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Uno de los mejores clásicos del cine argentino está de festejo y le hacemos honor recordando sus mejores momentos.
Nadie, en el seno de la familia Musicardi, quiere hacerse cargo de la pobre mamá Cora (Antonio Gasalla). Una inofensiva reunión entre parientes desencadena el conflicto: ¿qué hacemos con la vieja? Los ánimos se van caldeando y, de repente, hijos, nietos, vecinos metiches y otras yerbas sacan a relucir sus trapitos al sol, problemas económicos, odios y algunos amoríos bien guardados. La pelea se torna terrible y bizarra, pero queda flotando en el aire tras conocerse una trágica noticia. Así de sencillo es el argumento de “Esperando la Carroza” (1985), comedia dirigida y co-escrita por Alejandro Doria, basada en la obra de teatro homónima del uruguayo Jacobo Langsner, estrenada en 1962.
Un clásico del cine nacional que se propagó más allá de cualquier pantalla gracias a sus escenas más icónicas, hoy, convertidas en memes de las nuevas generaciones. “Esperando la Carroza” cumple 35 años desde su estreno y sigue siendo el ejemplo más acabado del grotesco criollo y costumbrista en su máxima expresión. Los mejores actores argentinos se entrecruzan en esta hilarante comedia negra plagada de frases célebres, extrañas situaciones y personajes arquetípicos que, en el fondo, no hacen más que representar la idiosincrasia y la realidad de nuestro país tras la vuelta a la democracia en 1983.
Gabriel Condron y el mismo Langsner quisieron repetir la hazaña en 2009 con una secuela que volvió a juntar a Luis Brandoni, Betiana Blum, Juan Manuel Tenuta y Lidia Catalano, pero nada en esta continuación le hace honor al material original o la gran adaptación de Doria. Borrando este mal sabor de boca, volvamos a lo que importa y festejemos este aniversario repasando (y riendo) con esos momentos que se grabaron a fuego en la historia.
El “pelotudo” en cuestión es Cacho (Darío Grandinetti), hijo de Emilia (Lidia Catalano), la más humilde de los Musicardi. Lamentablemente, le tocó el retoño más vago, un grandulón de pocas luces que pasa su tiempo jugando a la pelota con los chicos del barrio, sin miedo de ponerse a su nivel. A nadie le sorprende que, cuando Antonio (Brandoni) y Sergio (Tenuta) llegan en busca de respuestas sobre el paradero de la abuela, Cacho no tenga la menor idea de lo que estos señores están hablando. Y sí, “ahí los tienen al pelotudo”.
Elvira (China Zorrilla) y Sergio intentan solucionar el problema de “hospedaje” de mamá Cora, invitando a Antonio y su mujer, Nora (Betiana Blum), a la clásica raviolada de domingo, bien conscientes del buen pasar económico que tiene la pareja. El destino no quiere que las cosas salgan del todo bien y el corte del agua obliga a la ama de casa a pedirle ayuda a su vecina, la metiche doña Elisa que, justamente, también está cocinando la sabrosa pasta rellena. Una coincidencia que no sorprende a la iracunda Elvira, acuñando la famosa frase: “Yo hago puchero, ella hace puchero. Yo hago ravioles, ella hace ravioles”… la cual también tendrá un giro inesperado.
Dice el INADI que esta frase “ya no da”, pero de solo acordarnos se nos piantan las lágrimas de la risa. Estamos en plena reunión familiar, sin almuerzo a la vista por la falta de agua, pero Elisa, la vecina, se ofrece a donar el resto de cocción de sus ravioles para salvar el día. Entre el descuido de Matilde (Andrea Tenuta) -quien deja el teléfono descolgado- y la lengua larga de Elvira, las cosas se terminan complicando, precisamente, por esa frase que ya mencionamos más arriba. Acá, los platos rotos los paga la joven Matilde, que no escatima en las mejores justificaciones.
“Pobreza y miseria digna”, así resume el estado actual de sus hermanos menos favorecidos el acomodado Antonio, este nuevo rico que lleva un buen pasar gracias al tráfico de influencias y la especulación financiera durante la dictadura militar. El más despiadado de los Musicardi no duda en hacer juicios de valor y la vista gorda ante la situación económica de los que menos tienen, acompañando sus incisivos comentarios con una de esas empanadas que ya no serán la comida de los pobres. La frase, en su versión más sarcástica, es la respuesta más cínica a esa miseria tan literal a la que alude el personaje, pero también a su reprochable postura moral.
Angelita Pardo, más conocida como Rosaura -amiga y cuñada de mamá Cora-, y aún más conocida como la anciana sorda, le pone la cereza a este postre agridulce cuando llega a la casa de los Musicardi para despedir a su compinche al grito de “¿A dónde está mi amiga?”. Claro que para ese entonces la confusión ya se aclaró, pero entre el dolor y la sordera, la vieja no entra en razón y termina llorando al costado del cajón de una desconocida húngara. Pardo tenía 95 años al momento de filmar la escena, un resumen perfecto de este grotesco hilarante que termia al son de “La Vaca Lechera”.
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