valverde, "Tres metros sobre el cielo") junto a su hija pequeña Nina a un pueblo rural argentino (que en el film se grabó en Chile, durante el 2019) en el que pasarán sus vacaciones, y donde conocerá a su vecina, Carola (Carla en la novela, y que la encarga con magnetismo, Dolores Fonzi). Con el paso de las horas, la tranquilidad del campo comenzará a inquietar a la protagonista quien buscará el modo de mantener a salvo a su hija.
Tal vez, algo de esa distancia (que también marcó un trabajo en países diferentes ya que la escritora reside en Berlín y la directora en Barcelona) fue la que acercó a Claudia y a Samanta (quien ya había recibido propuestas anteriores para llevar su historia a la pantalla pero algo le hizo decir que sí esta vez) para adaptar la novela (una coproducción americana entre Estados Unidos, Chile, España, Argentina y Perú) que contó con su trabajo en conjunto de guión y dirección. Así gestaron la película que tuvo su estreno mundial en el Festival de San Sebastián este año.
Y completa sus actuaciones con la participación de los argentinos Emilio Vodanovich como David, Guillermina Sorribes Liotta como Nina, Cristina Banegas (Señora de la Casa Verde), Germán Palacios (Omar), Guillermo Pfening (Marco), la actriz chilena Macarena Barros Montero (comerciante del pueblo), y el actor venezolano Marcelo Michinaux como David cuando es más pequeño.
"Yo no cuestioné en ningún momento que fuéramos capaces de adaptar esto juntas", cuenta la directora en una charla con Filo.News— "Para mí era muy importante hacerlo juntas, no sé si sola me habría animado con la misma certeza. Pero es más una convicción, que una certeza, un deseo: cuando una se entrega a un material. Me gusta pensar en todos los puntos que unen, como vasos comunicantes que nos unieron antes u otras vidas".
Samanta describe los vínculos como si pendieran de un hilo. Una delgada línea que se extiende desde el corazón, la garganta o el estómago hasta la otra persona, de madre a hija, de hija a madre. Tira y se relaja, dependiendo las distancias. ¿Se calcula? ¿Cuánto cede? ¿Hasta dónde? Y cuando el peligro está cerca, se tensa. Pero bien una sabe que puede cortarse, quedando la mecha al descubierto.
Lo llamo "distancia de rescate", a esa distancia variable que me separa de mi hija (...). Es algo heredado de mi madre. "Te quiero cerca. Tarde o temprano algo malo va a suceder y cuando pase quiero tenerte cerca"; fragmentos de la novela.
Escribo y se me viene la imagen de una caña de pescar, de la seña de una caña de pescar, que tal vez a modo de juego utilizamos para acercar a alguien o para que no se nos aleje más. Haciendo a un lado ese simplismo, Samanta estableció con su historia un concepto implacable para describir el instinto, el miedo. "¿Por qué las madres hacen eso, medir el peligro?", se pregunta Amanda. Y pienso en cómo los movimientos feministas proponen deconstruir ese llamado maternal que pareciera que viene en el combo de ser mujer, capaces de advertir siempre que algo pudiera suceder. "Me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería", reconoce la protagonista.
Algo que queda muy claro así en la novela como en la película. ¿Cuán real es la sensación de Amanda? quien pareciera ver peligro donde no aparenta, y cuando lo hay lo comprende? ¿es esa sensación el verdadero peligro? ¿acaso puede prevenir la fatalidad?
Claudia logra no sólo una adaptación verdaderamente fiel sino ponerle imágenes a un relato que vuela por sí mismo, como el efecto de la fiebre -en inglés el film se llama "Ferver Dream" (sueño de fiebre)-sino que te hace sentir igual que leyendo la novela: como en sueño del que sabés que te vas a despertar, agitada, comprobando cómo se aceleró tu ritmo cardíaco, y comprobando si sucedió; y a la vez manteniendo la sensibilidad que tiene la historia y que aborda y a la vez trasciende de las relaciones entre madres e hijas: donde la amenaza es un peligro invisible, y nos expone cuánto daño se puede causarle a quienes amamos y a nuestro mundo, aún así queriendo desvivirnos por salvarlo.
Samanta: Hubo dos momentos. Primero, una idea muy germinal para un cuento que arrancaba por la migración de los cuerpos y con la pregunta de qué pasa si pensás que adentro de tu hijo no está tu hijo pero seguís a cargo de ese cuerpo. Esa pregunta me inquietó muchísimo y abrió todo el mundo de Distancia. Pero aún así no terminaba de enamorarme de la idea.
