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El Marginal volvió a con picos de rating y sin tocar demasiado la fórmula que convirtió la serie en una sensación.
El Marginal es el resultado de la fascinación de su creador, Sebastián Ortega, por la ficción carcelaria. Como Tumberos casi quince años antes, la serie de la productora Underground se convirtió en un clásico de culto instantáneo después de su primera temporada, ganadora del Martín Fierro de Oro 2016. Dos años después se estrenaría la segunda parte, una precuela que se aseguraba de explotar la popularidad de los personajes más icónicos y carismáticos (los hermanos Borges, los pibes de “La Sub21”, y el personal carcelario), explorando la “historia de orígen” de la facción que controlaba el penal de San Onofre en la original y la incorporación de Emma (Martina Gusmán) al equipo de trabajadoras sociales.
El Marginal 2 careció del impacto de la primera temporada. La precuela se enfocaba en el conflicto entre presidiarios a gran escala sin anclar los eventos en un contexto más integral. Por momentos Patricio (Esteban Lamothe) se convirtió en un extra más y su historia personal nunca tuvo la relevancia de la de Pastor (Juan Minujín), mientras que temáticas actuales como la violencia de género y la trata de personas se abordaron de manera superficial y burda. Apelando a las hipérbole como carta de presentación, el penal se plagó de personajes casi caricaturescos, como un Roly Serrano en modo Jabba the Hutt interpretando al Sapo, el capo mafia del penal que sería derrocado en el levantamiento conocido como “el motín de las palomas” que puso a los hermanos Borges en el poder.
El martes 9 de julio, casi un año después del debut de la segunda temporada, se estrenó El Marginal 3, con una historia ambientada dos años después del motín de las palomas y uno antes del secuestro de Luna Lunati (Maite Lanata). Dos episodios después la nueva temporada parece no alejarse demasiado de la fórmula que convirtió a la serie en un éxito: transgresión, violencia y el morbo de la estigmatización y la promoción de estereotipos montado sobre las bases de una producción impecable y actuaciones soberbias.
Esto es lo que nos han dejado las primeras dos horas de la serie.
Como la huída de Miguel por los techos de la villa y la fuga de Mario (Claudio Rissi) y posterior huída de Diosito (Nicolás Furtado) por los pasillos de otro asentamiento, la nueva temporada volvió a apelar a la acción para atrapar a los espectadores desde el primer minuto, aunque precisase de la suspensión de la incredulidad como nunca. En la primera escena James (Daniel Pacheco) y los hermanos Borges se reúnen en un cementerio con parientes del colombiano para organizar un nuevo acuerdo de tráfico y distribución de cocaína desde el penal de San Onofre. La reunión es interrumpida por la llegada de la policía, y los tres internos con salida “transitoria” escapan en medio de una balacera que le daría escalofríos a JohnWick aprovechando la impericia y falta de puntería de los uniformados. Mario se queda sin aire y Diosito cae en una tumba y se pone histérico, pero por fortuna para ellos “la gorra” siempre corta el hilo por el lado más delgado.
La compleja dinámica de los grupos y personajes que conviven en el penal de San Onofre se reformula en cada temporada, por lo que los guionistas apelan a la figura del nuevo recluso para vomitar esa catarata de información a los espectadores de forma orgánica. Después de Pastor y Patricio es el turno de Cristian (Lorenzo “Toto” Ferro), un joven de familia acomodada que causó un accidente automovilístico que le costó la vida a los amigos que viajaban en el auto con él. Su padre (Gustavo Garzón) y el juez Lunati (Mariano Argento) no pudieron despegarlo del hecho porque como dignos hijos e hijas de la internet 2.0 el grupo estaba realizando una transmisión en vivo al momento del hecho y el video rápidamente se viralizó. Cristian (o “Moco”, como lo bautiza Diosito) ingresa al penal bajo la protección de los Borges para que su estadía se desarrolle libre de sobresaltos. O ese era el acuerdo.
La primera temporada de El Marginal giraba alrededor del secuestro extorsivo de Luna, la hija del juez Lunati, y los tres millones de dólares que el juez le había robado a Mario durante un trabajo anterior. Esta precuela muestra el primer acercamiento entre ellos y comienza a explorar el origen de ese dinero. Cuando Borges acuerda la excarcelación a él y su hermano a cambio de protección para Cristian, Lunati lo contacta con un abogado que en la primera reunión le pide 240 mil dólares para comenzar a trabajar en la causa. Mario se encuentra en una encrucijada: por un lado sabe que esta puede ser su única oportunidad, pero por el otro deberá poner en riesgo a toda su familia retrasando el pago a los colombianos para poder juntar ese dinero — que podría estar yendo directamente al bolsillo de Lunati.
De todos los personajes que participaron en la segunda temporada, Emma parece ser la única que continúa sufriendo las secuelas de los eventos del motín de las palomas, durante el cual fue testigo de varios asesinatos y sufrió un intento de violación. Dos años después la doctora se ha vuelto adicta a las píldoras pero aún así continúa siendo el faro moral de la serie. En el primer episodio conocemos a Tubito, su proveedor de “comprimidos para bajar” y “anfetaminas para subir”, y la vemos lidiar con los recuerdos de aquella fatídica noche. Por fortuna Emma no ha perdido su toque y después de una charla sorprendentemente corta con Cristian genera un vínculo al que el joven se aferrará durante el resto de la temporada. El personaje de Gusmán ha sido hasta ahora el más empático y la representación de la conciencia del penal, por lo que será interesante verla lidiar con sus propios demonios además de resolver conflictos ajenos.
