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Tres décadas después llega directo a streaming esta tercera parte sobre los dos adolescentes viajeros del tiempo que están destinados a unir al mundo con su música.
Nadie hubiera pensado -y mucho menos dicho en voz alta- que una secuela de Bill & Ted podría ser una buena idea. Excepto sus mismísimos creadores Chris Matheson y Ed Solomon, que decidieron llevar a cabo esta “innecesaria” tercera parte después de treinta años, para darle a su historia ese elusivo final que merecía. Y la mejor parte es que no solo salieron airosos, sino que además lograron mantener el espíritu de la original y dar con una premisa tan atemporal como sus protagonistas. Esta no es una gran producción de estudio, sino una de esas películas chiquitas hechas con mucho cariño.
Siguiendo la lógica de los primeros dos títulos en Argentina, esta tercera parte debería llamarse simplemente Bill & Ted 3 en nuestro país. Pero, al igual que muchas, llega solamente a través de plataformas de streaming, por lo que mantiene su título original Bill & Ted Face the Music, completando una trilogía que empezó con Bill & Ted’s Excellent Adventure (1989) y siguió con Bill & Ted’s Bogus Journey (1991). Y eso es porque entendió los códigos de esta nueva normalidad que estamos atravesando: en lugar de esperar indefinidamente para estrenar en cines, tuvo un lanzamiento mixto y limitado en algunas salas.
De la misma manera, entendió a la perfección los códigos del mundo en el que estamos viviendo, y se adaptó con gracia y sin esfuerzo a los tiempos que corren. En lugar de tratar de actualizar a sus personajes o forzar un mensaje inclusivo en la trama, dejó que Bill y Ted hicieran lo que mejor saben hacer: ser ellos mismos. Dos tipos sin muchas luces que siempre predicaron ser excelentes unos con otros, que aman la música pero no tienen demasiado talento y que son -en esencia- buenos tipos. Sin un mínimo rastro de cinismo, justo lo que necesitamos ahora.
Resulta que Bill y Ted siguieron siendo amigos a través de los años, al punto de que hacen todo juntos. Hasta ir a terapia de pareja, aunque eso les traiga bastantes problemas. Ambos siguen casados con las princesas que conocieron en la Europa medieval de la primera película, y tuvieron dos hijas que se parecen demasiado a ellos: Billie (Brigette Lundy-Paine), la hija de Ted Theodore Logan (Keanu Reeves) y Thea (Samara Weaving), hija de Bill S. Preston Squire (Alex Winter). Ellas tienen la misma relación que sus padres, crecieron juntas y aman la música, y solo quieren ayudar a sus “viejos” a que puedan componer la canción que está destinada a unir al mundo.
Pero Bill y Ted no están demasiado preocupados por cumplir la profecía, absolutamente seguros de que van a lograrlo. Acá no hay crisis de la mediana edad ni evolución de los personajes que valgan, internamente siguen siendo los mismos dos adolescentes pavotes y adorables que conocimos. Hasta que aparece Kelly (Kristen Schall), hija del mítico Rufus (el recordado comediante George Carlin) y enviada de los “Grandes”, para llevarlos a una audiencia con estos seres fuera del tiempo, que les exigen explicaciones. El límite de tiempo para componer la canción salvadora se está terminando y sus repercusiones son más graves de lo que imaginaban.
Así es como Bill y Ted se embarcan, una vez más, en una serie de delirantes viajes por el tiempo en la cabina telefónica de antaño, donde van a conocer a versiones alternativas de ellos mismos y reencontrarse con algunos viejos amigos (y nuevos enemigos). Mientras tanto, sus geniales hijas no se quedan de brazos cruzados y aprovechan la presencia de Kelly para viajar al pasado y convocar una banda con los mejores músicos de la historia, con la intención de ayudar a sus padres. Muy en la sintonía de las andanzas adolescentes de Bill y Ted, no se enredan con explicaciones sobre las reglas del viaje en el tiempo ni sus consecuencias, todo es aventura de la más básica y pura.
Realmente no importa si la historia es altamente predecible o si algunas subtramas están demás, lo que importa es subirse a este viaje sin prejuicios y poder divertirse un buen rato. Estos personajes son tan queribles como los de tres décadas atrás y -al igual que sus antecesoras- la película no tiene muchas más pretensiones que la de entretener. Y eso es exactamente lo que hace, a fuerza de encanto, buen ritmo y unos efectos visuales muy respetables para su presupuesto. La ingenuidad y positividad de Bill & Ted siguen intactas, como si el tiempo no les hubiera pasado. Y nos toman tan desprevenidos en estos tiempos complejos, que incluso -si bajamos un poco la guardia- nos pueden hacer emocionar.
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