La última dictadura militar en nuestro país se caracterizó no solo por una ampliación y sistematización del accionar represivo de las fuerzas armadas y policiales, sino también por la censura cultural: pensar era un pecado y hasta te podía llevar a la muerte.
En este contexto, no solamente se secuestraron y se desaparecieron personas, sino también libros, ya que estos eran considerados por el gobierno de turno, los que perturbaban la mente de la sociedad que según ellos debía ser occidental y cristiana.
Además, se persiguieron a los editores y a sus editoriales, se controlaron las bibliotecas y a los bibliotecarios, a las universidades y a los colegios públicos y privados... "Las ideologías se combaten con ideologías y nosotros tenemos la nuestra", decía el Ministro de Cultura y Educación nombrado hacia julio de 1978, Juan Llerena Amadeo.
Los libros infantiles y juveniles no fueron la excepción. Pero la memoria perdura y, muchas veces, lo hace a través de —y gracias a— la catalogación y digitalización; tal como lo hicieron la Escuela de Humanidades y la Biblioteca Central de la UNSAM en 2018 en el micrositio Las palabras ocupan mucho espacio.
El catálogo incluye 111 obras de más de 25 escritores e ilustradores argentinos y extranjeros reunidas desde 1975 por la Biblioteca La Nube y se trata, en su mayoría, de primeras ediciones publicadas por editoriales censuradas entre 1976 y 1984 por la Junta Militar, que prohibió su circulación por decreto.
Entre ellas se encuentra "Dailan Kifki", uno de los clásicos infantiles más conocidos de María Elena Walsh —autora que hoy cumpliría 91 años—; sobre un elefante que apareció un buen día y cambió la vida de toda la familia. Donde además, como reza su contraportada, "las situaciones más desopilantes son contadas con la ternura necesaria para que sean inolvidables".
"El jueves yo salía tempranito a pasear mi malvón por la vereda, como todos los jueves, cuando al abrir la puerta ¡zápate! ¿Qué es lo que vi? El zaguán bloqueado por una enorme montaña gris que no me dejaba pasar.
¿Qué hice? La empujé. Sí, empujé la montaña y conseguí sacarla a la vereda. Y allí vi, creyendo soñar, que la montaña era nada menos que un elefante. ¿Se dan cuenta? ¡Un elefante!
Ya iba a gritar pidiendo socorro cuando me fijé que el animalote tenía una enorme carta colgada de una oreja. En el sobre estaba escrito mi nombre con letras bien grandes, de modo que lo abrí, y esto era lo que decía, escuchen bien:
'Estimada señorita: Yo me llamo Dailan Kifki y le ruego no se espante porque soy un elefante. Mi dueño me abandona porque ya no puede darme de comer. Confía en que usted, con su buen corazón, querrá cuidarme y hacerme la sopita de avena. Soy muy trabajador y cariñoso, y, en materia de televisión, me gustan con locura los dibujos animados'.
¡Imagínense!
¿Se imaginaron?
¿Se imaginan qué problema?
Uno puede encontrar un gato abandonado en un umbral, puede encontrar un perro, una cucaracha, una hormiga extraviada... ¡hasta un bebé con pañal y alfiler de gancho! Todo, menos un elefante.
A mí me daba no sé qué dejarlo abandonado y hambriento, y al mismo tiempo, aunque mi casa es grande, no sabía bien dónde ponerlo ni qué iban a decir mi familia y los vecinos.
De todas maneras, decidí recogerlo por unos días hasta encontrarle mejor ubicación... Ustedes hubieran hecho lo mismo, ¿verdad?
Entonces volví a empujarlo, esta vez con la trompa para adentro, por el zaguán, sin que Dailan Kifki ofreciera la menor resistencia: entró muy apurado, sin duda atraído por el olor a arroz con leche que venía de la cocina.
Lo llevé al jardín, sigilosamente, tratando de no despertar a nadie, pero los pasos de Dailan Kifki retumbaron como truenos por la casa, y toda mi familia se asomó en camisón por la ventana que da al jardín.
Mi mamá se desmayó, a mi papá se le cayó la pipa de la boca, y mi hermano Roberto dijo:
—Estamos fritos.
[...]
Se trata de un trabajo que comenzó en 2013, con especialistas del Programa en Literatura Infantil y Juvenil (PLELIJ) junto a La Nube en un proyecto de catalogación y digitalización de su fondo documental, que propone cuatro áreas temáticas: textos rebeldes (libros muy conocidos como Un elefante ocupa mucho espacio, libros de autores como Beatriz Doumerc y Ayax Barnes y libros de editoriales como Librerías Fausto, Ediciones de la Flor o CEAL); publicaciones previas a la dictadura (El diario de los chicos); literatura y escuela (textos ficcionales y de texto que proponían perspectivas renovadoras y nuevos lenguajes didácticos); y libros de autores extranjeros (cuentos clásicos de autores como J. Prévert o A. Rosenstiehl). Podés ver más de esta muestra de libros prohibidos en este link.