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Justicia Juvenil Restaurativa: "Otra forma de cambiar las cosas"

¿De qué se trata este proyecto que ya está funcionando en Argentina?, ¿por qué se involucra a la víctima?, ¿obtuvo resultados positivos? Filo.News habló con el director del programa para resolver estas cuestiones.

Justicia Juvenil Restaurativa: "Otra forma de cambiar las cosas"

En un presente donde se evalúa la posibilidad de bajar la edad imputabilidad, un programa apuesta para evitar la reincidencia de menores que cometieron delitos.

Filo.News habló con Raúl Calvo Soler, docente de Derecho y Criminología de la Universidad de Gerona, Cataluña, y especialista en el tema: “Si no se entiende que la sanción es un medio para lograr que el delincuente entienda las consecuencias, el castigo, sobre todo con jóvenes, no sirve”.

Calvo Soler es el director del programa de Justicia Restaurativa y se encarga del diseño de las intervenciones y la formación del equipo de personas que trabaja con los victimarios y las víctimas.

¿En qué consiste el programa?

El programa Justicia Juvenil Restaurativa tiene como objetivo no institucionalizar a los adolescentes en conflicto con la ley, en cambio, apunta a brindar un tratamiento integral e interdisciplinario para que vuelvan a insertarse en la sociedad a través del estudio, trabajo o deporte.

Este plan se basa en tres pilares fundamentales: el reconocimiento por el autor, la reparación a la víctima y comunidad, y la reinserción del infractor a la comunidad. En primer lugar, el autor debe ser consciente del daño que ocasionó. Lo siguiente es la sanción para reparar de alguna forma la relación con la comunidad. La última etapa consiste en reinsertar al infractor en la comunidad y prevenir futuros delitos. 

“El victimario tiene que entender que lo que hizo estuvo mal. Castigarlo y nada más no significa que vaya a aprender que lo que hizo está mal"

El programa apunta a jóvenes entre 12 y 18 años que hayan cometido delitos de baja, media y alta intensidad y que sus casos sean derivados por los juzgados y fiscalías. “Mensualmente manejamos entre 30 y 50 casos. Algunos se mantienen y otros van llegando”, explicó Calvo Soler.

“Trabajamos con la víctima y le preguntamos cómo puede sentirse reparada”, aclaró el profesor, que viaja de Buenos Aires a Cataluña varias veces en el año generando intercambio de ideas entre ambos puntos. “El victimario tiene que entender que lo que hizo estuvo mal. Castigarlo y nada más no significa que vaya a aprender que lo que hizo está mal".

San Isidro, el elegido

El programa se impulsó en San Isidro porque varias instituciones como la Universidad de San Andrés, la Iglesia, el Municipio y el Colegio de abogados, se pusieron de acuerdo y cada uno hace aportes para mantenerlo en marcha: espacios, investigadores y contratos.

“Lo que hay que entender es que este no es un modelo que evita la respuesta del sistema, consideramos que es otra forma de cambiar las cosas”

La opinión de la gente

Respecto a lo que piensa la gente, el director del programa confesó que al principio a nadie le gustaba: “Al principio, la opinión de la gente es reticente. Pero con el tiempo, cuando empiezan a ver los resultados, ahí es cuando se suman al proyecto”.

Dado que la última etapa es reinsertar al infractor, la presencia y el acompañamiento de la comunidad es una de las claves del proyecto, por eso la aceptación desde quienes forman parte del mismo ambiente es de suma importancia para que el programa funcione en su totalidad.

Objetivo cumplido

“Castigar a alguien sin más, no funciona. Si no se entiende que la sanción es un medio para lograr que el delincuente entienda las consecuencias, el castigo, sobre todo con jóvenes, no sirve. La respuesta del sistema debe ser un proceso restaurativo”, consideró el profesor. Además, remarcó que “el hecho de castigar al victimario no significa que la víctima se sienta reparada”. 

“Lo que hay que entender es que este no es un modelo que evita la respuesta del sistema, consideramos que es otra forma de cambiar las cosas”, cerró el director del programa que, además de funcionar en San Isidro, está en marcha en Pergamino y Colón (Buenos Aires).

Hace casi cinco años que el programa funciona y el director del mismo considera que el “objetivo está cumplido”, pero queda más por hacer.