A finales de la década del sesenta, un grupo de jóvenes realizadores empezó a cambiar los esquemas hollywoodenses del “studio system”, no sólo desde las ideas, sino también desde las formas. Así nació el llamado “nuevo cine americano” con su sello particular, su estética y relatos muy diferentes a los que se proyectaban por aquel entonces en las salas del Norte. Martin Scorsese es uno de estos muchachos que decidió volcar sus experiencias de juventud en argumentos más crudos y violentos, muchas veces, ligados a lo más turbio de las calles de Nueva York (su ciudad natal), el crimen organizado y cierta ambigüedad moral que se desprende de sus más profundas creencias religiosas.
Se viene el esperadísimo estreno de “El Irlandés” (The Irishman, 2019) y tenemos la excusa perfecta para indagar en uno de los tópicos favoritos del director: la mafia y sus derivados. Como neoyorquino, ítalo-americano y católico confeso, Scorsese no pudo (ni puede) escapar a la complejidad moral de estas historias y el magnetismo de estos delincuentes, muchas veces basados en personajes reales.
El género “gansteril” engloba, básicamente, aquellas narraciones de ascenso y caída donde casi nunca hay lugar para la redención. Comienzos humildes, finales trágicos y, en el medio, una espiral de violencia, lujuria y excesos varios en los que Marty supo profundizar desde el thriller, el suspenso y los dramas biográficos.
CALLES SALVAJES (MEAN STREETS, 1973)
Casi desde el comienzo, Scorsese da cátedra sobre esos temas recurrentes a lo largo de toda su filmografía: el crimen organizado, la ciudad de Nueva York, la lealtad y el catolicismo. Charlie (Harvey Keitel) es un joven de la “Pequeña Italia” que trata de ascender dentro de los escalafones de la mafia local cobrando deudas para su tío. Pero el pibe es demasiado bueno y devoto, además de un fiel amigo para el psicótico Johnny Boy (Robert De Niro), una amistad que su tío desaprueba, al igual que el romance con Teresa, una chica que sufre de epilepsia. Sus ambiciones pronto se ven interrumpidas y debe decidir si seguir adelante con sus planes o hipotecar su futuro y sacrificarlo todo por la lealtad hacia su compinche.
BUENOS MUCHACHOS (GOODFELLAS, 1990)
¿Qué se puede esperar de un tipo mitad irlandés, mitad italiano que creció en el Este de Nueva York anhelando ser un gánster? Henry Hill (Ray Liotta) pasó diez años de su vida involucrado en el crimen organizado y pagó las consecuencias de semejante “pecado”, además de perderlo todo. Esta historia basada en el libro “Wiseguy: Life In A Mafia Family” de Nicholas Pileggi -uno de los testimonios más reveladores sobre la mafia americana-, recoge los alegatos del verdadero Hill, que vendió su alma por segunda vez cuando decidió traicionar a sus compañeros de fechorías y hacer un trato con los federales. Nunca estuvo mejor representado el ascenso y caída de la vida criminal como la de estos tres delincuentes, James “Jimmy” Conway (Robert De Niro), Tommy Devito (Joe Pesci) y Henry, a través de tres décadas de excesos, robos, drogas y crímenes de toda índole. Scorsese se había retirado del género gansteril hasta que leyó el trabajo de Pileggi, inmediatamente lo llamó y le confesó: “Estuve buscando algo así durante años”, a lo que el escritor y guionista contesto: “Y yo estuve esperando este llamado durante toda mi vida”. Lloramos.
CASINO (1995)
En su momento, este drama biográfico criminal -basado en el libro homónimo de (otra vez) Nicholas Pileggi- le puso punto final a una era: “Casino” es el octavo y último trabajo conjunto entre el director y Robert De Niro, al menos, en la gran pantalla... hasta “El Irlandés”. La codicia, el engaño, el poder y los asesinatos a diestra y siniestra son el eje de la relación entre dos amigos mafiosos que, a la larga, se torna en rivalidad. Sam ‘Ace’ Rothstein (De Niro) -en la realidad Frank Rosenthal, quien dirigió varios casinos de Las Vegas para la mafia de Chicago a lo largo de las décadas del setenta y ochenta-, judío-americano dedicado a las apuestas deportivas y el juego de alto nivel, se hace cargo de la supervisión del Tangiers. A Nicky Santoro (Joe Pesci) le toca supervisar que el dinero ilegal llegue a las manos de los jefes. En el medio esta Ginger (Sharon Stone), la esposa “trofeo” de Ace, punto clave en la enemistad y el control de este imperio de las apuestas que se levanta entre los dos.
PANDILLAS DE NUEVA YORK (GANGS OF NEW YORK, 2002)
Ambientado a mediados del siglo XIX en el distrito de Five Points de Nueva York, este drama histórico cuenta la vida del joven Amsterdam Vallon (Leonardo DiCaprio en su primera colaboración con Marty) que, tras atestiguar la muerte de su padre y alejarse del lugar por varios años, regresa al “barrio”, ahora controlado por poderosas pandillas. Entre ellas los Natives, liderados por Bill “The Butcher” Cutting (Daniel Day-Lewis), un fundamentalista que odia a los inmigrantes (especialmente a los irlandeses) y cree que América es sólo para los americanos (y eso que Trump no era presidente, eh). Estamos en tiempos de la Guerra Civil y el reclutamiento desata los perores disturbios, y entre la violencia y la corrupción Vallon buscará venganza por la muerte de su padre.
LOS INFILTRADOS (THE DEPARTED, 2006)
Como siempre, el reconocimiento por parte de la Academia llega a destiempo, pero llega al fin. Scorsese toma como punto de partida a la hongkonesa “Asuntos Infernales” (Mou gaan dou, 2002) y se despacha con este thriller policial y ultra sangriento lleno de mafiosos, oficiales corruptos, agentes de los buenos y muchos, muchos “topos”. Colin Sullivan (Matt Damon) es un joven oficial estrella de la fuerza, pero también la conexión directa con el criminal Frank Costello (Jack Nicholson). Billy Costigan (Leonardo DiCaprio) es el policía con mala reputación que, al no tener nada que perder, acepta infiltrarse en la banda del mafioso para intentar atraparlo de una vez por todas. Lo que sigue es un violento juego del gato y el ratón, donde ambas partes intentan descubrir al soplón que les está arruinando los planes. La película se lleva cuatro Oscar, incluyendo el de Mejor Director, un gran premio consuelo para una carrera (casi) inmejorable.