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Análisis | White Lines, el nuevo drama del creador de La Casa de Papel

El creador de "La Casa de Papel" aterriza nuevamente en la pantalla de Netflix con una historia de suspenso, drogas, sexo y un poquito de rock and roll.  

Análisis | White Lines, el nuevo drama del creador de La Casa de Papel

Álex Pinacho, o Pina, para los amigos, es el responsable de exitosas series españolas como “Vis a Vis” (2015-2019) y “La Casa de Papel”. El productor y guionista suma una nueva colaboración (y coproducción con el Reino Unido) con Netflix de la mano de “White Lines”, drama policial que nos lleva a las paradisíacas y peligrosas playas de Ibiza, donde ZoeWalker (Laura Haddock) va a intentar averiguar la verdad sobre la muerte de su hermano Axel, desaparecido dos décadas atrás.

Después de una tormenta, las áridas tierras del magnate Andreu Calafat (Pedro Casablanc) quedan al descubierto. Allí, en medio de las instalaciones de un parque temático del Lejano Oeste (que no es Westworld), donde solían filmarse los spaghetti western de Sergio Leone, aparece el cadáver momificado del joven Axel Collins (Tom Rhys Harries), quien abandonó su Manchester natal, junto a tres amigos, con ganas de hacerse fama como DJ en la isla mediterránea. Atrás quedaron su padre (oficial de policía) y su hermana Zoe, la cual nunca se recuperó del abandono.

La versión oficial es que Axel se fue de retiro espiritual a la India y nunca volvió a comunicarse, ni con su familia, ni con sus amigos que permanecieron en Ibiza: Marcus (Daniel Mays) y Anna (Angela Griffin), la joven parejita enamorada que finalmente se casó, tuvo dos hijas y se divorció, aunque mantienen una buena relación. Él, ahora con 44 años, vive en una adolescencia constante, trabajando como DJ en uno de los tantos clubes nocturnos de Calafat, y traficando con cocaína para pagar la hipoteca. Ella se dedica a organizar fastuosas orgías (¿?) para los ricos y poderosos, entre ellos Oriol Calafat (Juan Diego Botto), supuesto heredero del imperio familiar. El tercero en discordia es David (Laurence Fox), un hippie con Osde que dirige su propio santuario.

Cuando las autoridades descubren el cuerpo, Zoe y su marido Mike viajan hasta España para reconocerlo y desentrañar la verdad. Los veinte años transcurridos ya no tienen peso para la policía local, por eso la señora decide quedarse para averiguar qué pasó realmente con su hermano y encontrar al responsable. De repente, todos parecen sospechosos: desde sus compañeros de aventura que no recuerdan absolutamente nada del paradero de su amigo tras las celebraciones de su 24° cumpleaños, hasta los Calafat, cuya hija Kika(Marta Milans) supo ser la noviecita de Collins.

El grupo llegando a Ibiza para vivir libremente

La primera temporada de “White Lines” consiste en diez episodios, estos dos primeros dirigidos por Nick Hamm. La historia nos pasea por el presente de la isla, mientras Zoe va recopilando pistas, reencontrándose con viejos conocidos y haciendo catarsis a la distancia con su terapeuta, para no volver a caer en la misma angustia y depresión que le provocó la desaparición de Axel dos décadas atrás. También, retoma la juventud del susodicho, en Manchester a mediados de la década del noventa, donde todo era libertad, música tecno y experimentación con las drogas.

Además de esta ida y vuelta en el tiempo, los enredos también incluyen los problemas de Marcus con los narcotraficantes a los que les debe dinero, los negocios de los Calafat -dispuestos a todo para abrir un casino- y otros tantos entuertos amorosos. Pina no va a dejar que nos aburramos (a pesar de sus capítulos de una hora de duración), y mete cuanto embrollo se cruza por su mente, delineando un relato demasiado inverosímil y recargado de lugares comunes, donde se permite sumar un poquito de humor (¿negro?), el cual parece salido de una mala comedia de los ochenta… o de “Breaking Bad” (2008-2013), cuando se permite el ‘homenaje’. Hasta la música parece fuera de lugar, recordando constantemente la nostalgia de los protagonistas, donde todo tiempo pasado resulta haber sido mucho mejor.

Zoe en busca de la verdad sobre la muerte de su hermano

WhiteLines” es una ensalada colmada de elementos, llevadera y atrapante para los espectadores menos exigentes que buscan ocupar su tiempo libre con un poco de misterio. Si nos ponemos más serios, no hay nada de profundidad en cuanto a la historia y sus personajes, por momentos demasiado caricaturescos y banales. Todo resulta exagerado (el joven Axel parece más un punk persiguiendo la anarquía setentosa, que un DJ con alma de hippie), improbable, hasta para la ficción más retorcida, y termina enmarcado en casilleros tan convencionales como “sexo”, “drogas”… y música tecno.

El error más grande podría ser encasillarla en un drama policial, cuando resulta mucho más disfrutable como “sátira” o una comedia negra que se queda a mitad de camino.        

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