A los 85 años, el productor es protagonista de una serie que cuenta su vida y su extensa trayectoria en los medios.
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El tiroteo masivo en Christchurch surgió de las comunidades supremacistas blancas de foros de Internet, y poner en ridículo a los medios masivos es parte de una estrategia de radicalización de la que deberíamos mantenernos al margen
Nueva Zelanda no es culpa de los videojuegos, ni de PewDiePie, ni de los memes. Ni siquiera de las comunidades tóxicas. El gatillo lo apretó una sola persona.
Pero lo apretó con un público en mente. Y hay que considerar que si ese público no existía, quizás no hubiese pasado.
El asesino frecuentaba comunidades como 8chan y 4chan, en las que se reclutan y radicalizan jóvenes supremacistas blancos, a través de técnicas que se alejan de la violencia directa de neonazis y skinheads y se sostienen principalmente en el humor negro de los memes.
Es importante entender de qué hablamos cuando decimos “humor negro”. Porque es un arma de doble filo que a la vez funciona como escudo (hasta la metáfora es escurridiza).
Los que se indignan porque “ahora no se pueden hacer chistes de nada” son los racistas o machistas, sí, pero también los que recuerdan la sátira como una poderosa herramienta de lucha contra la opresión. En Argentina tenemos el ejemplo perfecto: la revista Hum®️.
Es imposible calcular la importancia de Hum®️ durante la dictadura de los ‘70. Desde cada una de sus páginas se atrevía a escupir directamente al poder, a mostrar a los miembros de la junta como los monstruos patéticos que eran. Y esa sátira política funcionaba como un proto-meme.
Cuando la miseria de la prensa argentina te decía “lo que ves no está pasando”, La revista Hum®️ te decía “sí está pasando”. La sátira te hacía sentir que no estabas loco, que alguien más veía lo mismo que vos. No estabas solo en tu indignación. El humor escondía una señal de resistencia.
En una sociedad en la que enfrentar directamente a los asesinos te podía convertir en un muerto más, la sátira era la forma de animarse a hablar y a la vez de escudarse. “No se ofenda, coronel… es un chiste nada más”.
Así funciona un meme. Es una señal de humo. Es un guiño. Te vemos, te escuchamos. Sos parte de un grupo del que los demás no pueden enterarse que existe. El humor como herramienta revolucionaria, a la vista de todos.
Si ese humor ofensivo es una herramienta contra la opresión, el humor negro también se usó históricamente para mantener al oprimido en su lugar.
Los chistes racistas y sexistas apelan al impulso básico de reirte de lo diferente. Por eso la caricatura racial más básica, más infantil, compara al otro con un animal.
En las imageboards hay una competencia constante a ver quién hace el meme más ofensivo de todos, el chiste menos apropiado - porque el humor negro también demuestra al que piensa igual tu “fortaleza”. No me ofendo. Soy insensible. No soy políticamente correcto. Soy más fuerte. Estoy mejor preparado.
Porque el humor negro te permite expresar una idea y a la vez retractarla. El que hace un chiste racista está buscando de tu parte el reconocimiento de la risa, la demostración de que hay un entendimiento entre ustedes dos, un apretón de manos secreto ¿Y si no te reís? “Era joda”.
La cultura de memes xenófobos y racistas tiene esa doble función. Te permite señalar al diferente, y recordar al que piensa como vos que “todos sabemos” que el otro es inferior. Como pasaba con la sátira de Hum®️, para un propósito mil veces más noble, la burla te permite tirar la piedra y esconder la mano. Es una joda.
Pero no es. Es un guiño.
Esa es la técnica que utiliza Felix Kjellberg o “PewDiePie”, el youtuber más popular del mundo, que quedó en el centro de la polémica luego de que, al parecer, el tirador le dedicara la masacre. Kjellberg jamás expresó abiertamente puntos de vista supremacistas, pero forma parte de la misma competencia por ser el más ofensivo que se juega en 4chan.
En sus videos de gaming, PewDiePie usa insultos raciales para agredir a sus contrincantes (usando la palabra “negro” como un insulto), se disfraza con uniformes similares a los nazis y hace referencias constantes a Hitler, pagó a niños africanos para que escriban en un cartel la frase “muerte a los judíos”, tiene una riña histórica con la youtuber indo-canadiense Lilly Singh, a la que dijo que “golpearía con una maza”, y hace poco recomendó un canal de YouTube que propone teorías de conspiración de ultraderecha. Pero en joda. Todo en joda.
