Para esta altura, la carrera del joven Brad venía bastante bien, pero le faltaba dar ese gran salto al estrellato hollywoodense. La oportunidad vino de la mano de Anne Rice y sus “Crónicas Vampíricas”, justamente interpretando a Louis de Pointe du Lac, el chupasangre del título que, en épocas modernas, decide relatar sus peripecias y cómo llegó a convertirse en una criatura inmortal desde su Louisiana natal en el siglo XVIII. Desesperado, tras perder a su esposa y su hijo por nacer, Louis cae bajo los influjos de Lestat de Lioncourt, un Tom Cruise que se hace a un costado para dejar que Pitt se luzca en el protagónico, aunque su nombre figure más grande en los afiches. Brad hace lo que mejor le sale, ‘hacerse el lindo’, pero también suma humanidad a este drama vampírico.  

Terry Gilliam se inspira en el corto “La Jetee” (1962) de Chris Marker y transforma una de sus locas ideas en un éxito que ni el estudio se esperaba. Una trama clásica de ciencia ficción con viajes temporales y crisis varias, a la que carga de un montón de nuevos significados. La decadencia de la civilización moderna, la locura y la naturaleza subjetiva de la memoria se dan cita en este film post-apocalíptico ambientado en el año 2035, donde un virus letal acabó con gran parte de la población. Acá, un convicto (Bruce Willis) es enviado al pasado para poder recoger datos sobre el origen de la epidemia y, tal vez, encontrar a los presuntos culpables: “El Ejercito de los 12 Monos”, liderado por el loco lindo de Jeffrey Goines, interpretado por Brad Pitt que, de esta manera, deja de lado los romances y sus papeles de carilindo para comprometerse mucho más con el drama, lucirse más que el protagonista, y conseguir su primera nominación al Oscar. Sin dudas, 1995 fue el año de Brad, porque también metió policial oscurísimo de la mano de David Fincher y “Pecados Capitales” (Se7en), la primera de varias colaboraciones con el director que más apuntaló su carrera más ‘seria’.    

Quentin Tarantino lleva todo su amor por la cultura pop, el séptimo arte y la violencia desmedida hasta la Segunda Guerra Mundial para contarnos su versión alternativa de la historia. Brad Pitt es el teniente Aldo Raine (“El Apache”), oficial al mando de un escuadrón de ocho soldados estadounidenses y judíos dedicados, básicamente, a la caza de nazis. Existe una posibilidad de ponerle fin a este conflicto bélico y acabar con toda la cúpula gubernamental de un plumazo, para ello Aldo debe unir fuerzas con una miembro de la resistencia alemana, sin saber que una joven francesa tiene sus propios y explosivos planes para vengar la muerte de su familia. Pitt y Tarantino hacen una dupla tan genial y exitosa que el actor ni dudó en repetir la experiencia y ponerse en la piel del doble de riesgo Cliff Booth en “Había una Vez… en Hollywood” (Once Upon a Time... in Hollywood, 2019).

Brad se vino hasta nuestros pagos mendocinos para filmar la historia del alpinista austríaco Heinrich Harrer -basada en su propia autobiografía de 1953- y sus experiencias en el Tíbet, entre 1944 y 1950, con la entrada del Ejército de Liberación Popular de China. Después de querer escalar Nanga Parbat, Harrer y su equipo terminan en prisión en medio del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Logran escapar y llegan a la ciudad sagrada de Lhasa (prohibida para los extranjeros) donde les dan refugio y comida. Ahí, Heinrich entabla una gran amistad con el joven Dalai Lama, ávido por satisfacer su curiosidad acerca del resto del mundo… y Pitt se gana un banneo casi permanente por aquellos pagos, aunque pudo regresar en el año 2014. La película fue un fracaso, claro, pero al gobierno chino tampoco le gustó mucho la representación pintada por Jean-Jacques Annaud.

A Bill Parrish (Anthony Hopkins), magnate de los medios y padre cariñoso, le llegó su hora. En la víspera de su 65° cumpleaños es visitado por la Parca -en este caso, Joe Black (Pitt)- que tomó el aspecto de un joven fallecido en un accidente. Al principio, la misión es sencilla: llevarse a William para el otro mundo, pero la antigua conciencia de Joe despierta y se enamora de Susan (Claire Forlani), la hija del millonario. Al final, la Muerte decide quedarse en la Tierra y dejar que Bill lo guíe en esto de vivir como un “ser humano”, pero lamentablemente, el drama romántico y fantasioso de Martin Brest no ayudó a la carrera de Brad, ¿será por esas casi tres horas de duración?

Angelina Jolie se pone detrás de las cámaras y vuelve a hacer equipo con su marido, de entonces, delante de ellas -una década después del estreno de “Sr. y Sra. Smith” (Mr. & Mrs. Smith, 2015)- para contar una dramática historia inspirada, en parte, en la vida de su madre Marcheline Bertrand. Ronald (Pitt), escritor norteamericano, y su esposa Vanessa (Jolie), una ex bailarina, se refugian en un apacible y pintoresco hotel en la costa de Francia, allá por los setenta, en plena crisis matrimonial. Con el tiempo se cruzan con otros viajeros y gente local, interactuando con sus problemas, pero sin poder encaminar sus propias y miserables existencias. Sin dudas, de lo peor en la carrera de Brad, y suponemos, uno de los tantos alicientes de este resonado divorcio. No queríamos ser tan malos.