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Cine y series #Netflix#El silencio del pantano

Análisis | El Silencio del Pantano, un thriller español poco exigente

Netflix sigue sumando estrenos cinematográficos a su grilla, de esos que no pasaron por el cine, y ayudan en épocas de cuarentena. 

Análisis | El Silencio del Pantano, un thriller español poco exigente

Si Berlín (Pedro Alonso) es tu favorito de “La Casa de Papel”, este puede ser el primer incentivo para darle una oportunidad a “El Silencio del Pantano”, debut cinematográfico de Marc Vigil, director que se paseó por “El Ministerio del Tiempo” y “Vis a Vis”, entre otras cosas. Vigil y los guionistas Carlos de Pando y Sara Antuña parten de la novela homónima de Juanjo Braulio para delinear este oscuro thriller que, posiblemente, necesite de su contexto literario para entender muchas de la motivaciones que se esconden detrás el misterioso protagonista.

Alonso le da vida a “Q” (nunca sabemos su verdadero nombre), periodista devenido en escritor de novelas policiales ambientadas en su (no tan) querida y corrupta Valencia. Muy al estilo de Dexter Morgan, “Q” oculta una doble vida (y personalidad): atrás del suceso y una existencia bastante solitaria se esconde un hombre que carece de empatía y desborda cierta sed de sangre que luego transforma en el centro de sus exitosos argumentos. En su mente, ¿y en la narración?, las líneas entre lo real y la ficción empiezan a borrarse y dan un giro más que inesperado cuando el autor emprende la investigación para su nuevo libro.

Para exorcizar la corrupción política y la podredumbre del alma humana -de esta ciudad construida sobre un pantano (y todas sus metáforas)-, “Q” se concentra en una nueva víctima: Ferrán Carretero (José Ángel Egido), profesor universitario de economía aplicada y ex político de larga trayectoria, envuelto en varios escándalos por los cuales debe responder ante el gobierno y sus diferentes “jefes”. Por un lado, Isabel (Maite Sandoval), importante política de la Consellería de Valencia. Por el otro, La Puri (Carmina Barrios), poderosa narcotraficante gitana que mueve los hilos y marca territorio.

Cuando “Q” decide secuestrar a Carretero con la intención de que confiese sus crímenes y delate a sus cabecillas, no se da cuenta que desata el caos entre políticos y delincuentes, además de exponer los negocios sucios que se llevan a cabo entre bandos. Para la opinión pública, el profesor salió de viaje por unas semanas, pero La Puri necesita encontrarlo, y manda a su mano derecha más violenta, Falconetti (Nacho Fresneda), quien pronto se cruza con los planes del escritor.

Escritor y asesino porque no alcanza con un solo trabajo

“El Silencio del Pantano” pone a “Q” a la cabeza de un relato que se abre en diferentes tramas interconectadas, una torre de cartas de crimen y corrupción que empieza a tambalear con la desaparición de Carretero, y va dejando un sendero de violencia que, sabemos, no va a terminar muy bien para nuestro protagonista. Lo que no queda muy claro en todo esto, cuáles son las verdaderas motivaciones del escritor, quien parece más aplicado a darle forma a su próxima novela que a destapar las injusticias de la región.

“Q” no es un vigilante. Es un asesino en formación sin muchos matices que apenas se relaciona con su hermano menor, Nacho (Raúl Prieto), y se apega a la vieja y derruida casa familiar junto al pantano, el escondite perfecto para sus fechorías… y su arte. Los realizadores -al igual que el ficticio autor con sus personajes- no nos dan muchos detalles de por qué es cómo es o hace lo que hace este Patrick Bateman valenciano, y ahí es donde radica uno de los tantos errores de la película. Ni Vigil ni sus guionistas logran esquivar los arquetipos del género y los lugares más comunes para este tipo de historias. Ni hablar de una xenofobia casi incómoda que, suponemos, es un fiel reflejo de la actualidad española.     

Falconetti, la mano derecho violenta de La Puri

“El Silencio del Pantano” atrapa con su idea original y esos primeros minutos enfocados en este escritor/asesino que mezcla ficción y realidad, aunque al final, ya no nos queda tan claro. No porque los realizadores quieran engañar al espectador (¿o sí?), sino porque el relato no está tan bien encauzado como para distinguir la diferencia. “El Ciudadano Ilustre” (2016) de Gastón Duprat y Mariano Cohn es un buen ejemplo de narración bien llevada con un giro inesperado, pero no es el caso de la adaptación de Braulio que pronto corre el foco hacia otros personajes más llamativos.  

Vigil crea buenos climas, nos atrapa con el suspenso por momentos y le quita todo el glamour a la ciudad mostrando sus recovecos más oscuros y mezquinos, pero se queda en tropos y convencionalismos, sin muchas ganas de analizar y reflexionar sobre estas miserias. En cambio, lo cubre todo con sangre, drogas y violencia, previsibilidad narrativa y un protagonista que pierde interés a medio camino, para emerger al final como testigo (y hacedor) del caos.

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