Hace tres meses Ana tenía otros planes para su 2020: casarse en el campo de su tía abuela y viajar. Sin embargo, la pandemia de coronavirus y el destino metieron mano...interfirieron en la vida de Anita a troche y moche (a gusto y piacere). También en la de Marco, su futuro marido.
Unos días antes de que declararan la cuarentena obligatoria, ellos estaban andando por la Ruta Nacional 205, cuando a la altura de Cañuelas, ven una perrita correr por una calle de tierra y en dirección a la ruta.
La pareja que ya contabiliza un historial de más de 40 perros y gatos rescatados y dados en adopción no dudó en detener la marcha y prestar su ayuda. "A simple vista ya se notaba que estaba desnutrida y además estaba toda sucia, llena de barro, así que frenamos para ver si la podíamos ayudar. A veces uno quiere ayudar a los animales pero cuando te acercas para interactuar se espantan y más en zonas rurales, salen corriendo, por eso le dije a Marco 'bueno, abro la puerto y si se acerca la ayudamos'", contó Anita Thomas a Filo.News.
Y la perrita se acercó y Marco y Ana la subieron al auto y se la llevaron para su casa donde viven con dos perros. "Fue el destino", aseguró ella. Sin embargo nunca imaginaron el calvario que vendría después (pero todavía falta para llegar a esa parte de la nota).
Aquella noche que la rescataron, le pusieron un nombre, "Berta", y antes de ir a su casa pasaron por una guardia veterinaria 24 horas para comprar el kit indispensable para un rescate: un antipulgas, un antiparasitario y comida.
"Cuando estábamos haciendo la fila para comprar vimos que tenía mocos así que le pedimos que la revisen. Había llovido la noche anterior así que nos dijeron que podía ser un resfrío. Como estaba débil y desnutrida compramos unas vitaminas y otras cosas que nos recetaron y nos fuimos. Llegamos a casa y nos dimos cuenta que además la perra tenía una diarrea explosiva (sic), un cuadro gastrointestinal terrible. Evidentemente algo no andaba bien", recordó Anita.
"Cada día que pasaba Berta estaba peor así que todos los días la llevábamos al veterinario para que nos dijera cómo seguíamos. Le dimos antibiótico, las desparasitamos varias veces y no mejoraba. Seguía desnutrida, con el cuadro gastrointestinal y además problemas respiratorios. Casi no podía respirar", contó la cuidadora.
Recién al mes vieron las mejoras. La perrita tardó un mes en repuntar. Ese tiempo para ellos fue terrible no solo porque se tuvieron que adaptar al aislamiento obligatorio decretado por Alberto Fernández y todo el estrés que la situación genera sino porque además tenían una perra que necesitaba mucha atención.
"Afuera estábamos en cuarentena por el coronavirus y adentro teníamos a Berta aislada en la terraza porque si tenía algo contagioso -como el moquillo, que era una posible diagnóstico aunque en ese entonces no confirmado- se lo podía traspasar a los otros dos perros que estaban desprotegidos porque tenían las vacunas vencidas. Cada vez que nosotros subíamos a verla, antes de bajar y entrar en contacto con nuestros perros teníamos que cambiarnos la ropa", explicó Ana Thomas.
Después llegaron 8 días de alivio: la perra había ganado peso y se la veía sana y saludable. "Parecía que estaba curada y hasta dejamos que se junte con los perros". Sin embargo apareció otro síntoma que encendió las alarmas: "La veo que empieza a caminar raro", contó Ana.
"Ví que las patitas de atrás se les resbalaban un poco. Pensamos que por ahí se había golpeado jugando. Pero pasó un día y seguía igual. Después la estaba filmando (Anita es fotógrafa) bajando una escalerita que tenemos en la terraza y se cayó, se abrió de piernas. Se lo mandé a la veterinaria y cuando lo vio me dijo que vaya ya porque parecía que era algo neurológico", sentenció.
Y acá llegamos a la parte de la nota donde empiezo a describir el calvario. "En 48 horas la perra perdió toda la movilidad de las piernas de atrás. Tenía las patas de adelante también debilitadas y tics. Recién ahí la veterinaria me pudo confirmar lo que temíamos, moquillo. Cuando se junta un cuadro gastrointestinal, un cuadro respiratorio y después un cuadro neurológico -que se puede presentar en forma de tic, convulsiones o pérdida de movilidad y coordinación- es moquillo”, explicó Ana a Filo.News.
