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Sebastián Wainraich llega a la pantalla de Netflix con una comedia semibiográfica con la que muchos se pueden identificar.
Después de probar suerte con “Go! Vive a tu Manera”, “Apache: La Vida de Carlos Tévez”, “No Hay Tiempo para la Vergüenza”, “Puerta 7” y “Fangio: El Hombre que Domaba las Máquinas”, Netflixle apuesta a otra producción argentina, esta vez, de la mano de Sebastián Wainraich y una historia semibiográfica que lo pone en el centro de la escena. El actor y conductor es uno de los artífices de “Casi Feliz”, comedia dramática co-creada por Hernán Guerschuny, guionista y director con quien ya trabajó en “Una Noche de Amor” (2016).
Acá no hay mucho misterio: Sebastián (Wainraich) es un humorista y personalidad de la radio, bastante reconocido -aunque no llega al mote de “famoso”-, que navega el día a día de su vida adulta y cada uno de los pequeños obstáculos que se le van atravesando, personal y profesionalmente. Divorciado de Pilar (Natalie Pérez), padre de dos hijos de los que comparte la custodia, hincha sufrido de Atlanta y artista que intenta mantener la frescura de una profesión que, a veces, le trae satisfacciones y sueños cumplidos, y otras tantas, momentos incómodos y trabajos de compromiso. Pero, al final de la jornada, no puede escapar de sus inseguridades, las señales confusas de las mujeres que lo rodean o su propia historia familiar, la que pesa a la hora de tomar ciertas decisiones.
“Casi Feliz” no se anda con preámbulos y en sus dos primeros episodios -“Permiso para Viajar” y “La Semifinal”- nos deja bien en claro la personalidad y los problemas cotidianos que afronta su protagonista. Queda en nosotros separar al personaje de la persona (algo que resulta bastante fácil), y quedarnos con la versión ficticia de Sebastián, arquetipo de la “crisis de la mediana edad” que debe aprender a identificar y resolver cada una de estas pequeñas disyuntivas. Al mejor estilo JuddApatow, Guerschuny trata de sacar el mayor provecho de cada situación, despojando a su intérprete de todo glamour para que aflore esa humanidad con la que cualquiera se puede identificar.
Más allá de algunas circunstancias forzadas y un tanto desbalanceadas que se dan en los primeros minutos, “Casi Feliz” va encontrando su tono y su ritmo, mejorando capítulo tras capítulo (son diez en total durante esta primera temporada). Al protagonista, y algunos personajes recurrentes -Pilar y Sombrilla (Santiago Korovsky), productor radial de Sebastián-, hay que sumar pequeñas apariciones especiales que se dan en cada episodio (Benjamín Amadeo, Adrián Suar, Gustavo Garzón), momentos que ayudan a delinear el estado anímico de Sebastián, quien no siempre sale bien parado de estas situaciones.
Los momentos absurdos de la serie terminan siendo lo menos interesantes, tal vez, porque los realizadores se quedan a mitad de camino y se contienen a la hora de explotar su peso narrativo. En cambio, lo que mejor funciona son esos instantes más íntimos donde el protagonista se toma el tiempo de reflexionar, o se relaja, dejándose llevar por una situación que lo desborda y no siempre puede entender o manejar, demostrando que la vida, en realidad, no es tan complicada.
Guerschuny y Wainraich nos pasean por una Buenos Aires (y un centro porteño) muy reconocible, aunque en la mayoría de los casos no parece haber una búsqueda estilística de estos escenarios (bares, hoteles, oficinas) que atraviesa el protagonista. Una oportunidad desperdiciada, pero Sebastián compensa con su carisma y cierto patetismo que lo acerca a la vulnerabilidad.
Sin dudas, “Casi Feliz” es lo mejor que nos dejó hasta ahora la producción local en la plataforma de streaming, un producto llevadero (más allá de sus escuetos 25 minutos de duración por episodio) que rescata lo mejor de la sitcom como género, alejándose de los “chistes fáciles” para ahondar en la psicología de un personaje que se construye (o deconstruye) con cada situación.
Cabe aclarar que no es un producto brillante, pero es un gran incentivo para las colaboraciones que vendrán -como “El Eternauta”-, tal vez, más enfocadas en los personajes y su contexto, y no tanto en la espectacularidad o la explotación de estereotipos que pueden atraer a las audiencias internacionales. Menos es más, y “Casi feliz” es un buen comienzo.
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