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Un dramón familiar que nos deja ver el mundo y sus situaciones cotidianas a través de la sabiduría de un sumpático can. Eso sí, está Milo Ventimiglia.
El mundo se divide entre los espectadores que disfrutan con estas películas sobre animalitos, y aquellos a los que les resultan indiferentes. “Mi Amigo Enzo” (The Art of Racing in the Rain, 2019) es, claramente, para los del primer grupo: permeables a las historias recargadas de lugares comunes y golpes de efecto que buscan arrancar lágrimas con cada fotograma. Simon Curtis (“La Dama de Oro”) transforma estos tropos y clichés en un verdadero arte para llevar a la pantalla la adaptación de la novela homónima de Garth Stein, título que hace referencia a la habilidad automovilística de nuestro protagonista humano, pero también a su capacidad de hacerle frente a todos los obstáculos que la vida pone en su camino. Y no son pocos.
Curtis y el guionista Mark Bomback nos regalan el punto de vista de Enzo, un simpático perrito con la voz de Kevin Costner, que adora a su dueño Denny Swift (Milo Ventimiglia) y cree en la leyenda mongola de que los caninos que ‘están preparados’ van a poder reencarnar como humanos en su próxima vida. Todo arranca cuando el cachorrito es adoptado por este corredor de autos que sueña con su gran oportunidad y la Fórmula Uno europea. La dinámica de esta pareja irrompible pronto se desbalancea con la llegada de Eve (Amanda Seyfried), el matrimonio y, no mucho después, la pequeña Zoe.
Cartón lleno para el perrito y para Denny, que hace lo imposible para mantener a su familia (y sus anhelos) tomando cualquier oportunidad que se le presenta, aunque tenga que ausentarse constantemente, algo que no les cae muy bien a sus suegros metiches. Pero en el hogar de los Swift todo es felicidad, hasta que la enfermedad los golpea. Desde ahí, todo es cuesta abajo para ellos y para la película que empieza a acumular desgracia tras desgracia, mala onda tras mala onda, y en el medio el relato de Costner que no puede hacer mucho… porque sólo es un perro.
Acá, la idea es que Enzo (apodado así por Ferrari) aprende constantemente de las acciones de los seres humanos que lo rodean con la esperanza de poder ayudar cuando lo necesiten. Tal vez sea debido a la voz en off que le tocó en suerte, pero cuesta mucho encariñarse con este peludo protagonista que se lo pasa filosofando, y cuya única función es dar y recibir amor incondicional y compañía. Ojo, no estamos diciendo que esto sea poca cosa, pero sí lo es cuando se intenta generar todo un argumento alrededor de esta premisa.
Como la narración no logra sostenerse más allá de la primera media hora de metraje, los realizadores (y seguramente el material original) deben crear situaciones cada vez más dramáticas y desesperantes para mantener mínimamente el interés del público. Uno bastante masoquista, por cierto. En este aspecto, no podemos evitar la comparación con historias parecidas como “Marley y Yo” (Marley & Me, 2008), una propuesta también basada en un libro, mucho más articulado, interesante, gracioso y emotivo que el de Stein y su traslación cinematográfica.
Lo sentimos, pero el gastado humor de “Mi Amigo Enzo” no funciona, al igual que los golpes bajos que buscan nuestra empatía constante. Denny es todo comprensión y ternura como el mismísimo Ventimiglia, uno de los tantos personajes edulcorados, cuya moral intachable contrasta con una de las peores familia política del séptimo arte. ¿Por qué los buenos son tan buenos y los malos son tan malos? Esta falta de matices también afecta a la película que, a pesar de su final feliz, pocas veces le da respiro al drama.
A pesar de la elección de su peculiar y tierno narrador, “Mi Amigo Enzo” es una historia demasiado predecible y manipuladora, básica desde su puesta en escena y sus personajes, y perezosa desde su estética visual. Cada uno de sus elementos narrativos tiene la función de empujarnos infatigablemente hacia el melodrama de manual, un círculo vicioso del que no pueden escapar ni sus mejores protagonistas que, no importa lo que hagan o cuanto sufran, no nos logran conmover porque forman parte de un relato trillado que ha tenido muchos mejores exponentes.
Al final, nos quedan las experiencias de un perrito cuya tarea es pasearnos por este relato, un poco alejándonos emocionalmente de los sucesos que vive la familia Swift. Ahí reside uno de los errores más grandes de la película que, en definitiva, sólo busca movilizarnos con sus dramas y enamorarnos con los simpáticos gestos de Enzo. Shame on you.
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