La próxima vez que veas una rata pasar fugazmente a unos metros tuyos pensá esto: capaz quiere jugar al escondite. Científicos alemanes del Centro Einstein de Neurociencias y la Universidad de Humboldt pasaron varias semanas jugando con roedores en una habitación llena de cajas y descubrieron que éstos eran sorprendentemente buenos en el juego. Sospechan que el escondite tiene su origen mucho antes en la evolución de lo que se pensaba.
En el estudio recientemente publicado en la revista Science, los investigadores entrenaron ratas para jugar a las escondidas en el laboratorio. En una versión del juego, un experimentador colocó la rata en una caja, cerró la tapa y se escondió. Cuando abrió remotamente la caja, la rata empezó a buscar. Cuando lo encontraba, el experimentador le hacía cosquillas como recompensa (recordemos que las ratas disfrutan mucho de esta interacción).
En otra versión del juego se colocó a la rata en la caja pero con la tapa abierta, lo que indicaba que esta vez desempeñaba el rol de esconderse. Las ratas aprendieron rápidamente el juego y hasta desarrollaron estrategias para esconderse y buscar. Además, parecían disfrutar tanto de encontrar a los experimentadores como de ser encontradas por ellos, lo cual se mostraba tanto en sus saltos y en el tipo de sonidos que emitían como en sus patrones de actividad neuronal.
Más allá de la ternura (o los escalofríos, dependiendo del punto de vista), estos resultados ofrecen una nueva visión del comportamiento del juego, un rasgo evolutivo importante entre los mamíferos: permite estudiar importantes aspectos neurobiológicos (la toma de decisiones, la motivación) en el contexto de un comportamiento rico y sin restricciones.