La tasa de mortalidad de este virus es del 50% por eso la especialista fue tajante con su diagnóstico: "Nos dijo que la teníamos que poner en cuarentena otra vez y que había pocas chances de que sobreviva, todo dependía de si la perra seguía comiendo o no. Si dejaba de comer se podía analizar sacrificarla".
"No pudimos hacer otra cosa que bancarla y atravesar el proceso (el tratamiento convencional del moquillo canino se centra principalmente en cuidados de apoyo y control de los síntomas). Estuvo dos meses sin moverse. No podía hacer nada sola. Era una galgo totalmente activa que de un día para el otro pasó a estar paralítica. La perra lloraba todo el tiempo y cada 30 minutos nos teníamos que acercar a atenderla. Se quería rascar la nariz, lloraba; quería moverse, lloraba; quería caminar, lloraba. Era un grito desgarrador de desesperación e incomodidad", recordó la fotógrafa sobre aquellos días.
"A eso se le sumó que por estar mucho tiempo acostada le salieron escaras en la piel, un hueco en cada lado de la cadera y eso sí le dolía y también lloraba por eso", agregó.
"Ahí colapsamos. Fueron casi dos meses sin poder dormir. Le cambiábamos los pañales al menos 3 veces por día, le desinfectábamos la herida y le poníamos gasas nuevas a diario. Como así también todos los días le teníamos que dar una inyección subcutánea para levantarle el sistema inmunológico. Para terminar, un cóctel de antibióticos. Fueron varios porque Berta siempre tenía algún problema diferente, siempre se sumaba algo", explicó.
"El pañal se lo poníamos por las dudas pero ella no lo quería usar y hasta se lo comía. Siempre quería hacer pis y caca afuera...así que la parábamos y la movíamos sosteniéndole las patas traseras con un arnés y le apretábamos la vejiga para que haga pis", detalló Anita.
"Realmente colapsamos así que salimos a pedir ayuda. Preguntamos a ver si alguien le quería dar tránsito y conseguimos dos chicas muy amorosas pero que duraron cuatro días y la devolvieron porque la perra no paraba de llorar y ellas viven en un departamento y los vecinos se quejaron. Para nosotros esos cuatro días fueron vacaciones”, confesó entre risas.
"La perra lloraba 24 horas. Con intervalos de 15, 20 o 30 minutos pero las 24 horas. Evaluamos la posibilidad de sacrificarla o llevarla a un refugio porque realmente parecía que estaba sufriendo un montón".
"A todo esto también la llevábamos a hacer terapia neural -un tratamiento a base de inyecciones en distintos puntos específicos- así que una vez por semana sacábamos el permiso y la llevábamos a San Isidro". Sí, carísimo. Me contaron que gastaron arriba de 30 mil pesos en pos de la salud de Berta.
Las ganas de vivir
"Las chicas nos la devuelven a la perra un domingo a las 10 de la noche y la llevamos con el arnés a la plaza. Esa noche -ya iba cuatro sesiones de terapia- vimos que había movido la pata. Claramente nos estaba diciendo algo", contó Ana.
Efectivamente dos semanas después, ya las movía. No caminaba pero no era un peso muerto derretido sobre el piso, las movía. Y desde entonces, con ejercicios de kinesiología mediante, Berta fue volviendo a ser Berta, la galgo inquieta y todoterreno.
"Ahora, dos meses después de aquel día que casi pensamos en sacrificarla, camina perfecto y aumentó 6 kilos. Se sube al sillón y vivimos en manada porque ya no contagia. Es la perra más feliz del mundo. Nunca conocí una perra tan feliz y tan buena”, confirmó.
"Las únicas secuelas que le quedaron son unos tics, que es muy común en perros que tuvieron moquillo y que no le interfiere en nada en su vida. También le estamos haciendo un mini tratamiento en la piel pero está muy bien y en cuanto la podamos castrar la vamos a poner en adopción para que encuentre a su familia ideal", aseguró.
"Por lo menos una vez en la vida todos deberían transitar un perrito", concluyó Anita. "El nivel de satisfacción y amor que te devuelven, vale la pena".