PewDiePie tiene la capacidad de lanzar este tipo de señales a sus 89 millones de seguidores. Su humor negro e incorrección política hace reír a la mayoría del público, pero para una pequeña fracción de su audiencia este humor codificado indica que es uno de ellos, que los aprueba tácitamente. Y que quizás en otro contexto podría expresar con libertad sus creencias.
Y aún así, el “subscribe to PewDiePie” que dice el tirador de Nueva Zelanda justo antes de entrar a la mezquita donde asesinó a sangre fría decenas de musulmanes puede no tener que ver directamente con el youtuber.
Hace unos meses que PewDiePie pelea el puesto del canal con más seguidores del servicio con T-Series, un canal de videos musicales de origen indio que al estilo de Vevo pertenece a las grandes disqueras de ese país.
Para el público masivo de YouTube, la guerra de PewDiePie contra T-Series es una cuestión de principios, y representa al youtuber que genera su propio contenido contra las grandes corporaciones que representan la forma antigua de explotar a un artista. El pasado contra el futuro. Suscribirse a PewDiePie, aunque su canal no te interese y sea una figura problemática, es estar del lado de los “buenos”, de lo independiente, de lo real.
Pero hay otra lectura de este enfrentamiento que se hace en 4chan y otras imageboards. La guerra de PewDiePie contra T-Series es la que la supremacía blanca pelea desde siempre: un sueco, rubio de ojos claros y que lucha contra el establishment contra gente de otro color de piel que una plataforma quiere forzar sobre sus usuarios.
La frase “Subscribe to PewDiePie” se convirtió en un meme. La mayoría de los que lo usan lo toman como una pelea por el “verdadero” YouTube. El tirador y 4chan lo recontextualizan y le dan esa codificación racial adicional.
Para los dos es “nosotros contra ellos”. Pero los “ellos” son otros.
La imageboard emblemática (y centro de reclutamiento de esta nueva supremacía blanca) es 4chan, creada para garantizar el anonimato y poder hablar de las cosas que te hubieran ganado un baneo en otras redes.
En nuestro país no es tan popular por una razón evidente: el que postea en castellano se gana el odio racista de sus usuarios, en especial si perciben que uno es sudamericano. Por eso aquí existe voxed, donde se reúnen para discutir de forma anónima los temas de discusión que garantizan la expulsión, aún de foros tan permisivos como Taringa.
Las imageboards son, lisa y llanamente, herramientas de radicalización. Un foro sin nombres de usuario, donde no hay líderes ni novatos, solo posteos anónimos. La gran mayoría de las imágenes que se suben son memes de humor negro, alternados con comentarios abiertamente racistas, fomentando la violencia contra migrantes.
El anonimato de las imageboards hace que no puedas diferenciar al que está tratando de ofender por la ofensa en sí del que está verdaderamente radicalizado. Puede ser el mismo, un día haciendo un chiste, al siguiente contando que “estuvo viendo videos en YouTube y la teoría de conspiración QAnon tiene mucho sentido”.
El proceso de radicalización está ampliamente documentado. El supremacista blanco recluta hombres jóvenes de baja autoestima y tendencias violentas. En voxed se llaman entre ellos “gordos voxeros”, en 4chan son “cucks”. Se sienten frustrados por un mundo que tiene la lupa puesta en el privilegio del patriarcado.
4chan radicaliza porque permite a estos hombres frustrados convertir su impotencia en catarsis y a la vez les demuestran que hay mucha gente como ellos, que no está dispuesta a seguir soportando este cambio de paradigma.
Y aunque los miembros de 4chan no van a darte una pistola o decirte que vayas a matar a alguien, te van a considerar un héroe por hacerlo. Y aplaudirte como hicieron con Nueva Zelanda.
El primer paso para entender las comunidades supremacistas, desde el nazismo en Alemania a los skinheads de los ‘80, es que se nuclean alrededor de odio que nace del miedo. La paranoia de que el migrante viene a infectar tu raza, y de que tu raza es lo único valioso que tenés. En esa fantasía el opresor se convierte en oprimido.
No es casualidad que todos estos asesinos y conspiradores vengan de estratos sociales bajos. Son gente que se siente abandonada por un mundo que los dejó atrás, y hay estructuras de poder que se aprovechan de ese resentimiento.
