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Netflix estrena una nueva comedia británica que se excede con la rebeldía y nuca encuentra el tono adecuado.
La canadiense Katherine Ryan salta de los escenarios del stand-up y se muda a Gran Bretaña para hacerse cargo de su propia creación. Ryan escribe y protagoniza “TheDuchess”, ¿dramedia? centrada en su personaje, Katherine, madre soltera dedicada 24/7 a criar (y malcriar) a su pequeña hija Olive(Kate Byrne). Kat es una artista de 33 años que vive en Londres junto a la nena. En el cumpleaños número nueve de su retoño decide regalarle algo especial, además de la visita de rigor a papá: un hermanito/a, concebido a través de la inseminación artificial.
Los candidatos que ofrece la clínica no satisfacen los parámetros de Katherine, quien prefiere mantener la autonomía parental y no concretar el “milagro de la vida” con su actual pareja Evan (Steen Raskopoulos), un dentista que la quiere y está bien dispuesto a dar este gran paso en la relación. La experiencia con su ex, Shep (Rory Keenan), la empuja a desconfiar de los hombres (digamos que los odia), aunque Evan es el mejor partido a la hora del sexo de fin de semana cuando la señora se desprende de su hija y se permite un poco de intimidad. Así, “The Duchess” y Ryan pretenden ser pseudo transgresoras al mejor estilo “Sex and the City” (1998-2004) -imposible no pensar en Carrie Bradshaw cada vez que vemos los atuendos estrafalarios de Kat-, pero con menos sexo y más conflictos maternales.
No queda demasiado claro si los primeros seis episodios de esta temporada pretenden ser una parodia o una examinación de la coyuntura femenina, donde las mujeres se deben debatir entre sus carreras, la presión social por formar una familia “clásica” y los propios deseos de ser mamá en el momento indicado. Katherine solo existe para Olive -hasta comparten la cama por las noches-, y los anhelos de un segundo hijo aparecen ante la necesidad de la nena por tener un hermano antes de que sea demasiado tarde. “Tarde” porque, al parecer, con sus 33 años, la señora está demasiado “vieja” para perder el tiempo, pero debe conformarse con el joven esperma de los donantes adolescentes y veinteañeros.
“TheDuchess” es una acumulación de pasos en falso e insultos mal llevados que intentan incomodar, con su protagonista a la cabeza. Katherine, el personaje y la actriz, solo puede caernos mal, aunque justifique cada una de sus barbaridades en la pantalla. Dentro de su espectro, los hombres, las nenas con capacidades especiales, las madres que luchan contra el alcoholismo y hasta la pornografía son temas que pueden satirizarse sin consecuencias, y sin causar ninguna gracia en el espectador, por supuesto.
Al final del día, Kat resuelve que la mejor manera de quedar embarazada es recurrir al esperma del padre de su hija, ex miembro de una boy band (Tru-Sé) que todavía persigue la gloria perdida. Shep es todo un arquetipo del ‘loser’, un hippie/stoner/amantes de las armas y los explosivos (¿?) que vive aislado en un bote, y es tan desagradable como ella. Pero también hay lógica detrás de este pedido (que tendrá sus condiciones): si juntos hicieron a Olive, no pueden fallar con el segundo.
“The Duchess” no nos permite empatizar con ninguno de sus personajes (no, ni siquiera con la nena). El rechazo es constante, salvo por el pobre Evan, uno de los tantos ‘sacos de boxeo’ donde a Katherine le gusta desahogarse. ¿Cuál es la necesidad de atormentar a cada uno de los que se cruzan en su camino? Esa es una respuesta que el show no parece poder responder, justamente, porque su protagonista es una ‘rebelde’ inclasificable. Kat se pavonea (de manera literal) delante de las otras madres de la escuela demostrando que es diferente y especial, una rompedora de reglas que no se ajusta a los convencionalismos. Claro que dos escenas después tenemos un personaje muy diferente que quiere por mero capricho.
Después de los primeros dos episodios, la actitud subversiva (y caricaturesca) de Katherine pierde todo efecto (y sentido), obligándonos a plantearnos cuál es el verdadero significado de esta nueva propuesta de Netflix. El constante cambio de tono y temática no nos permite comprometernos con un argumento que tampoco logra mantener el enfoque que pretende. Como se dice, a veces, menos es más, y Ryan va demasiado lejos para “sobresalir” entre sus pares. Su ‘heroína’ nunca es tal, y termina convirtiéndose en la peor enemiga del ritmo y la coherencia televisiva.
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