El segundo salto fue en el ejercicio de probar, entrarle a la historia desde distintos lugares apareció la voz de David. Fue un momento mágico. Literalmente me acuerdo que ni bien apareció y le dijo a Amanda "esto no es importante, hay que volver al jardín", para mí fue increíble porque es sólo una línea, que a mí me ordenó toda la novela en la cabeza.
A partir de ese momento supe con mucha precisión todos los puntos claves de la historia que estaba contando. Y me acuerdo que en los pocos momentos donde me sentía perdida, pensar en la voz de David y que él me traiga de nuevo. Casi como que la idea de Distancia de rescate fuera una idea de pensar también la escritura de una novela: qué es lo importante, lo que tiene que dejarse afuera, o permanecer siempre presente. Así fue mi proceso.
Claudia: Ahora que lo pienso no sé si hay un punto exacto, tal vez la última página de la novela pero quizá fue antes. Y eso es algo que también me encanta de la novela: que nunca hay un punto exacto real. Quizá fue en "La teta asustada" cuando recorrí el miedo. Me conmueve pensar qué une los relatos, qué busca uno cuando empieza a relacionarse con un material de manera tan visceral.
Claudia: Obviamente creo que el concepto de distancia de rescate nos vuela la cabeza a todos. O sea, el poner nombre a un concepto que todos identificamos, como padres, como niños, es algo que es absolutamente claro, muy realista y físico. Que se hace incluso más físico cuando Amanda lo nombra.
Y creo que ese diálogo entre David y Amanda y la posibilidad de explorar esa voz en off que ya resonaba en mi cabeza cuando pensaba en una adaptación, escuchar esta conversación que es a la vez como algo inconciente, y que recorre la historia como un río pero que a la vez está en constante comunicación con la imagen, y te abre otra posibilidad, otra puerta. Hay un diálogo con el espectador, esta tridimensionalidad fue como una sensación por la que una trabaja. Esta explosión como dices tú, ese deseo de explorar para mí me va a parecer siempre maravilloso. Querría volverlo a hacer. Fue un ejercicio maravilloso: el recorrido de la novela en lo audiovisual.
Samanta: Sí, es verdad que se me cayó un lagrimón. No en la premiere que estábamos demasiado nerviosas, pero sí cuando vi el primer corte porque Claudia me iba compartiendo cómo iba la edición de la peli, y fue muy emocionante.
No sentía que hubiera demasiada distancia entre lo que yo creí que iba a ser la peli y lo que realmente fue. Eso fue muy tranquilizador y a la vez muy familiar. Porque estuve también presente, Claudia me compartió las ideas de locación y de casting, estuve en el rodaje...
Claudia: No solté la distancia de rescate. (risas)
Samanta: Me cuidó y me vigiló cerquita todo el tiempo. (risas)
Pero verla ahí, sobre todo en el final... hay un momento en el que todo lo que viene construyendo a lo largo de la peli te anuda alrededor del cuello todas las ideas al mismo tiempo.
Fue también conectar con esa angustia, porque es una historia por la que pasé varias veces: durante la escritura, la creación del guión, en el rodaje; hay algo de eso que se va gastando y es dificil volver a conectar de manera genuina con toda esa expresión. Y la distancia de verla por primera vez en pantalla toda junta fue brutal.
Samanta: Cuando publiqué la novela muchos periodistas me preguntaban casi como sospechando: ¿cómo pudiste haber escrito algo así sin ser madre? Es una pregunta que me causa gracia porque a los que escriben policiales no les preguntan si asesinan gente los fines de semana.
Entonces me parece que hay algo ahí con lo que uno se puede meter o no con la maternidad que es como lo sacro, lo intocable, "de esto no se habla", que siempre me llamó la atención. Yo no soy madre pero hace 43 años que soy hija. Y este hilo tira desde los dos lados. Y no está sólo en las madres y en las hijas. Está con los amigos más cercanos, con las parejas, los amigos, cualquier cosa que uno quiere cuidar y que en cualquier momento puede estar en un momento de debilidad, y tenés esa urgencia de ir y rescatar. De ahí viene la distancia.
Claudia: Es como un prisma que ilumina hacia tantos lugares y me parece tan hermosa. Yo ahora la uso en mis clases de dirección con los chicos, la uso con mis hijos "uy la distancia de rescate, hoy está un poco tensa, hay que relajar", con mis amigas, mi pareja. Creo que es algo que ya entró en el vocabulario.
Es la pregunta, el cuestionamiento. Estar presente es estar en indagación y en la necesidad de encontrar algo nuevo, y es algo que yo la tengo en todo. Tendríamos que hacer como una larga terapia.
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