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Chris Hemsworth esparce su heroísmo en la pantalla chica, alejado de los héroes asgardianos, pero no de la acción y los personajes nobles.
Año a año, Netflix le apuesta a ESA gran producción explosiva de dudosa calidad narrativa, pero con grandes estrellas al frente que saben cómo atraer al público. “Misión de Rescate” (Extraction, 2020) se suma a “Bright” (2017), “Triple Frontier” (2019), “Escuadrón 6” (6 Underground, 2019) y a varios exponentes caducos de la década del noventa, para terminar de consagrar a Chris Hemsworth como héroe de súper acción, acá, tomándose un descansito de sus tareas superheroicas antes de “Thor: Love and Thunder” (2022).
Sam Hargrave, actor y doble de riesgo, debuta detrás de las cámaras auxiliado por el guion de Joe Russo -más conocido como el co-director de las últimas entregas de Avengers-, basado en su propia novela gráfica, “Ciudad”, creada junto a Ande Parks, Anthony Russo y los dibujos del cordobés Fernando León González. Cada vez que uno de estos expertos en escenas de acción (David Leitch, Chad Stahelski, Nash Edgerton) se pasa para el otro lado, el resultado son elaboras secuencias recargadas de tiros, explosiones y peleas bien coordinadas con algún que otro truquito visual, pero muy poca sustancia cuando se trata de argumentos.
“Misión de Rescate” cuenta con la ventaja de Hemsworth y su carisma, pero poco puede hacer con dos horas de relato non-stop que explota todos los lugares comunes del género (suponiendo que la súper acción sea un género), incluso muchos que creíamos extintos en favor de estereotipos raciales menos dañinos. A Hargrave y a Russo no les interesan los personajes ni sus motivaciones, mucho menos dotarlos de tridimensionalidad. Acá, lo importante, es la cámara vertiginosa y el héroe en su máxima expresión, ese que encuentra ¿redención? en la misión más arriesgada y peligrosa.
Tyler Rake (Hemsworth) es un mercenario que vende sus servicios al mejor postor y está a punto de aceptar un encargo casi imposible. Su tarea es infiltrarse en Dhaka (Bangladesh), territorio de Amir Asif (Priyanshu Painyuli), poderoso narcotraficante que decide declararle la guerra a su mayor contrincante, Ovi Mahajan (Pankaj Tripathi), al secuestrar a su hijo (Ovi Jr.) en Bombay y llevarlo para sus pagos. Desde la cárcel, Mahajan pone en marcha el contrato de rescate, y encarga a su mejor hombre, Saju (Randeep Hooda) -ex agente de las fuerzas especiales de la India- la responsabilidad de recuperar sano y a salvo a su heredero, a costa del bienestar de su propia familia.
Así, Rake y su equipo preparan la extracción de Ovi (Rudhraksh Jaiswal), midiendo cada uno de los riesgos y posibles contratiempos -militares corruptos y un ejército de niños que trabaja bajo las órdenes de Asif, entre otras amenazas-. Pero no cuentan con una traición (o varias) que deja a Tyler y su joven moneda de cambio -después de un rescate exitoso y violento- librados al azar en medio de una ciudad bloqueada y repleta de asesinos que los buscan, incluido el propio Saju, quien pretende evitar intermediarios.
Lo que sigue son dos horas (interminables) de huidas, balaceras, persecuciones automovilísticas por las convulsionadas calles de Dhaka y momentos emotivos bastante inverosímiles entre Tyler y Ovi, un adolescente en busca de una buena figura paterna para admirar. Estas escenas (donde Rake no se guarda nada de su vida personal y su pasado) se sienten fuera de lugar en medio de una historia que solo da lo que promete: acción sin respiro, villanos sin escrúpulos y el heroísmo imparable de su (irrompible) protagonista que, en un punto, ya no tiene la obligación de proteger a la víctima, pero lo hace en nombre de la ética y la moral, poniendo en riesgo su propia vida.
Una decisión que solo busca contrastar con el antagonismo de Asif, un malo (muy malo) de manual que se pasea por su mansión rodeado de mujeres bellas y con poco ropa (¿podríamos obviar por una vez la “clásica toma de traseros”?), evitando mancharse las manos de sangre y tirando órdenes a diestra y siniestra, lo que incluye arrojar niñitos desde un balcón. ¿Dónde radica la necesidad de esta violencia? Habría que preguntarle a Russo y un manojo de ideas que se regodean en la pobreza y la miseria local, y los tropos tan explotados por Hollywood (aplica a la India, el Medio Oriente, México o las favelas de Brasil).
Podríamos decir que lo más rescatable (y disfrutable) para el amante de este tipo de historias son las secuencias de acción, las peleas bien coreografiadas (de ahí la experiencia de Hargrave) y un plano larguísimo -imposible catalogarlo de “plano secuencia” porque no cumple este cometido- que sigue a los protagonistas por cada recoveco, casucha y callejuela en el momento crucial del rescate de Ovi. Una proeza técnica que hay que destacar por el nivel de complejidad a la hora de coordinar cada elemento, pero que solo aporta más violencia y caos a una película que, justamente, se enorgullece de eso.
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