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Taika Waititi se despacha con una sátira sobre la guerra, el nazismo y los odios demasiado simplista e ingenua.
La guerra, la violencia, el fanatismo, el nazismo son cosas malas. Eso queda más que claro en la última película de Taika Waititi, realizador neozelandés responsable de “Casa Vampiro” (What We Do in the Shadows, 2014) y “Thor: Ragnarok” (2017), entre otras cosas. Tomando como punto de partida el libro “Caging Skies” de Christine Leunens, Waititi se mete en terrero espinoso con “Jojo Rabbit” (2019), una sátira que reflexiona sobre uno de los peores momentos que atravesó la humanidad, justamente, para que no nos convirtamos en esos animalitos que tropiezan dos veces con la misma piedra.
El mensaje de la película es fuerte y conciso, pero demasiado simplista y obvio por momentos. Taika se la juega con el humor ácido e irreverente que lo caracteriza, pero no quiere (o no puede) sostener el tono a lo largo de toda la historia, y es ahí donde se empiezan a ver los hilos. ¿Se puede hacer una comedia sobre el nazismo sin ser irrespetuoso? Por supuesto. Ya lo hicieron Charles Chaplin en “El Gran Dictador” (The Great Dictator, 1940) o Mel Brooks en “Los productores” (The Producers, 1967), como para nombrar algunos grandes ejemplos, pero ahí no reside el problema de “Jojo Rabbit”.
Johannes ‘Jojo’ Betzler (Roman Griffin Davis) es un pequeñín alemán de apenas diez años que sueña con convertirse en guardia personal del Führer. Para ello se suma a la juventud hitleriana y comienza un entrenamiento que pronto se torna mucho más complicado de lo que pensaba. Puede ser que Jojo no tenga la “madera de asesino” necesaria para dicha tarea, convicciones que empiezan a ponerse en duda cuando descubre que su mamá Rosie (Scarlett Johansson) esconde a una jovencita judía en el ático de su casa.
Estamos en las últimas instancias de la Segunda Guerra Mundial con una Alemania que ya vislumbra la derrota ante los aliados. Asesorado por su amigo imaginario, Hitler (interpretado por el propio Taika), Jojo decide conocer al enemigo a fondo y empezar a interactuar con Elsa (Thomasin McKenzie), la pequeña refugiada, quien solía ser amiga de su hermana. Este intercambio es el alma de este relato transformador para el joven protagonista que comienza a dejar sus ideales de lado para empezar a entender los verdaderos horrores que lo rodean.
Muy al estilo Wes Anderson, Waititi construye y nos introduce en su propio universo, uno que no pretende ser realista, más allá de la cuidada puesta en escena. Sus personajes son mayoritariamente caricaturescos y deben serlo para que la sátira funcione, pero cuando pretende cambiar la inflexión del relato y ponerse más serio y emotivo, estos mismos protagonistas se convierten en un estorbo para la trama. Al final, Taika entiende que las sutilezas pueden ser malinterpretadas y decide recalcar el mensaje, jugando a lo seguro… y subestimando al espectador. Ahí es cuando “Jojo Rabbit” se aleja de cualquier riesgo y se transforma en una historia más aleccionadora que incisiva sobre el odio y las ideologías extremas.
El realizador nos presenta la visión infantil ¿e inocente? de Jojo, Elsa y hasta del pequeño Yorki (Archie Yates), amigo incondicional del protagonista; mientras que los adultos de esta película (Johansson, Rebel Wilson, Stephen Merchant, Alfie Allen, Sam Rockwell) son seres irresponsables y bastante torpes, dejando bien en claro quiénes son los verdaderos culpables de todos los males de este mundo. A simple vista, no hay peligros que rodeen a Betzler, otra noción que le juega en contra a la trama, más cuando Waititi yuxtapone dos estilos que no siempre son compatibles. “Jojo Rabbit” arranca de manera insolente y no parece tener límites para su humor descarado (un humor que termina desgastando). Una vez que los dos nenes se encuentran se convierte en otra película, pero cuando quiere retomar el tomo satírico del principio, todo se desbalancea: el universo inestable que creó (y no, no es Anderson), personajes como el de Rosie se revelan como artilugios narrativos, y los temas “serios” como el horror del holocausto, se convierten en frases descuidadas al pasar.
Entonces, el mensaje no pretendía ser tan potente, ¿no? Taika nos deja con la ternura de estos pequeñines que deben atravesar (y aprender) de los espantos de la guerra, sin dudas, lo mejor de la película, junto con una banda sonora compuesta de clásicos como “I Want to Hold Your Hand” de The Beatles o “Heroes” de David Bowie… en su versión alemana. El ingenuo punto de vista infantil termina jugándole en contra, no porque estos sean temas serios que deben tratarse con seriedad, sino porque la contundencia se va perdiendo en cada escena estrafalaria, dejándonos una reflexión demasiado escueta.
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