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Cuando las chicas aprendimos a querernos

Hoy es el día del amigo y en esta nota un pequeño análisis de cómo la potestad de la amistad también nos pertenece. "Las mujeres son todas bichas entre ellas", nos dijeron desde siempre. Pues no mis cielos. 

Cuando las chicas aprendimos a querernos
Britney, Madona y Aguilera en la presentación de MTV VMA 2003. Épica y recordada porque en el cierre se besaron en la boca.

La violencia, el deporte, la ciencia, la electricidad, la construcción, las matemáticas, prender un fuego, tener un grupo de amigos. Características típicas de todo lo que es ser un varón en este mundo dividido por sólo dos géneros.

No son pavadas, todas estas cuestiones que estuvieron siempre relacionadas con ellos nos alejaron muchísimo de nuestra propia supervivencia y nos generaron una dependencia tal que muchas, aún, viven sus vidas de mujeres como una cárcel. Tampoco es pavada el temita de la amistad, porque a través de los amigos, de los secretos y bancadas, de las juntadas en bares, asados o fulbito, ellos sobrellevan el resto de las cosas que son un montón. Porque siempre que hablo de los varones esto o los varones aquello, es porque también entiendo que ser hombre en este mundo trae consigo muchísimas etiquetas que son también opresoras.

Pero a su vez tienen muchos privilegios, en realidad, derechos negados para nosotras y nosotres. Como por ejemplo la amistad. No voy a marcar que el "Día del amigo" no nos incluye porque acá el problema del lenguaje inclusivo es casi secundario o por lo menos no es en donde intento focalizar esta nota. Me interesa expresar cómo la amistad entre mujeres cis o mujeres trans o no binaries se transformó con el tiempo y también contextualizar, porque nada de todo lo que somos es casualidad sino, tal vez, solo supervivencia.

Christina Aguilera, Britney Spears y Madona en los MTV 2003.

Hay un momento visagra en nuestra vida que es cuando nos damos cuenta de que todo eso que pasamos, sufrimos, nos acompleja o nos da miedo, no nos pasa solo a nosotras, a nuestras amigas también. Y es ahí cuando la amistad cobra otro sentido. Porque además de que te salvan cuando estás muy triste o se alegran cuando estás muy contenta, la amistad también es un lugar de confianza, cosa que nunca jamás nadie nos contó. 

Tengo 35 años, mi generación creció creyendo que la verdadera amistad, por lo menos grupal, es entre ellos. Que las mujeres somos víboras con otras mujeres, que no podemos confiar demasiado en muchas amigas, que ellos salen con los pibes y juegan o toman birra y se divierten y que nosotras, en realidad, nos juntamos pero para ponernos lindas, que nos ponemos lindas sólo para ellos y que que encima de lo único que hablamos es de ellos.

De la amistad entre mujeres se puede decir muchísimas cosas, pero me interesa rescatar este pequeño gran detalle del diálogo. De la palabra. Porque la palabra es lo contrario al silencio, es cuando se rompe, se quiebra y aparecen las opciones y las herramientas. Cuando se rompe el silencio, nace el acceso a la información. Y eso, queridas amigas, es lo que los movimientos feministas consiguieron en todas estas décadas de lucha. Que nosotras podamos verbalizar nuestras experiencias como mujeres en este mundo machista. Que podamos expresar las injusticias o las cosas que más nos asustan para organizarnos y cambiar de alguna forma nuestra existencia. 

Durante siglos vivimos separadas, adentro de nuestras casas, criando hijes y limpiando baños. Nos veíamos con muy poquitas de nosotras y en general, si tenías suerte y estabas bien ubicada económicamente, las juntadas eran en actividades programadas onda costura o pintura. No teníamos permitido hablar de sexo o de complejos. Estaba muy mal visto que tomemos alcohol, fumemos y, en definitva, nos aflojemos un poco para poder ocupar espacio y hacer ruido. Tampoco podíamos insultar o eructar. Ser desagradable también era (¿es?) potestad de los varones.

Obvio, sí. Las cosas cambiaron y cambian muy rápido. Hoy todo eso parece muy lejano porque podemos votar y usar internet. Pero no pasó hace tanto tiempo, la generación de nuestras abuelas vivió ser mujer de una forma muy distinta a la nuestra. Y la cultura, los medios de comunicación, las publicidades, los discursos hegemónicos tan instalados todavía no terminan de acomodarse. Nunca lo hacen, la cultura está en cambio constante y siempre los consumos llegan tarde. Pero llegan. Como nos pasó en esta cuarta ola feminista, en la que la palabra sororidad cobró sentido para muchas, en la que unirse fue la forma de gritar que no nos maten más, empezar a hablar entre nosotras de nuestros cuerpos, de nuestros mambos con la alimentación, con el paso del tiempo, con la sexualidad, verbalizar nuestro deseo, nuestras fantasías y temores. Esta cuarta ola, que lucha por la ampliación de derechos, nos enseña que la única forma de poder sanar heridas, es tener herramientas para hacerlo y que nuestras amigas son una gran oportunidad para eso

Britney, Madona y Aguilera.

Es casi un mundo nuevo, ¿no? Confiar en nuestras amistades y entender que hasta hace 70 años ni siquiera podíamos hablar demasiado entre nosotras. De hecho, éramos enemigas y según la gran Simone de Beauvoir, de ahí viene esa tremenda competencia fake que es tan funcional a este sistema. Teníamos nulos derechos civiles y la única forma de avanzar, de irnos de nuestras casas, era ser conquistadas por un varón salvador. El cuento del príncipe, aunque cliché,  aplica a la perfección. Nuestra par era a su vez un peligro. El peligro de quedarnos sin marido que nos rescate. Pasivas pero activas en los silencios, nuestras estrategias se tejían en soledad y con miedo y la belleza, ese concepto difícil e incómodo, era la herramienta clave para poder conseguir el boleto hacia "la libertad". Y lo pongo entre comillas porque durante décadas esa libertad conseguida era pasar de la casa de papá y mamá a la casa de un marido.        

Ahora las cosas son distintas y las nuevas generaciones tienen ante sus ojos infinitas posibilidades para crear lazos y vínculos que nutran desde la empatía y no desde la competencia. Hablar entre nosotras no sólo de los chicos que nos gustan o las citas que salen pesímo sino también de los dolores y las angustias, de los momentos feos que pasamos por ser mujeres, reivindica y refuerza aún más esos lazos. Y si bien hay que separar la sororidad de la amistad porque son dos cosas diferentes, también cabe decir que los movimientos feministas sembraron una semilla que hoy ve sus frutos. Porque se profundizaron nuestros lazos pero además muchas de nosotras entendemos a nuestros pares y somos a su vez más compasivas a la hora de juzgar las acciones que no son propias. Grupos de amigas que se refuerzan en cada juntada, en cada charla o momento difícil. Partiditos de fútbol con ellas, asados, lugares en donde la recreación existe más allá del varón que nos guste. 

Porque si hablamos de movimientos feministas, hablamos también de una nueva forma de habitar este planeta pero, sobre todo, para nosotras. Las que durante siglos estuvimos atadas a nuestros úteros y a nuestro rol de cuidado eterno. Hoy, las feminidades, también nos cuidamos en grupo y eso es una gran cosa, ¿nocierto? Feliz día, pibitas maravillosas. Celebremos la amistad que cobra otro sentido y que es, en definitiva, nuestro nuevo boleto hacia la libertad. Porque solas y en silencio, nunca más, señores.