¡Mansa amistad! Historias conmovedoras de amigos mendocinos
Para festejar el día de la amistad, compartimos aquí tres historias inolvidables.
A muchos lectores les sorprenderá saber que el Día del Amigo no se festeja en otros países del mundo. Mientras en otras latitudes se pone el acento en conmemorar la llegada del hombre a la Luna, por estas fechas los argentinos se acuerdan de esa familia por elección que son las amistades. Confidencias, aventuras, ayuda, sacrificios: todo eso —y más— cabe en el universo de la amistad. Para conmemorar una jornada tan especial, compartimos a continuación historias de mendocinos que vivieron con sus amigos experiencias lindas o feas, pero siempre inolvidables.
Siempre juntas
Cuando escucha la palabra “amiga”, Paola Abel siempre piensa en Julia. Hace unos años, Julia se mudó a Francia, impulsada por sus ganas de aprender a surfear. Para no perder el contacto, las dos chicas conversaban cada tanto por Skype; y así Paola supo que desde que Julia se había radicado en la costa francesa no había vuelto a sufrir los ataques de epilepsia que tanto miedo le daban.
“Estábamos haciendo una videollamada. Hablábamos de la vida, y yo la veía feliz porque ella me decía que el tratamiento contra la epilepsia estaba funcionando”, cuenta Paola.
“En un momento veo en la pantalla que Julia se para y se va a buscar una manzana roja, y veo que empieza a comer la manzana y de pronto me da la impresión de que la empieza a morder raro, como si fuera un zombi” (Paola Abel)
Paola siguió hablando como si nada, pero Julia ya no respondía. “Vi por la pantalla que la manzana le temblaba en la mano, cada vez más, hasta que ella se cayó y con el pie pateó la computadora”. Era un ataque. Pao se desesperó, “en la distancia, sentí que no podía hacer nada”.
La netbook de Julia cayó al suelo francés, y la cámara quedó enfocando hacia cualquier parte. Paola, desde Mendoza, estaba fuera de sí: “yo solo alcanzaba a ver sus pies que tiritaban. Intentaba tranquilizarla…¡por Skype!”.
Fueron minutos frenéticos. El cuerpo de Julia seguía con espasmos, “literalmente como un zombi”, apunta Pao. “De repente vi que se quedaba quieta. Le empecé a hablar y ella me preguntaba qué había pasado. Le expliqué, tratando de contenerla, y lloramos juntas”.
A toda prueba
Para Leandro Abraham los amigos son uno de los ejes de la vida. Tanto, que cualquier pregunta sobre el tema deriva en una cadena de anécdotas que se van hilvanando infinitamente. Algunas “no pueden contarse”, otras sí. Y entre las que vale la pena compartir hay una vinculada al Mundial de fútbol de Brasil.
“Era 2014. Yo le había pedido a mi abuelo, que tiene una casa rodante, que me la prestara para irme a Brasil con mis amigos. Necesitábamos que el vehículo tuviera una cama, porque uno de mis amigos tenía hernia de disco y no podía ir sentado. Al principio mi abuelo me dijo que sí, pero faltando dos meses me dijo que había cambiado de opinión porque tenía miedo de que tuviéramos un accidente”, relata Leandro.
No tenían vehículo. Sin embargo por los amigos uno hace lo que sea. Leandro: “faltando dos semanas para el Mundial, me la jugué. Sin decirle nada a los chicos, vendí mi auto, me compré una camioneta y la refaccioné para poder ir juntos a Brasil”. Siete días antes de que comenzara la competencia, Leandro reunió a sus amigos. “Gente, nos vamos a ir, pero no en el motorhome de mi abuelo sino en esta camioneta”.
Los 4 amigos estuvieron 45 días viviendo arriba del rodado, viajando a todas las sedes donde jugaba Argentina. “Hicimos 14.000 kilómetros, felices, con el flaco de la hernia de disco acostado en la parte de atrás”, recuerda y sonríe Abraham.
Reencuentro
Facundo García iba viajando por África cuando al llegar a Ositeti, en el sur de Kenia, conoció a Lilian Naserian Martine. Lilian le presentó su tribu, los masai, una etnia de guerreros de la sabana. Y a pesar de la distancia cultural, se hicieron amigos.
Lilian le enseñó a Facundo cómo luchaban por sus derechos las mujeres masai: no todas podían acceder a la educación o la salud. Ella peleaba para cambiar eso.
“Me conmovió lo que hacía ella entre tanta soledad. Cuando dejé la aldea, supe que lo más probable es que nunca volviéramos a vernos. Una pena, porque nos habíamos hecho muy amigos” (Facundo García)
En esa zona de África no hay electricidad, ni agua, ni gas, ni buenos caminos. Era difícil mantener el contacto. Pasaron meses y años. A veces Lilian y Facundo intercambiaban un mail, o algún mensaje en las redes sociales. Así fue madurando la idea de lograr que Lilian viajara a Mendoza. Era un modo de devolverle la hospitalidad que ella había mostrado en Kenia.
Así nació el Proyecto Afrocuyo, que con el apoyo de la Secretaría de Internacionales de la Uncuyo, trajo a Lilian a la Argentina. La chica pasó un mes en Mendoza, dando conferencias sobre su cultura y su lucha. Hoy sigue con sus actividades en Kenia, aunque tiene decenas de amigos cuyanos.
Y lo que parecía imposible, se logró gracias a la fuerza de la amistad.