Eso significan las gorras de MAGA (“Make America Great Again”/”Que Estados Unidos vuelva a ser grande”), el slogan con el que Donald Trump fue electo presidente. La supremacía blanca entiende que ese “volver a ser grande” es expulsar a los migrantes, una promesa que Trump repitió una y otra vez en campaña.
Pero es muy fácil ir hasta arriba y decir que Trump, o Macri, o quien sea se beneficia de estos supremacistas. También PewDiePie en su guerra contra T-Series, también los ideólogos aspirantes como Steve Bannon en Estados Unidos o sus émulos argentinos, y también la industria de los videojuegos, que vende estas fantasías de poder que les permiten a estos hombres frustrados ser, por una vez, los que ganan.
Los videojuegos ultraviolentos, los mismos que muchos amamos y que yo mismo he recomendado como analista en el sitio Malditos Nerds, comparten una fantasía similar, que parece inofensiva pero, como “MAGA”, comparte otro mensaje con los supremacistas.
En las historias de videojuegos como “Call of Duty”, “Medal of Honor”, o el recién lanzado “The Division 2” una horda enemiga quiere destruir todo lo que es bueno. Y vos sos el único héroe que hace lo que los demás no se atreven: enfrentarlos.
En un mundo de hipócritas y cobardes, tu héroe es la última línea de defensa. El triunfo depende de un sólo hombre valiente. Y generalmente tu héroe incomprendido tiene un final trágico. Su obsesión con derrotar al enemigo lo distancia de familia y amigos. Pierde seres queridos, o su vida en el proceso. La guerra no le da satisfacción, pero “es lo que hay que hacer”. De alguna forma, es un mártir.
Por supuesto que “Fortnite”, un juego colorido e infantil, no alimenta esta fantasía. El tirador lo nombra en el manifiesto (junto a otro juego infantil llamado “SpyrotheDragon”) porque si nombrara los juegos que realmente lo inspiran, expondría el hobby a la atención real de los medios y perdería su status de héroe.
No es que los juegos te convenzan de que matar es algo bello, sino que si vos ya pensás eso, juegos como estos te hacen sentir que hay una cultura más grande que te está hablando A VOS, que entiende esa violencia que tenés adentro.
El cine comercial entendió hace rato la problemática de su propia iconografía. Basta comparar las fábulas xenofóbicas tipo Harry el Sucio de los ‘70 o las aventuras racistas de Rambo y Arnold de los ‘80, con las fantasías de poder codificadas, “limpias”, de los superhéroes y la ciencia ficción.
Por eso es imposible separar el gaming de su estética. El gran problema de los esports (gaming competitivo profesional) está en sus comunidades tóxicas. Los insultos raciales y homofóbicos vuelan en los servidores de “PUBG”, “Battlefield” y “Counter-Strike GO”, y no es casualidad que las comunidades más violentas sean justamente las de juegos gráficos y militaristas.
El año pasado el Comité Olímpico se negó a aceptar los esports como una disciplina para futuros Juegos. Además de expresar su desacuerdo con la centralización corporativa de estos juegos (imaginate que no pudieras jugar fútbol en tu casa sin pagarle a la FIFA), su queja principal tenía que ver con los valores que estos juegos representan. Nos guste o no son simulaciones detalladas de asesinatos masivos, que glorifican la violencia.
No hay forma de negar que esas fantasías violentas son parte del atractivo del gaming, algo que las empresas enarbolan tanto como la calidad gráfica o la cantidad de horas de juego que un título ofrece.
El marketing de los juegos de acción está orientado a un público masculino que pide experiencias cada vez más realistas, violencia que se sienta tangible. La competencia entre empresas para ver quién tiene el juego más explícito es parecida a la pelea en 4chan por el meme más ofensivo.
Por ahí el gamer promedio no está particularmente interesado en la violencia y lo toma como una parte secundaria de la experiencia, pero la sangre es importante para un gran público para el que, por alguna razón los juegos se siguen diseñando y comercializando.
A fines de 2018 “Rainbow Six Siege”, uno de estos juegos militaristas y competitivos, muy popular en Occidente, preparaba su edición china. Para adecuarse a los requerimientos de contenido del gobierno de ese país, el estudio Ubisoft anunció cambios mínimos en la estética del juego, que no afectaban de ninguna manera la acción en sí.
