Pasados los primeros dos episodios de “Apache, la Vida de Carlos Tévez”, queda bien en claro que la intención de su director, Adrián Caetano, no es concentrarse exclusivamente en los humildes orígenes del ídolo deportivo y su lento ascenso al estrellato, sino mostrar (hasta regodearse) las miserias del día a día en el barrio Ejército de los Andes.
“El Legado” y “Un Mundo Nuevo, el Origen”, tercer y cuarto capítulo de la serie original de Netflix, siguen paseándonos por la preadolescencia del futuro jugador de Boca -acá interpretado por el jovencito Balthazar Murillo-, su entorno familiar y las peripecias que le toca vivir día a día en uno de los lugares más peligrosos del Gran Buenos Aires. Al menos, así es cómo lo pinta el realizador: como una tierra de nadie sin ley, donde impera la violencia, las drogas y la revancha a puro tiro.
Caetano transforma la biopic de Tévez en un western urbano (algo muy propio de su filmografía y series de TV), dejando de lado al protagonista para condensar la trama en los hechos criminales que rodean a la familia de forma indirecta. Mientras papá Segundo (AlbertoAjaka) se desloma para darle un mejor pasar a su esposa y sus hijos, y mamá Adriana (VanesaGonzález) se desvela pensando en su seguridad, el tío más joven de Carlos se convierte en el blanco de Hernán, un muchachito con pocas luces, allegado de una de las bandas más peligrosas de Fuerte Apache. Al pibe se le zafa la correa, y con pistola en mano, arremete contra su víctima desatando el enfrentamiento entre parentelas.
Este hilo narrativo termina por tomar el control de la trama casi desde el comienzo, mostrando los diferentes encontronazos entre las dos partes, y la tragedia que se desprende de ellos. La escalada de violencia es inevitable, hasta que intentan llegar a una tregua, mandando a Hernán lejos del lugar y la familia Tevéz, a la que se la tiene jurada.
Así, “Apache” deja de ser un drama biográfico para transformarse en una historia meramente criminal, con esporádicas escenas donde Carlitos intenta pasar tiempo con su novia Mariela, sin enfurecer a su papá, o cuando llega la ansiada oportunidad de ir a probarse a Boca Juniors. Estos pequeños momentos de triunfo se pierden en un mar de marginalidad de manual, con personajes estereotipados y caricaturescos que exhiben su poca educación a flor de piel y una violencia que parece innata. Mentira. Dudamos que la realidad sea tan así, ¿es posible que todos los habitantes de Fuerte Apache vayan armados?
La exageración de Caetano molesta, sobre todo, porque sus protagonistas no tienen matices. Todos son medio brutos, mal hablados, pero nobles, a diferencia de los malos, que son bien malos. Las pobres actuaciones del elenco tampoco ayudan a pasar el mal rato de un producto que está a años luz de otras biopics locales como “Monzón”, aunque el realizador también trata de mostrar la discriminación que sufren los miembros de las clases sociales más bajas.
“Apache, la Vida de Carlos Tévez” es dos series en una, y ninguna se conecta muy bien con la otra, que digamos. Por un lado, tenemos la historia familiar cargada de amor incondicional y sacrificios, mientras Carlos intenta cumplir su sueño futbolero con la esperanza de una vida mejor. Por el otro, la criminalidad inevitable que rodea a los Tévez por el sólo hecho de vivir donde viven. Sí, Fuerte Apache es el protagonista más importante de esta historia y, al parecer, también el verdadero villano. Algo así como “Ciudad de Dios” (Cidade de Deus, 2002), salvando los kilómetros de distancia que este drama guarda con la celebrada película de Fernando Meirelles y Kátia Lund. Medio que nos dio vergüencita la comparación.