El hombre más fiel al Sapo es el que está pagando el precio más alto después de la caída del anterior líder del penal (a excepción de los muertos, claro está). Claramente inspirado en Danny the Dog, la película de 2005 en la que Jet Li era un joven esclavizado por la mafia y entrenado para participar en peleas ilegales, Pantera (Ignacio Sureda) pasa sus días en “el buzón” ejercitándose, y sólo abandona la celda para pelear para los Borges. Despojado de toda humanidad y aislado del resto de la sociedad, el musculoso ha comenzado a tener visiones en las que su mentor lo denigra por dejarse someter por los hombres de Mario. Por desgracia la cronología de la serie vuelve complicado conectar con la tensión que intenta transmitir su ira contenida, en particular cuando sabemos que todos los personajes que interactúan con él directamente sobrevivieron por lo menos un año más.
Uno de los elementos más cuestionables de la primera temporada de El Marginal fue la banda de sonido. Si bien la música tropical y la cumbia villera son ritmos muy arraigados a las clase baja que intenta representar la serie, esos estratos sociales también mantienen un vínculo profundo con géneros como el rock callejero — pero aún cuando la imagen de “La Sub21” es el logo de la banda Viejas Locas dentro del patio (y el penal en general) sólo sonaba cumbia. El Marginal 3 se desarrolla un año antes de la llegada de Pastor pero no se sonroja al introducir el hip hop, el trap y el freestyle como parte de cambio de consumo cultural de esa misma juventud: Duki (junto a Vicentico y La Bomba de Tiempo) es el artista a cargo del tema de cierre “Entre Cuatro Paredes”, y el freestylerDtoke tiene una pequeña participación como uno de los internos.
“Cualquier hecho, personajes, nombres y/o circunstancias que se asemejen a la realidad es pura coincidencia” reza una placa al comienzo del primer episodio aunque esta nueva temporada de El Marginal no tiene reparos en inspirarse en la realidad para construir a sus personajes. En los primeros quince minutos conocemos a Tubito (David Masajnik), un interno de alrededor de cincuenta años, canoso y de lentes, que habla de su esposa, su suegra y su cuñada como “tres yeguas reventadas” que le hacían “la vida imposible” y se burlaban de él llamándolo “Putito” y “Cotorrita” (porque “Conchita” era demasiado). Media hora más tarde se presenta Estela Morales (Ana Maria Picchio), la Directora General de Servicio Penitenciario Federal, promotora de la mano dura y enemiga de los garantistas, que se refiere a su antecesor Garófalo (Daniel Fanego) como un “progre de mierda” que pensaba que se iba a hacer amigo de los “negros delincuentes” y define su trabajo como una “guerra” — un discurso del cual la actual ministra de seguridad estaría orgullosa.
Dos años han pasado desde el motín de las palomas y el penal se ha poblado de caras nuevas. Más allá de cameos como el de Rodrigo Mora o el regreso de Luna (Maite Lanata) como el posible interés romántico de Cristian, quien destaca es Bruni, el ex boxeador interpretado por Alejandro Awada. En los primeros dos episodios el rol de Bruni dentro de la dinámica del penal es clara: con César (Abel Ayala) alejado de las peleas su trabajo (además de liderar el grupo de la carpintería) es entrenar oponentes para Pantera en el gimnasio improvisado que se instaló en el patio. Su debilidad es Marcos, su sobrino, a quien no quiere exponer porque le falta poco para salir y sabe que enfrentar a oscuro luchador de los Borges es una muerte segura.
La relación entre Diosito y Mario continúan siendo el gran motor de El Marginal. El vínculo del hermano mayor como figura paterna y el menor como la imagen de la rebeldía y la lealtad incondicional han disparado gran parte de los conflictos de la serie, y la nueva temporada no es la excepción. Mientras Mario está atento al negocio con los colombianos y gestiona la excarcelación de ambos, Diosito está a cargo de Cristian y es su mezcla de ingenuidad y altanería lo que expone al “niño bien” a situaciones extremas que comienzan a ser transformadoras, primero presentándolo indirectamente con los pibes del patio y luego llevándolo a un trabajo que termina con un policía muerto. Todo parece indicar que Ferro recorrerá el camino de sus antecesores, que terminaron sucumbiendo a la violencia y el instinto de supervivencia del penal, y es evidente que esta nueva odisea no terminará como los Borges esperan.
La ficción carcelaria que tanto fascina al creador de la serie le ofrece a los guionistas la posibilidad de explorar narrativas violentas y morbosas libremente, amparados en una realidad en la que todo vale para sobrevivir. Los asesinatos a plena luz del día, la corrupción, el narcotráfico, la violencia sexual y las peleas brutales contribuyen a la construcción y naturalización un discurso estigmatizador en el que las obvias falencias del sistema penitenciario son dejadas de lado en pro de sus consecuencias pochocleras y transgresoras. Cada uno de los dos episodios de la nueva temporada tuvo su escena de violencia extrema, gratuita e injustificada: en el primero vimos a Pantera atacar a golpes de puño a un hombre indefenso e inconsciente hasta matarlo, y el segundo cerró con una escena de tortura que nos despidió con un primer plano de una mano con tres dedos cortados. A veces menos es más, pero no para El Marginal.
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