Los cambios consistían en borrar manchas de sangre en la pared, editar imágenes de neón de mujeres desnudas y cambiar el ícono de un cuchillo por uno de un puño. La comunidad del juego respondió con furia, ametrallando de quejas a los desarrolladores a través de redes sociales y publicando críticas negativas en tiendas digitales. Ubisoft se retractó y canceló los cambios, poniendo en riesgo su lanzamiento en China.
Hay un público amplio, suficiéntemente grande como para hacer una empresa revertir su decisión, que consume videojuegos por esa estética ultraviolenta y esas fantasías de poder. Los que no consumimos por eso, nos encogemos de hombros y los jugamos igual.
Imageboards, memes, YouTube, gaming. Pueden parecer temas inconexos, pero no lo son, en especial si pertenecés a esa masa de hombres frustrados y por lo tanto sos un candidato a ser radicalizado.
Ninguna es “culpable” de la masacre de Nueva Zelanda. Pero son un caldo de cultivo, y no podemos mirar para el otro lado.
Al hacer guiños a Internet, a YouTube, al gaming, el tirador de Nueva Zelanda invita a una gran masa de gente (quiero creer) sensata a ponerse indirectamente de su lado y defender la cultura que consume en vez de hablar de islamofobia, de ultraderecha, de radicalización.
Durante tres días vi a gente que considero inteligente desvivirse defendiendo a los youtubers, a Fortnite, los foros, y a esa pelota informe que es “la cultura de Internet”. Pero nada de eso está en peligro. Nadie va a prohibir el gaming o cerrar YouTube por lo que diga canal Nueve.
Al indignarnos más por el tratamiento de Fortnite en los medios que por el crimen en sí, estamos por un rato del bando de 4chan. A esos grupos les interesa fomentar una mentalidad de “nosotros contra ellos” y alimentar la ilusión de que la cultura que aman está en peligro.
Nosotros, los “moderados”, que somos gamers, vemos youtube, participamos de foros y queremos que no nos relacionen con un asesino, terminamos defendiendo una cultura que no está siendo amenazada. Todo lo contrario: necesita desesperadamente que se la analice desde un punto de vista más crítico.
Hay pibes en riesgo de radicalización, indecisos entre el discurso progresista visible y el supremacista que leen en sus foros.
Cuando estos pibes ven que “los medios” atacan al gaming, a sus comunidades, y a PewDiePie se ponen en alerta. Sienten que no tienen nada, y que les van a quitar lo único que los hace felices.
Vos, al dar entidad a ese debate y actuar como si la opinión de medios hegemónicos, desactualizados, tuviese valor y afectase de alguna forma a esta nueva cultura, estás diciendo que esa guerra existe, y que hay que pelearla.
La matanza fue diseñada para ser viralizada por 4chan, reddit, y esas cuentas con 8 seguidores creadas para debatir en Twitter y Facebook.
La estética de FPS. El “subscribe to pewdiepie”. Otros memes como la canción “Gas Gas Gas” de Initial D. Todo dice “te escucho, te veo, soy como vos”.
Y hoy el tirador sabe perfectamente que para su gente es un héroe. Un mártir como los protagonistas de esos juegos.
Otros asesinos se dan cuenta de la magnitud de lo que hicieron cuando baja la adrenalina y empieza el juicio. Este asesino, en su primera aparición en la corte, hizo una señal de “ok”, otro meme creado por 4chan para hacer referencia al supremacismo blanco.
El tipo está viviendo la fantasía. Podés entrar a voxed, 4chan y 8chan y encontrar a los que lo celebran. En joda, claro.
A riesgo de sonar repetitivo, hay que entender que es una cultura que fomenta el “nosotros vs. ellos”, la paranoia de que están todos en tu contra, que la mejor defensa es un buen ataque, y que cuando el que matás es “el enemigo”, la muerte no tiene consecuencias.
Entrá en Voxed y 4chan. Leé el odio sin editar. Y si esa imagen te aterra, no juegues más su juego. Ya ganamos. Nadie nos va a quitar el gaming, YouTube o Internet. Es hora de empezar a analizar nuestra propia cultura y entender exactamente lo que estamos comunicando.
A los 85 años, el productor es protagonista de una serie que cuenta su vida y su extensa trayectoria en los medios.
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