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La obra del canadiense Bryan Lee O'Malley cumple una década. Qué nos dejó, por qué su película fue un fracaso y ahora es amada por todos y por qué, en vez de parecer de 2010, parece una obra venida del futuro.
El 20 de julio de 2010 se publicó La hora de la verdad, el último tomo de Scott Pilgrim, ese vademécum de las relaciones tóxicas que, en seis volúmenes, comprime todo tipo de referencias a la cultura gamer y a la marginalidad.
Porque en definitiva, Scott Pilgrim, o sea el protagonista de esta serie de historietas guionadas y dibujadas por el canadiense Bryan Lee O'Malley, no es más que un habitante de un mundo border del que no se puede despegar: a sus veintitrés años, sale con una chica asiática menor de edad para parchear los traumas de su relación anterior, es bajista poco entusiasta de un grupo llamado Sex Bob-omb (link directo a las bombitas del Super Mario Bros.), no tiene trabajo y vive en un reducto ínfimo con su amigo gay Wallace Wells, con quien también duerme en el mismo colchón por no tener dinero para comprarse otro.
Su objetivo es conquistar a Ramona Flowers, quien es, literalmente, la chica de sus sueños. Simple. No así la mecánica: una suerte de beat ‘em up donde tendrá que vencer a los siete exnovios malvados de Ramona que, sumergidos en su despecho y resentimiento, decidieron formar la Liga de los Ex Malvados con el móvil de hacer imposible su vida amorosa. Este ida y vuelta de piñas y patadas old school en 2D no es más que un disfraz para el camino de catarsis en el que Scott tiene que aceptar el pasado de Ramona y entender el por qué es la persona que es, pero también es el viaje que él mismo emprende para madurar y redimir su pasado.
El grupo de amigos como familia, el videojuego como estética visual y la música —vale lo mismo la creatividad— como forma de vida: es, literalmente, el ethos millenial capturado en viñetas ocupadas por jóvenes adultos en blanco y negro y dibujados al estilo chibi. Pasados diez años de su última publicación, no es descabellado pensar que de ahí viene su éxito.
No así, las dos producciones que se realizaron a partir de dicho logro. A pesar de hoy ser considerado de culto por comprimir una alquimia inédita entre el lenguaje peliculero, comiquero y retrogamer (imposible olvidar la intro de Universal en 8-bits), el filme, dirigido por Edgar Wright y protagonizado por el siempre muchachito bonachón Michael Cera, fue un fracaso de taquilla: de los 60 millones de dólares de presupuesto, se recuperaron aproximadamente 47 millones.
Si bien no existe un por qué, se puede pensar que ni Wright, ni Cera ni, principalmente, el cómic, tenían una fanbase firme para garantizar el éxito. Scott Pilgrim vs. The World llegaba así, de la nada, sin un universo desarrollado a sus espaldas, sin poder servir de spin-off de una saga exitosa, sin un título de renombre. Solamente tenía como back up un cómic que ni siquiera había terminado. Estaba cantado: tenían que llegar los Avengers.
Por su parte, el videojuego, desarrollado por Ubisoft, fue elogiado por varios medios especializados. El portal Joystiq afirmó: “No podría ser más recomendado, especialmente costando 10 dólares”. Sin embargo, cuatro años después, el juego fue descatalogado de todas las plataformas por la expiración de la licencia y nunca se volvió a ver. Ni siquiera lo salvó haber sido curado por el mismísimo Lee O'Malley.
Indefectiblemente, hay un antes y un después de Scott Pilgrim en la vida de cada persona. Lo descabellado e improbable de sus viñetas y su relato, llevados a un extremo, dejaron un legado en los lectores. Y ni siquiera sólo el cómic y ya, que nació casi por casualidad y con el ojo puesto en crear una especie de Ranma ½ occidental, sino por haber marcado un punto clave en el cine de historietas en un momento donde éste todavía estaba en vías de canonización (el Universo Cinematográfico de Marvel todavía era un sueño húmedo de Kevin Feige).
A lo largo de los seis tomos, Lee O’Malley traza ítems que, para esa primera década del siglo XXI, no eran comunes y, años después, recogerían los movimientos sociales progresistas para bajar línea. La obsesión de Gideon por volver con Ramona no es amor: es querer recuperar ese placer narcisista de tener a alguien atosigado alrededor suyo a gusto y placer; Scott y el clásico “Estoy con una nueva, así olvido a la otra”, usando a Knives y jugando con sus sentimientos para olvidar a Envy; la misma Knives tiñéndose el pelo como Ramona y, por supuesto, los ex de Ramona, son los grandes centros que Lee O’Malley pateó y quedaron rebotando en nuestras cabezas traducidos en algo así como "Che, pará... esto no está bien".
En un contexto donde la cultura pop y nerd pasan al centro de la cuestión, donde los videojuegos y cómics dejaron de ser objetos de consumo de un grupo selecto y determinado, donde es cool tener la remera con el escudo del Capitán América y la repisa abarrotada a Funko Pops, donde cualquier producto cultural se deterioraría con el paso del tiempo, Scott Pilgrim baja del cielo con un halo de luz encima en plan Mesías. En pocas palabras, Scott Pilgrim parece haber sido un cómic enviado en una máquina del tiempo por gente de 2030, no de 2010.
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