El Gobierno busca que la iniciativa sea tratada antes de que termine el periodo de sesiones ordinarias, que será el próximo 30 de noviembre.
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Las manifestaciones en todo el mundo en contra del racismo dejaron en evidencia que Argentina todavía tiene una deuda pendiente en la solución de un conflicto que acarrea desde hace siglos.
A lo largo de la historia de la humanidad distintos grupos sufrieron procesos de violencia y discriminación como resultado del accionar de otros grupos culturalmente hegemónicos que negaron la existencia de los primeros.
Esto derivó en un fenómeno que atraviesa hoy en día la sociedad argentina y que se expresa en forma de vulneración, discriminación y violencia: el racismo.
El racismo es una forma de discriminación centrada en diferencias biológicas, reales o imaginarias, que se hacen extensivas a signos o indicadores culturales o religiosos. Constituye una ideología que apeló a la biología para establecer relaciones jerarquizadas de desigualdad entre grupos humanos.
En este sentido, pueden considerarse en cuatro dimensiones, según el Inadi: los mecanismos mentales de la discriminación, los sentimientos, las actitudes racistas y las prácticas discriminatorias.
La primera dimensión refiere a los mecanismos mentales que implican los prejuicios y estereotipos propios de la discriminación. En cuanto a los sentimientos, se caracteriza la sensación de rechazo, miedo y amenaza, incluso odio. Otra dimensión es la de las actitudes racistas, entre las cuales señalamos como características a la intolerancia y la estigmatización. Por último, las actitudes se ven plasmadas en el nivel de las prácticas
discriminatorias, las cuales van desde el discurso, la indiferencia, los insultos, hasta las golpizas y matanzas.
Su reproducción a través del discurso en las instituciones más representativas de la sociedad como las escuelas, las empresas o los medios de comunicación, colaborando a la construcción de un “sentido común”.
El racismo moderno tiene un origen europeísta, ya que Europa occidental le dio lugar en un contexto de expansionismo capitalista. El sometimiento de la mano de obra esclava africana e indígena, es el antecedente del paradigma de progreso que “legitimó” la asociación del color oscuro de la piel, o “raza negra”, con lo negativo y al color claro de la piel con lo positivo, edificando estructuras de poder.
En Argentina, la construcción histórica de la identidad nacional fue en línea con el paradigma eurocéntrico de la época, que apeló cada vez más a la biología y a la lógica de las divisiones en términos de “razas”.
De hecho, se promovieron campañas para “poblar el país” (entendiendo que era un país desierto a pesar de la presencia de los pueblos originarios en el territorio) con inmigrantes extranjeros, preferentemente europeos occidentales que importaran valores, costumbres y educación propios de la sociedad “civilizada”.
Sin embargo, ese proceso también estuvo acompañado por la migración nativa del campo argentino a las ciudades, provocando un choque de culturas muy distintas dentro de un mismo espacio urbano.
Mientras que por un lado el Estado optó por la política de integrar al inmigrante extranjero a las instituciones de la sociedad argentina, por el otro expulsó, elminió e invisibilizó al nativo originario y al afrodescendiente por considerarlos “bárbaros” o “salvajes”.
Hoy en día, podríamos considerar al racismo contemporáneo como una herramienta exitosa para perpetuar la exclusión y la vulneración de derechos. Y tal como la exclusión es una de
las consecuencias principales de la práctica racista, también lo es para la desigualdad de clase socioeconómica. Así, se sostiene que el racismo, además, refuerza la estigmatización de los grupos en situación de pobreza.
Esto se ve representado en las expresiones “son unos negros”, aludiendo a un racismo biologicista clásico, o el “son unos grasas” a través del racismo cultural que desvaloriza la capacidad de producción y consumo cultural de las clases populares. “Son todos vagos, no quieren trabajar”, “les gusta vivir hacinados” o “se llenan de hijos para cobrar planes” son otras de las frases que se identifican con los prejuicios que recaen en la población en situación de pobreza.
Al mismo tiempo, el estereotipo de “pibe chorro” constituye la expresión de un proceso ideológico de criminalización de la pobreza asociado a una forma particular de vestimenta y a rasgos físicos étnicos que comparten con los pueblos originarios de Argentina o con las poblaciones migrantes de países limítrofes como Bolivia, Perú o Paraguay.
A partir de lo explicado anteriormente, el racismo es un fenómeno discriminatorio por motivos culturales y físicos y está atravesado por las variables de clase y nacionalidad.
Un informe del Inadi explica que el racismo, en sus diferentes expresiones, concentró el 17,2% de las denuncias entre 2008 y 2019. La mayor proporción estuvo relacionada con discriminación contra migrantes (7,9%), el 4,1% hacia afrodescendientes, el 3,1% por condiciones socioeconómicas, el 1,8% por el color de piel y el 1,3% contra los pueblos originarios.
Por su parte, el 60% de las personas encuestadas en otra de sus investigaciones opinó que en Argentina existe discriminación contra las personas afrodescendientes y contra los pueblos indígenas. Sin embargo, de las personas que expresaron haber experimentado alguna situación de discriminación, solo el 35% afirmó que se trató de un hecho racista.
La propia titular del Inadi, Victoria Donda, declaró: "Está muy instalado en una clase dirigente de la Argentina eso de los 'negros de alma', 'negros de cabeza'. El caso del hombre que metió a su mucama en un baúl para llevarla a su casa del country es discriminación por condición socioeconómica y racial, además de otros delitos más. El caso de Villa Gesell (por el asesinato a Fernando Báez Sosa) es discriminación racial y de clase, además de ser un homicidio".
Las fuerzas de seguridad también cumplen un papel tristemente célebre en esta problemática. La sumatoria de casos registrados evidencian que su accionar es diametralmente opuesto cuando se trata de abordar a personas “negras” (en todas las dimensiones racistas posibles explicadas previamente) que cuando se trata de personas de una clase socioeconómica privilegiada. No son los mismos protocolos, las mismas leyes, la misma fuerza ni el mismo diálogo. Eso también es racismo.
También existe la discriminación en contextos laborales, la imposibilidad de acceder a lugares públicos por lo que se conoce como "portación de cara", y las frases despectivas naturalizadas en las que subyace el racismo.
En definitiva, a pesar de que existe la creencia que el racismo sólo ocurre en aquellas comunidades donde las minorías étnico-raciales intentan conseguir una igualdad de derechos con respecto al resto (14% de la población negra en EEUU), Argentina también reproduce acciones racistas que atraviesan la política, la economía y la sociedad civil y que son invisibilizadas desde hace tiempo.
El Gobierno busca que la iniciativa sea tratada antes de que termine el periodo de sesiones ordinarias, que será el próximo 30 de noviembre.
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